Fantasmas de doblaje
Somos los espectros de una traducci¨®n mediocre del ingl¨¦s, admiradores de una fiesta a la que nunca estaremos invitados. Y lo grave no es el calco de las palabras, sino de las experiencias mismas
Hablamos y hasta vivimos cada vez m¨¢s como personajes en una pel¨ªcula doblada, en la que hay siempre una desconexi¨®n entre las caras y las voces, una discordancia entre el mundo que representa la pel¨ªcula y el idioma artificial injertado en ella, ajeno a cualquier acento verdadero, aunque intentando una cercan¨ªa forzada al idioma de origen. Tambi¨¦n el idioma que hablamos nosotros se parece al de los doblajes, porque est¨¢ influido, contaminado por ¨¦l, y ya decimos que algo es jodidamente o malditamente esto o lo otro, y el ep¨ªteto ¡°puto¡± aspira a la equivalencia con el admirado fucking de las pel¨ªculas y las novelas. Esa imitaci¨®n nos permite imaginar que ya casi estamos hablando la lengua del imperio al que pertenecemos como lejanos s¨²bditos coloniales, y hacia el que estamos mirando siempre con la fascinaci¨®n de esos siervos que, en lugar de a la libertad, aspiran d¨®cilmente al favor de sus se?ores. El complejo de inferioridad se al¨ªa en nosotros con el esnobismo. Hablamos mal o ignoramos del todo ese idioma que nos parece superior al nuestro, pero nos adornamos con la bisuter¨ªa de sus palabras casi siempre mal usadas, de sus giros y expresiones mal traducidos, y por el simple hecho de exhibirlos sentimos que somos m¨¢s inteligentes, o m¨¢s cool.
Hacemos spoiler, practicamos running, lamentamos el bullying, huimos del ghosting, denunciamos el lawfare, nos dedicamos al binge-watching en los canales de streaming, cultivamos el networking, anhelamos recibir un feed back a nuestros inputs. Una barber¨ªa pierde toda su arcaica connotaci¨®n espa?ola si se llama barbershop, y en un gimnasio ya no huele a grosero sudor masculino si en la puerta dice wellness center. Una semana de la moda que, seg¨²n todos los indicios, no da mucho de s¨ª cobra una instant¨¢nea relevancia si se la bautiza como Fashion Week. Una escuela de negocios prepara mejor a los futuros halcones del poder y el dinero si se llama Business School. En mi calle de Madrid pueden contarse con los dedos de la mano los visitantes angl¨®fonos, pero ya no quedan apenas letreros de negocios que no est¨¦n en un ingl¨¦s a veces aproximado: Urban Poke, Coffee & Lounge, Look to Nails, Lashes & Go, Indian Kitchen, Dental Smile, Tattoo Parlor, DietFlash, Any Beauty Salon, Smashed Burgers.
Somos una cultura doblada, espectros de una traducci¨®n mediocre, admiradores de una fiesta a la que nunca estaremos invitados, a no ser como comparsas o personal de servicio. Hacia cualquier parte que miramos vemos las im¨¢genes lujosas de la cultura visual omnipresente del imperio: en los anuncios, en las pel¨ªculas, en las series, en la decoraci¨®n de las cadenas imperiales de comida basura, en los uniformes de sus dependientes. Estamos siempre mirando con reverencia, incluso con adoraci¨®n, hacia la metr¨®poli, pero la metr¨®poli no tiene la menor curiosidad por nosotros, y es muy probable que en ella no se sepa nunca que existimos, salvo en el caso de que en nuestro territorio estuvieran en peligro sus intereses.
Lo que no copiamos literalmente lo calcamos. Hacemos nuestras palabras que son eso que los traductores llaman ¡°falsos amigos¡±, porque, siendo muy parecidas en su forma, tienen significados distintos. En los libros de historia traducidos del ingl¨¦s, los soldados ya no se alojan en cuarteles, sino en barracones, porque la palabra inglesa que significa cuartel es barracks. A veces, un traductor deficiente se vuelve taumaturgo y hace que un muerto vuelva a la vida, y escribe ¡°resucitar¡± donde pone resuscitate, que en ingl¨¦s es reanimar a quien ha perdido el conocimiento.
No defiendo una pureza imposible, y adem¨¢s innecesaria. Los idiomas se hacen con la contaminaci¨®n y la mezcla. M¨¢s grave es el calco y la mala traducci¨®n no ya de las palabras, sino de las experiencias mismas, la vida completa, hasta la atm¨®sfera pol¨ªtica. Vivimos pendientes de los festejos del imperio. El imperio es el imperio americano pero tambi¨¦n, todav¨ªa, el Imperio Brit¨¢nico. Se quedaba uno estupefacto, en un pa¨ªs tan indiferente y hasta hostil a su propia Monarqu¨ªa, viendo en la transmisi¨®n en directo el dispendio imperial y barroco de los funerales por la reina Isabel II de Inglaterra, y luego de la coronaci¨®n de Carlos III.
