Carlos Vermut, lo que contaba ¡®Mant¨ªcora¡¯
Su ¨²ltima pel¨ªcula me provoc¨® muchas dudas morales: ?Es siempre un deseo aberrante una premonici¨®n de lo que puede ocurrir en la realidad o es posible mantener nuestras crueles pulsiones a raya gracias al disfrute de ¡°una ficci¨®n¡±?
Hay columnas que se rumian a lo largo de una semana, pero luego se desvanecen a la hora de enfrentarte a la pantalla. En un mundo que nos obliga a expresar nuestras certezas de inmediato, abrazar alguna duda es un ¨²ltimo reducto de libertad de pensamiento. Hace unos meses me dispon¨ªa a escribir un art¨ªculo sobre Mant¨ªcora, la pel¨ªcula de Carlos Vermut, ese hombre que hoy aparece en todos los medios no por su obra sino por haber ejercido, seg¨²n el testimonio de tres mujeres, violencia sexual contra ellas. El propio Vermut lo explic¨® afirmando que siempre ha practicado el sexo duro. Infligir dolor provoca placer en algunas personas, tanto como a otras ser apalizadas o humilladas, hay vieja literatura sobre ello Pero el s¨¢dico ha de encontrar a quien sienta placer con el sufrimiento, si no es as¨ª lo que se produce es claramente un delito. Parece obvio, pero no lo debe de ser tanto cuando la Universidad de Virginia, que a tantas acusaciones de abusos sexuales ha tenido que responder, ha publicado un protocolo para establecer l¨ªmites consensuados a una violencia que se puede ir de las manos. Ya se sabe que en el universo estadounidense la existencia de reglas escritas tranquiliza el alma de una sociedad por sistema desconfiada. Pero adem¨¢s, el porno violento ha puesto en boga la presi¨®n asfixiante sobre el cuello de las mujeres, algo que ya practicaban ciertos hombres en la masturbaci¨®n, pero que ha venido convirti¨¦ndose en una pr¨¢ctica usual, tanto como para que en una sorprendente noticia de The Guardian en 2019 se hablara de una mujer muerta por estrangulaci¨®n en Gran Breta?a cada dos semanas a manos de un compa?ero sexual.
La lectura del reportaje sobre la violencia con que Vermut desplegaba en sus encuentros sexuales me provoc¨® un profundo desconsuelo; me vino de nuevo a la memoria Mant¨ªcora, esa historia de un joven exitoso autor de videojuegos, que calma su pulsi¨®n sexual secreta creando un avatar de un ni?o a imagen y semejanza del que vive en su mismo rellano. El creador no busca las im¨¢genes reales ped¨®filas que abundan en internet para satisfacerse su deseo, sino que crea la imagen de ese ni?o cuya atracci¨®n le tortura. Presentimos un asomo de culpa en ese hombre que mantiene su perversi¨®n contenida en el terreno de la virtualidad. Pero ocurre entonces que la empresa descubre su repugnante creaci¨®n y lo expulsa del estudio. Inevitablemente, sentimos piedad por el monstruo; su fantas¨ªa es sucia pero de momento no ha cometido m¨¢s delito que excitarse en el terreno de la ficci¨®n. Eso s¨ª, cuando ese deseo turbio amaga con dar el salto a la realidad, es el propio monstruo el que se castiga a s¨ª mismo. La historia me provoc¨® muchas dudas morales, algo ins¨®lito en un cine tendente a las conclusiones mascadas: ?Es siempre un deseo aberrante una premonici¨®n de lo que puede ocurrir en la realidad o es posible mantener nuestras crueles pulsiones a raya gracias al disfrute de ¡°una ficci¨®n¡±? ?Alguien que se masturba ante el avatar de un ni?o acabar¨¢ siendo un violador? Son preguntas que necesitan respuesta en un mundo virtual en el que podemos acceder a cualquier fantas¨ªa aberrante. Lo que pens¨¦ y as¨ª se lo manifest¨¦ una tarde en la Academia de Cine a su director fue que hab¨ªa puesto sobre la mesa algo tan desagradable como de necesario debate. Ahora la pel¨ªcula tiene un oscuro aire premonitorio.
Me sorprendi¨® que alg¨²n medio reprochara a los trabajadores del cine el haber respondido t¨ªmidamente a esta s¨®rdida historia. Parece que la prudencia se ha convertido en el gran pecado de nuestro tiempo. La cuesti¨®n es que en un entorno que ha cedido tanto espacio al capricho, incluso a la crueldad de los genios, hay todo un sistema por airear. Si reducimos el problema a la violencia sexual dejaremos que aquellos que con tanta desenvoltura han humillado, ninguneado o vejado de mil perversas maneras a sus subordinados se vayan de rositas.
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