Y Dios cre¨® a Trump
El expresidente de EE UU posee la facultad de ser inmune a las estrategias cada vez m¨¢s agresivas que se lanzan contra ¨¦l, aunque de tarde en tarde nos conceda el respiro enga?oso de que parezca que por fin ha sido derrotado
Donald Trump es como una de esas criaturas monstruosas de las pel¨ªculas baratas de ciencia ficci¨®n y de terror de los a?os cincuenta, que emergen amenazadoramente de no se sabe d¨®nde y parece que van a apoderarse del mundo o a destruirlo, y cuantos m¨¢s disparos reciben, m¨¢s ataques, m¨¢s descargas qu¨ªmicas letales, se vuelven m¨¢s fuertes todav¨ªa, crecen m¨¢s r¨¢pido, se yerguen sobre los h¨¦roes y los cient¨ªficos que al intentar controlarlas no han hecho otra cosa que alimentar su poder. El Godzilla gigante que arrasaba ciudades japonesas de evidente cart¨®n piedra derribaba a manotazos como si fueran moscas los aviones de caza lanzados contra ¨¦l, y adem¨¢s carec¨ªa de la vulnerabilidad sentimental del pobre gorila enamorado King Kong. King Kong pertenece a una fantas¨ªa de exotismo colonial heredada de las novelas imperialistas de aventuras del siglo XIX: extraviado y fugitivo en la Nueva York del siglo XX, su peligro era muy escaso, y su supervivencia tan dif¨ªcil como la de otros grandes animales salvajes condenados a la extinci¨®n.
En las primeras d¨¦cadas del cine, el g¨¦nero de terror era todav¨ªa heredero de la novela g¨®tica, de la que proven¨ªan todos sus monstruos, el conde Dr¨¢cula, la criatura de Frankenstein, el Hombre Lobo, el Mr. Hyde peludo y criminal que ten¨ªa su refugio en el laboratorio del doctor victoriano Henry Jekyll. Godzilla y los variados seres monstruosos en blanco y negro de los a?os cincuenta fueron ya radicalmente modernos, porque hab¨ªan nacido de esa nueva forma definitiva de terror que era la bomba at¨®mica. El cine de miedo da formas visibles a las pesadillas de una racionalidad empujada al desvar¨ªo por la naturaleza monstruosa de la realidad. La transformaci¨®n de un ser humano normal en una mosca gigante, en un diminuto hom¨²nculo, en una masa pululante e informe, no viene ya de una mordedura o de un producto qu¨ªmico mezclado en una probeta, sino de la radiaci¨®n nuclear, que es tambi¨¦n la que ha engendrado a Godzilla, justo en el mismo pa¨ªs en el que centenares de miles de personas quedaron pulverizados o convertidos para siempre en fantasmas de sufrimiento incesante por la explosi¨®n de las dos bombas at¨®micas, los productos hasta entonces m¨¢s sofisticados del progreso cient¨ªfico. Las criaturas nacidas de la destrucci¨®n se vuelven ellas mismas casi indestructibles: casi, porque el cine, siendo un arte comercial, tiende a los finales confortadores, y detr¨¢s de las historias que parecen de m¨¢xima complejidad tecnol¨®gica y futurista reitera siempre el esquema de la m¨¢s antigua de todas, que es la de la lucha entre el h¨¦roe y un animal poderoso y mal¨¦fico que al final queda derrotado.
La realidad, a diferencia de la ficci¨®n, no obedece a los l¨ªmites de la verosimilitud. Y el cine comercial, como carece de prejuicios y escr¨²pulos, acierta muchas veces a inventar seres desatinados y argumentos imposibles que acaban siendo met¨¢foras perfectas del tiempo en el que se han hecho populares, y hasta premoniciones inquietantes de lo que vendr¨¢. No hay distop¨ªa ficticia de la literatura o del cine que d¨¦ ahora mismo m¨¢s miedo que la primera p¨¢gina del peri¨®dico o los primeros minutos del telediario. Cuando veo a los megamultimillonarios de ahora, (Elon Musk con sus cohetes y sat¨¦lites, Mark Zuckerberg con su flequillo copiado del emperador Augusto, Jeff Bezos con su yate gigante que no cabe en ning¨²n puerto, Bill Gates con su cara de ni?o decr¨¦pito y su apostolado de plut¨®crata salvador del mundo), de quienes me acuerdo es de los malvados todopoderosos y mis¨¢ntropos de las novelas de Ian Fleming, y de las primeras pel¨ªculas de James Bond, todav¨ªa muy fieles a ese origen narrativo. Por comparaci¨®n con sus imitadores contempor¨¢neos y reales, aquellos criminales de la estirpe del Doctor No y Goldfinger ya se nos vuelven tan entra?ables como el Doctor Moriarty de las novelas de Sherlock Holmes. Aparte de su obsolescencia tecnol¨®gica, ten¨ªan la desventaja de ser personajes de ficci¨®n, y sometidos por lo tanto a esas reglas de verosimilitud y coherencia que obedece siempre la literatura.
