Salud, alegr¨ªa y levedad
No entend¨ª las l¨¢grimas de mi familia en Nochevieja hasta que un d¨ªa me descubr¨ª, ya sin vestido hortera ni entrada para ning¨²n cotill¨®n, con una l¨¢grima corri¨¦ndome por la mejilla mientras en la tele voceaban ¡°feliz a?o nuevo¡±
Las uvas de mi infancia eran en un piso de protecci¨®n oficial, el de mi tita To?i, en cuyo sal¨®n hab¨ªa siempre m¨¢s gente que sillas. Antes de brindar se echaba algo de oro en la copa, un anillo o una esclava. Se fumaba y se re¨ªa mucho, era imperativo llevar algo rojo y cuando por fin sonaba la ¨²ltima campanada, siempre hab¨ªa alguien a quien se le ca¨ªan las l¨¢grimas: mi abuela Mar¨ªa, la Rebeca, la Alma, quiz¨¢ todas ellas.
Yo entonces no entend¨ªa mucho. Andaba toda la noche correteando de la cocina al sal¨®n y del sal¨®n a la cocina, contando una y otra vez las uvas que hab¨ªa en cada vasito de pl¨¢stico y recolectando las millas de los paquetes de tabaco para que mi abuela y la To?i las canjearan despu¨¦s por camisetas. Me embriagaba con la emoci¨®n del resto, pero ve¨ªa que entre los adultos y yo hab¨ªa un muro, algo que ellos entend¨ªan o sent¨ªan y yo no. Quiz¨¢ porque para los cr¨ªos el a?o empieza en septiembre; igual porque, al contrario de lo que solemos pensar, crecer es ir incorporando creencias y supersticiones en lugar de deshacerse de ellas. El caso es que lo ¨²nico que ocurr¨ªa para m¨ª el 31 de diciembre era que quedaba un d¨ªa menos para la noche de Reyes. A¨²n no me cre¨ªa del todo, como escribe Leila Guerriero, esa farsa renovada de que algo nuevo va a empezar.
Despu¨¦s lleg¨® la adolescencia y con ella los SMS (¡°x m¨¢s risas juntas este a?o, tqm¡±), y Nochevieja pas¨® a ser una excusa para llevar vestidos horteras y salir. Llegaron las entradas car¨ªsimas a garitos de mala muerte y las listas de buenos prop¨®sitos. Dej¨¦ de hacerlas con veintitantos y por una raz¨®n muy rid¨ªcula: en un suplemento de tendencias de un peri¨®dico le¨ª a una psic¨®loga argumentando que supon¨ªan un perjuicio para la salud mental. Defend¨ªa que todas esas expectativas y prop¨®sitos, con demasiada frecuencia incumplidos, acababan generando ansiedad.
Supongo que entonces segu¨ªa sin entender las l¨¢grimas de mi familia materna, pues las campanadas hab¨ªan pasado a ser, simplemente, el pistoletazo de salida a la fiesta. Hasta que un d¨ªa me descubr¨ª a m¨ª misma, ya sin vestido hortera, ya sin entrada para ning¨²n cotill¨®n, con una l¨¢grima corri¨¦ndome por la mejilla mientras en la tele voceaban ¡°feliz a?o nuevo¡±. Volv¨ª entonces a mi abuela, a la Rebeca y a la Alma. Entend¨ª que se emocionaban por los que se hab¨ªan ido y por los que vendr¨ªan, porque deseaban que en el a?o que entraba hubiera m¨¢s trabajo o menos hospitales, por las bodas, los bautizos y los funerales.
M¨¢s o menos al mismo tiempo dej¨¦ de leer, gracias a Dios, los suplementos de tendencias de los peri¨®dicos. Maldije a la psic¨®loga aquella, cuyo discurso entroncaba con un paradigma muy en boga ¡ªy nocivo, ese s¨ª¡ª que nos dice que uno tiene que aceptarse a s¨ª mismo en lugar de, como recomendaba Cort¨¢zar, vivir combati¨¦ndose. Y volv¨ª a hacer listas de buenos prop¨®sitos para el a?o nuevo.
As¨ª que para 2024 les deseo lo mismo que a m¨ª: salud, alegr¨ªa y levedad, que no es lo mismo que intrascendencia. Caridad, esa virtud teologal tan mal entendida, para mirarse y mirar. Ser como un Jano Bifronte, capaz de mirar hacia delante sin perder de vista lo de atr¨¢s. Paciencia para aguantar y coraje para decir basta. Cosas buenas, bellas y verdaderas. Y una mirada limpia para saber apreciarlas. Feliz a?o nuevo.
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