Sexo duro
No solo hay que hablar sobre las pr¨¢cticas sexuales no normativas, sino dejar de estigmatizar a las mujeres que las disfrutan
En los ¨²ltimos d¨ªas se discute mucho la dicotom¨ªa entre sexo duro y violencia contra las mujeres. Es una discusi¨®n falsa. No importa cuantas veces tengamos las mujeres que hablar de nuestra capacidad para el placer y la fantas¨ªa, se acaban mezclando violencia no deseada con pr¨¢cticas no normativas. Se habla de la mala influencia del porno. Se discute sobre si en los famosos testimonios recientemente publicados en una investigaci¨®n en este peri¨®dico contra Carlos Vermut hubo violencia sexual.
Pero se suele llevar el foco a lo te¨®rico, y no a lo que pasa. La asfixia puede considerarse una disciplina er¨®tica. Como toda disciplina er¨®tica, tiene que partir de un consenso. Hemos hablado de esto hasta la saciedad. Quiz¨¢s lo que tenemos que empezar a poner en el centro del debate es qu¨¦ pasa exactamente cuando ignoramos esa premisa: lo consentido, lo deseado, lo que las dos (o m¨¢s) partes ponen en el acto sexual.
Elvira Lindo apuntaba hace unos d¨ªas al meollo del asunto: no es el sadismo lo que se pone en juego en este caso, sino lo no deseado y la violencia empleada. No es puritano arrojar luz sobre este tema, sino todo lo contrario. No solo hay que hablar sobre las pr¨¢cticas sexuales no normativas, sino dejar de estigmatizar a las mujeres que las disfrutan. Porque las consecuencias de no hacerlo pueden determinar mucho m¨¢s de lo que pensamos.
Hace no mucho, una investigaci¨®n de The Guardian pon¨ªa en alerta sobre el estrangulamiento como una de las principales causas de muerte entre las mujeres por parte de sus parejas sexuales. Pese a que est¨¢ documentado que estrangular a una mujer suele ser uno de los principales antecedentes violentos antes del asesinato en manos de una pareja, sigue consider¨¢ndose una falta leve en muchos pa¨ªses.
Seg¨²n el informe sobre v¨ªctimas mortales de violencia de g¨¦nero de 2020 en Espa?a, el 80% de los asesinatos por violencia machista ocurren en el domicilio del agresor, o la pareja conviviente. Aunque solamente el 15% de la causa principal de la muerte es la asfixia, la privaci¨®n de aire por parte del maltratador suele estar presente en la mayor¨ªa de autopsias realizadas.
La novedad que encontramos en el relato de c¨®mo se ejerce la violencia y en qui¨¦n se pone el foco no cambia, o al menos no de manera aparente. En aquellos casos en que una v¨ªctima de violencia de g¨¦nero vive para contarlo, su versi¨®n se cuestiona. Lo hace la opini¨®n p¨²blica y, en el caso de que denuncie y haya un juicio, es el deber del abogado defensor intentar demostrar que las lesiones que presente no responden a un hecho violento por parte de su defendido, o que estas lesiones fueron deseadas de alguna manera.
La perversi¨®n aparece cuando la v¨ªctima no puede defenderse, es decir, cuando ha fallecido. En los ¨²ltimos a?os se ha empezado a usar como atenuante en casos en los que la mujer ha sido asfixiada ¡ªsea o no la principal causa de muerte¡ª la tesis de que se trat¨® de sexo duro que se fue de las manos. La asfixia er¨®tica ha salido de las pr¨¢cticas alternativas y forma parte no solo de la pornograf¨ªa mainstream, sino de cualquier foro sobre sexo contempor¨¢neo. En muchos casos, si la mujer muerta, particularmente si es joven, y le gustaba el sexo no estrictamente convencional, esto se usa en su contra para reducir la pena de su muerte a manos de su pareja sexual. En el Reino Unido, el escalofriante caso de la joven Natalie Connolly fue un precedente. Tras mantener una relaci¨®n sexual con el millonario John Broadhurst, ¨¦l le propin¨® tal paliza que sufri¨® m¨¢s de 40 lesiones y una hemorragia interna. ?l recibi¨® una condena de tres a?os por homicidio involuntario. Que a ella le gustara el sexo duro fue un agravante. Para ella, no para ¨¦l.
?En qu¨¦ momento que a una mujer le guste el sexo, de cualquier tipo, se convierte en un atenuante para un maltratador? El discurso neoconservador insiste en que las feministas contempor¨¢neas son puritanas y quieren poner l¨ªmites al imaginario sexual. Por eso cada pol¨¦mica ¡ªser una zorra o no en una canci¨®n, por ejemplo¡ª se convierte en un debate nacional. Pero el foco no est¨¢ en la violencia ni en como esta se visualiza, ni siquiera en c¨®mo se interioriza y disemina. Las mujeres que divulgan sobre la igualdad de derechos no son puritanas, ni siquiera se les pregunta sobre pr¨¢cticas sexuales, sino que se espera de ellas que se indignen, una y otra vez, por una pol¨¦mica vol¨¢til. Aun as¨ª, se insiste, una y otra vez en que estamos en una de las eras m¨¢s censoras de la historia, se habla en los medios de ¡°lapidaci¨®n¡± o ¡°ejecuci¨®n p¨²blica¡± de aquellos investigados por agresi¨®n sexual pero la violencia contra las mujeres sigue siendo una constante. Se presentan debates sobre consentimiento sexual sin atender lo suficiente a lo acostumbrados que estamos en todos los estamentos sociales a la violencia contra las mujeres.
Lo que sigue aqu¨ª, frente a nosotros no es el placer, ni el sexo duro, sino el enmascaramiento de una violencia. Y lo que es peor, la rancia consecuencia social que se impone. Una consecuencia religiosa: practicar sexo, es decir, pecar castiga. Y siempre a la mujer.
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