A los ni?os los disfrazamos en Halloween y les hacemos decir absurdamente ¡°truco o trato¡± porque imaginamos que eso es lo que significa trick or treat. Y lo mismo que imitamos, a la medida de nuestra escasa pujanza, con meritorio mimetismo, sus ceremonias de oscars y Globos, sus nominaciones y aperturas anhelantes de sobres y agradecimientos entra?ables, tambi¨¦n imitamos sus trifulcas ¡°culturales¡±, olvidando que culture no significa lo mismo que ¡°cultura¡±, y que las condiciones sociales, la vida pol¨ªtica, la complejidad ¨¦tnica de Estados Unidos, tienen muy poco que ver con la realidad espa?ola. Las causas m¨¢s nobles, y m¨¢s urgentes ¡ªla igualdad entre hombres y mujeres, el respeto a las opciones vitales de cada uno, la protecci¨®n de los d¨¦biles, la reparaci¨®n en lo posible de injusticias hist¨®ricas¡ª nos llegan ahora a trav¨¦s de un vocabulario m¨¢s tortuoso todav¨ªa porque est¨¢ hecho de t¨¦rminos mal traducidos, de palabras fetiche que vienen de la jerga universitaria americana. Cada vez que leo a alguien que, para estar muy al d¨ªa, usa el t¨¦rmino ¡°cuerpos marrones¡±, refiri¨¦ndose a lo que antes se llamaba mestizos, no puedo olvidar que eso viene directamente de brown bodies, y que ya puestos ser¨ªa m¨¢s natural llamarlos morenos. Hemos copiado una obsesi¨®n identitaria que encierra las personas en grupos herm¨¦ticamente aislados entre s¨ª y hostiles los unos a los otros, sin el menor rastro del viejo sue?o de la emancipaci¨®n humana. Hemos acatado la obsesi¨®n sexual de una cultura heredera del extremo puritanismo religioso, que impone condenas de exclusi¨®n e infamia p¨²blica los pecadores o a los simplemente sospechosos, como la letra escarlata que infam¨® para siempre a la mujer ad¨²ltera de Hawthorne. Hemos copiado una idea crom¨¢tica, epid¨¦rmica y decorativa de la diversidad que queda muy bien en las revistas de lujo y encubre la supresi¨®n del pluralismo en las opiniones, y la sospecha autom¨¢tica sobre aquel o aquella que disiente, a quien se le cuelga el sambenito que una moda voluble imponga en cada momento.
Entre nosotros, el fervor del mimetismo imperial ha llegado al extremo de la indignaci¨®n colectiva y el desgarro de vestiduras porque una pel¨ªcula tan banal y mercenaria como la mu?eca que la protagoniza (pero adornada con un barniz de feminismo, como esos aditivos que dan sabor a fruta al simple az¨²car de las golosinas) no ha obtenido no s¨¦ qu¨¦ candidaturas en los Oscar. En otro ejemplo de nuestra pol¨ªtica traducida, el ministro de Cultura ha anunciado la descolonizaci¨®n de los museos espa?oles, y, al mismo tiempo que se le echaban encima los patriotas de la derecha, en estas mismas p¨¢ginas Jordi Amat denunciaba impetuosamente como espa?olista rancio y nost¨¢lgico del imperio a todo aquel que se atreviera a criticar al ministro. Pero no es una rabieta reaccionaria precisar que el coraz¨®n de los museos espa?oles no procede del expolio colonial, sino de los encargos de la Iglesia y del coleccionismo de los reyes y si es verdad que hay en Espa?a tesoros robados en Am¨¦rica, y que no existen colonialismos menos indecentes o inhumanos que otros, tambi¨¦n lo es que en los museos de Europa y de Estados Unidos hay muchas obras de arte se?eras que pertenecer¨ªan leg¨ªtimamente al patrimonio espa?ol si no hubieran sido robadas o malvendidas en nuestros siglos de mayor ignorancia y penuria. En un ambiente de ¡°guerra cultural¡±, por usar otro calco tramposo, en el que Barbie se ha vuelto m¨¢s revolucionaria que Mary Wollstonecraft y Rosa Luxemburgo juntas, lo m¨¢s urgente de todo es descolonizar nuestros cerebros.
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