Cloacas reales: de Kate Middleton a RTVE
Las noticias falsas suceden porque las instituciones cuyo trabajo era decir la verdad ya no lo hacen. La posverdad no se soluciona con el ¡®fact-checking¡¯
Pensar que la posverdad es la proliferaci¨®n de noticias falsas es un error de bulto. Tampoco es el populacho defecando en las cloacas digitales. La posverdad es la ruptura del entramado que sosten¨ªa el sistema de confianza con el que acced¨ªamos al mundo y nos orient¨¢bamos en ¨¦l, discerniendo la verdad de la mentira. Ah¨ª reside la gravedad de la foto falsa de Kate Middleton. Sencillamente, la futura reina consorte no puede mentir, aunque pueda, por supuesto, tener intimidad. Lo que caracteriz¨® a Isabel II, explicaba Le Monde, fue su impenetrabilidad, esa impasibilidad aristocr¨¢tica que, unida a una f¨¦rrea voluntad de cumplir con su deber hasta el final, le permiti¨® sobrevivir siete d¨¦cadas y hacernos olvidar el anacronismo de la monarqu¨ªa mediante el ensue?o de la inmutabilidad de la instituci¨®n. Isabel II consigui¨® ser un misterio desde el comienzo de su reinado, en la era de los trenes de vapor, hasta su muerte, cuando ten¨ªa un smartphone y miraba Twitter.
Middleton tiene su personalidad y hace bien, pero hay una regla b¨¢sica que ninguna instituci¨®n debe saltarse: si mientes (y hoy proliferan las fuentes que distribuyen mentiras sistem¨¢ticamente), quiz¨¢s la pr¨®xima vez tampoco te crean. De hecho, muchos pensaron que el v¨ªdeo posterior confesando su enfermedad tambi¨¦n era un montaje. Para bien o para mal, la multiplicaci¨®n de relatos sobre un mismo hecho nos hace m¨¢s volubles a cambiar de opini¨®n. As¨ª lo cuenta la fant¨¢stica pel¨ªcula de Justine Triet, Anatom¨ªa de una ca¨ªda: las opiniones de los expertos, psic¨®logos y crimin¨®logos, igual de sesgadas conforme a prejuicios ling¨¹¨ªsticos, machistas o emocionales que las del resto, se mezclan con las percepciones y miedos de un ni?o. Y, sin embargo, es la opini¨®n del ni?o la que determina finalmente la verdad judicial. La pel¨ªcula es un retrato de ¨¦poca excepcional: al final, la verdad ni siquiera nos importa.
En la era de la inteligencia artificial, cuando desconfiamos de las im¨¢genes que vemos, la confianza deber¨ªa depositarse en la fuente que las suministra. Ante las declaraciones de Middleton, muchos pensaron: ?Y si nos enga?a otra vez? La ¨²nica defensa de su verosimilitud es que el v¨ªdeo lo hab¨ªa grabado la BBC. ?Pero qu¨¦ pasa si dejamos de creer en el emisor tradicional de las noticias, si dejamos de otorgarle autoridad? Comenzamos entonces a corroborar los hechos dentro de la tribu, en los perfiles que seguimos en Twitter, en nuestros l¨ªderes, y si a Feij¨®o o S¨¢nchez se les ocurre decir que algo es un fake, lo aceptar¨ªamos como verdad. Las fakes news suceden porque las instituciones cuyo trabajo era decir la verdad ya no lo hacen. Se produce as¨ª un desplazamiento inevitable: cuando las autoridades cambian, el mundo cambia. La posverdad no se soluciona con el fact-checking.
Es lo que nos jugamos con nuestra televisi¨®n p¨²blica, otra de las instituciones llamada a encarnar ese entramado de confianza. Son nuestro asidero, pero con tres presidentes en tres a?os, la vergonzosa pugna partidista por su control y la perenne inestabilidad, quien pierde es la ciudadan¨ªa. Que los medios p¨²blicos sean fiables es fundamental para sostener la democracia. Sencillamente, no podemos permitirnos perder la confianza en que podemos acceder a algo verdadero, en la idea de que la objetividad puede ser creada y compartida. Cuando no hay objetividad consensuada, todo vale para afianzar el poder de los de siempre. Pero el poder, en democracia, deber¨ªa ser nuestro: de los ciudadanos.
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