La figura del asesor y los nuevos s¨¦quitos
El ¡®caso Koldo¡¯ deber¨ªa abrir un debate sobre los l¨ªmites y responsabilidades de unos cargos cada vez m¨¢s nebulosos y escurridizos
Las cartas de Madame de S¨¦vign¨¦ a su hija no son solo una obra literaria mayor y un testimonio extraordinario de amor de madre, sino un documento precioso sobre la vida cortesana de la Francia absolutista. Cuando la remitente relata los ¨²ltimos cotilleos de palacio a su querida hija, que vive en la lejan¨ªsima Provenza, revela las sutilezas del poder mon¨¢rquico, donde manda m¨¢s quien m¨¢s intimidad y cercan¨ªa comparte con el rey. S¨¦vign¨¦ informa de las ca¨ªdas en desgracia y de los ascensos de un sistema cuyo ¨²nico rasero era el capricho de Luis XIV. Lo inquietante de este epistolario es lo familiar que suena a quienes sepan algo de la pol¨ªtica espa?ola del siglo XXI, donde no hay reyes absolutos ni nobles con peluca, pero abundan los s¨¦quitos.
El caso Koldo deber¨ªa abrir un debate sobre los l¨ªmites y responsabilidades de esa figura cada vez m¨¢s nebulosa y escurridiza llamada asesor. Concebida como un apoyo auxiliar, m¨¢s t¨¦cnico que otra cosa, ha acabado convertida en muchos casos en algo parecido a una corte que rodea y blinda a los cargos p¨²blicos, asumiendo algunas de sus funciones (desde la escritura de discursos hasta la interlocuci¨®n informal con otros pol¨ªticos y actores de la sociedad). Son cargos de confianza, a menudo amigos y compa?eros de viaje del pol¨ªtico, que solo responden ante ¨¦l y de cuya contrataci¨®n apenas se rinden cuentas: son conocidos sus salarios, regulados mediante tablas y publicitados en el BOE, pero en la pr¨¢ctica su trabajo escapa a la fiscalizaci¨®n y se mueve en una informalidad parecida a la de los nobles franceses que caricaturizaba Madame de S¨¦vign¨¦.
Esto no quiere decir que los asesores sean rasputines o miembros de una conspiraci¨®n corruptora. La inmensa mayor¨ªa desempe?a labores rutinarias para la buena gesti¨®n p¨²blica. Los pol¨ªticos necesitan ayuda para tomar decisiones, y esa ayuda no siempre se la pueden prestar los funcionarios, porque requiere de un sesgo pol¨ªtico ajeno a lo puramente administrativo. Un asesor no es un cargo electo, pero tampoco es un trabajador p¨²blico que ha ganado una oposici¨®n. Dependen exclusivamente de la voluntad de quien les nombra, por lo que referirse a ellos como s¨¦quito no es despectivo, sino descriptivo. Como ya no estamos en tiempos del Rey Sol y la transparencia deber¨ªa ser un principio democr¨¢tico elemental, no tiene sentido que haya espacios de poder tan poco permeables a la mirada externa. Aprovechemos esta oportunidad para definir mejor su condici¨®n y sus l¨ªmites. Que no nos tengamos que enterar de lo que hacen por los cotilleos picantones que nos chiva Madame de S¨¦vign¨¦.
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