Contradicci¨®n
La Administraci¨®n es ese espeso magma en el que estamos obligados a nadar, pero tambi¨¦n, en la tragedia, es esa especie de placenta a la que exigimos que nos proteja
Hace pocos d¨ªas los agricultores reclamaban, entre otras cosas, que se les redujera la burocracia para recibir ayudas. A todos nos abruma la cantidad de papeleo y tiempo que hemos de dedicar a asuntos que tienen que ver con las administraciones. Nada es m¨¢s paralizante y anticlim¨¢tico que el rosario de permisos y reglamentos que han de cumplirse para emprender una reforma, una obra nueva, una obtenci¨®n de licencia. Y, sin embargo, cuando nos abruma una noticia como el incendio de un edificio de viviendas en Valencia, antes de incluso de determinar el n¨²mero exacto de v¨ªctimas, ya corremos a exigir responsabilidades. Especialmente las que apuntan a permisos, licencias, materiales de construcci¨®n, vigencia de las revisiones. A la b¨²squeda inmediata de alguien a quien culpar de lo que en el mejor de los casos es fruto de un azar infortunado. Sucedi¨® igual en el incendio de las discotecas de Murcia y suceder¨¢ en el futuro porque es algo que nos pasa sin remedio. Queremos ser libres, carajo, pero cuando algo pasa, queremos sentirnos protegidos. La Administraci¨®n es ese espeso magma en el que estamos obligados a nadar, pero tambi¨¦n, en la tragedia, es esa especie de placenta a la que exigimos que nos proteja. Deber¨ªamos llegar a un acuerdo con nosotros mismos y escuchar menos monsergas seductoras que apuntan a que el Estado es el problema y jam¨¢s la soluci¨®n.
Todos recordamos que en el momento m¨¢s angustioso de la pandemia de la covid, cuando muchos ancianos murieron abandonados en la soledad absoluta, sin recibir cuidados ni ser derivados a los hospitales desbordados, a¨²n encontr¨¢bamos tiempo para sospechar que algunos, los m¨¢s amorales, los m¨¢s c¨ªnicos, estar¨ªan seguro logrando forrarse a costa de la emergencia. La falta de materiales de protecci¨®n sanitaria deriv¨® en una carrera de adquisiciones apresuradas que esquivaron, espero que solo por un tiempo, la rigurosa intervenci¨®n de los supervisores. Sabemos que comisionistas y trepas utilizan esos momentos de angustia para hacer su agosto. Y me temo que la mayor¨ªa de nosotros sospech¨¢bamos ya entonces que a la sombra del poder pol¨ªtico algunos familiares, amigotes, colaboradores y espont¨¢neos se lucrar¨ªan sin reparo mientras otros lloraban los muertos en soledad. Un nuevo caso ha saltado a la luz gracias a las investigaciones judiciales y ahora afrenta al Gobierno nacional, que tendr¨¢ que dar la medida de su transparencia y colaboraci¨®n, en una ocasi¨®n ¨²nica para evitar parecerse a otros esc¨¢ndalos anteriores que se han saldado sin la reparaci¨®n exigible.
No sabemos a¨²n si el edificio de Valencia, que ardi¨® con una celeridad desacostumbrada en un d¨ªa de viento intenso, se sumar¨¢ a la n¨®mina de los delitos urban¨ªsticos m¨¢s o menos graves que ocupan las portadas de tanto en tanto desde los tiempos del desarrollismo franquista. Un movimiento especulativo que cal¨® hondo en nuestra forma de hacer negocios y del que me temo no vamos a desligarnos nunca. Lo que s¨ª podemos intuir es que si ahora, por justicia a las v¨ªctimas, nos interesa tanto conocer las licencias y permisos, la regulaci¨®n y supervisi¨®n, y los detalles del proyecto y su mantenimiento, quiere decir que en cierta manera nos tranquiliza entender a las administraciones no tanto como el enemigo que siempre pintamos, sino como un mal necesario. Un control indispensable para frenar el instinto depredador de quienes usan la libertad de mercado para saciar su avaricia desmedida. Lo que arde cada d¨ªa es nuestra contradicci¨®n.
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