A Donald Trump no habr¨ªa podido inventarlo nadie. Se parece algo al Lex Luthor que interpretaba Gene Hackmann con peluqu¨ªn amarillo en aquel memorable Superman que dirigi¨® Richard Donner en 1978, y tambi¨¦n a los wiseguys y jefazos de la mafia de New Jersey y de Queens, que a su vez imitaban el vestuario y el lenguaje de los mafiosos ficticios de Coppola y Martin Scorsese. Y como los monstruos imaginados por los especialistas en maquillajes y efectos especiales, Trump posee la facultad de ser inmune a las armas y a las estrategias cada vez m¨¢s agresivas que se lanzan contra ¨¦l, aunque de tarde en tarde nos conceda el respiro enga?oso, tan frecuente en el cine, de que parezca que por fin ha sido derrotado, que ha recibido m¨¢s impactos de los que ning¨²n organismo vivo podr¨ªa soportar, que yace aniquilado en su tumba, en el ata¨²d que ninguna garra de vampiro podr¨¢ horadar, o bajo los hielos del ¨¢rtico, o en el fondo del mar.
El respiro era falso, la argucia m¨¢s antigua y m¨¢s repetida que existe, aunque nunca deja de ser eficaz. El sosiego de lo que parec¨ªa la ¨²ltima escena risue?a y trivial de la pel¨ªcula se quiebra con un golpe de efecto que desata una exclamaci¨®n de miedo en la sala de cine. El cuerpo ca¨ªdo se levanta, tambaleante y todav¨ªa m¨¢s feroz. El dinosaurio radioactivo se mueve de nuevo bajo las ruinas que parec¨ªan haberlo sepultado para siempre. Trump pierde las elecciones en 2020 y la derrota se convierte en victoria robada para sus fieles. Trump alienta nada menos que el asalto al Capitolio y hasta sus partidarios m¨¢s cercanos temen que esta vez ha ido demasiado lejos y perdido el cr¨¦dito que le quedaba, pero el apoyo imp¨²dico a esa sublevaci¨®n lo vuelve todav¨ªa m¨¢s popular. Trump es juzgado por estafa, por fraude electoral, por abuso sexual, por delitos fiscales, y cada uno de esos episodios convence a millones de creyentes evang¨¦licos de que es una v¨ªctima de la persecuci¨®n de los poderosos y de los imp¨ªos, y lo comparan a Jesucristo azotado e inocente en el tribunal de Poncio Pilatos.
Trump se ha pasado la vida haciendo ostentaci¨®n de su promiscuidad sexual, de sus infidelidades y divorcios, de su groser¨ªa f¨ªsica y verbal con las mujeres: para los cristianos evang¨¦licos es como el rey David, que fue ad¨²ltero y sin embargo sirvi¨® a Dios y agrand¨® la gloria militar del reino de Israel; tambi¨¦n es como el rey Ciro el Grande, que era id¨®latra y pecador, pero, seg¨²n se cuenta en el libro de Isa¨ªas, permiti¨® al pueblo hebreo regresar a su tierra desde el cautiverio en Babilonia. Un motivo por el que a un europeo le cuesta comprender los Estados Unidos es la imposibilidad de hacerse una idea del peso que ejercen sobre muchos millones de personas la religiosidad cruenta del Antiguo Testamento y los delirios del libro del Apocalipsis, le¨ªdos y aceptados en un sentido literal. Para toda esa gente, en un pa¨ªs tan dividido, las elecciones no van a ser una disputa entre dem¨®cratas y republicanos, sino entre el Bien y el Mal, con sus pavorosas may¨²sculas. Hay un video, muy popular entre evang¨¦licos, en el que sobre una imagen del planeta Tierra en el espacio truena una voz grave que repite con una cadencia de recitado b¨ªblico And God gave us Trump. Nunca el terror se mezcl¨® tanto con lo grotesco. Las pesadillas de la realidad han vuelto irrelevantes las peores fantas¨ªas del cine. En su nueva metamorfosis, en su inaudita reencarnaci¨®n, la criatura amenazante que vuelve resulta ser el Mes¨ªas.
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