En defensa de Puigdemont, o algo as¨ª
No hay signo m¨¢s inequ¨ªvoco de que el l¨ªder de Junts ha aceptado su vulgar derrota pol¨ªtica que su regreso como cabeza de lista en unas elecciones auton¨®micas
El posible regreso de Carles Puigdemont a Catalu?a dif¨ªcilmente elevar¨¢ su figura pol¨ªtica. Como mito de Catalu?a, Puigdemont ocupa un lugar muy discreto. Compararlo con Llu¨ªs Companys o con Jordi Pujol ser¨ªa, por razones de distinta naturaleza, un ejercicio hiriente para Puigdemont. Compar¨¦moslo, pues, con el ¨²ltimo presidente de la Generalitat que regres¨® tras a?os de exilio. Josep Tarradellas pose¨ªa la fuerza moral de ser perseguido por una dictadura. Fuerza que qued¨® acreditada al ser su regreso a Catalu?a parte de un pacto de Estado que refundaba democr¨¢ticamente un pa¨ªs. Puigdemont llegar¨¢, si llega, a Catalu?a como consecuencia de una carambola electoral que oblig¨® a S¨¢nchez a perfeccionar, m¨¢s a¨²n si cabe, su arte de hacer lo correcto por las razones incorrectas.
Al regreso de Tarradellas lo amparaba un relato forjado a la luz de las mejores virtudes pol¨ªticas, como Jordi Pujol reconoce, con sorpresa retrospectiva, en sus Mem¨°ries. Al de Puigdemont no lo ampara ninguna narraci¨®n que no sea tan, pero tan, de parte que a su lado el himno de tu equipo favorito de futbol se convierte en un canto a la equidistancia.
A Puigdemont lo votar¨¢n desde luego centenares de miles de personas pero, a estas alturas, su figura encarna, si acaso, a unos pocos centenares de personas que tiran de su propio cabello para salir del pozo emocional al que cayeron en 2017. Tarradellas, en cambio, encarnaba la suerte institucional de una cultura y una lengua sometidas al yugo de m¨¢s de treinta a?os de fascismo.
Tarradellas, en fin, ten¨ªa voz moral. Puigdemont, tiene tuiter.
Ya paro. La comparaci¨®n es insoportable, m¨¢s aun si tenemos en cuenta que Tarradellas adquiri¨® categor¨ªa de mito m¨¢s por un deus ex machina que por su trayectoria pol¨ªtica. Y, sin embargo, es porque Puigdemont palidece ante Tarradellas que hay que celebrar su eventual retorno. Y es que una persona que no est¨¢ dispuesta a pasar ni un solo d¨ªa en la c¨¢rcel por la causa de la independencia de Catalu?a es alguien a quien yo comprendo perfectamente. Su ret¨®rica es ambigua, desde luego. Y no dejar¨¢ de serlo. Su obsesi¨®n por el poder, as¨ª como su desprecio por la autoridad moral, hacen imposible que no hable como si quisiera destruir Espa?a. Pero del mismo modo que ¡ªcomo dec¨ªa aquel refr¨¢n sefard¨ª¡ª no por decir ¡°fuego¡± arde la boca, tampoco por decir ¡°independencia¡± se rompe Espa?a. Puigdemont no puede dejar de pronunciar esa palabra que en alg¨²n momento muy temprano interioriz¨® y que ya no dej¨® de conjurar en ¨¦l, as¨ª como en muchos otros, alg¨²n tipo de bienestar personal al que no est¨¢ dispuesto a renunciar. ?Pero pasar ni que sea un ¨²nico y solitario d¨ªa en el talego por desfigurar Espa?a? Ni de broma. Olv¨ªdense de lo que dice y f¨ªjense solo en lo que hace. Puigdemont act¨²a teniendo muy claro que solo los locos o los tontos pisar¨ªan la c¨¢rcel por la independencia de Catalu?a. Y ahora, en un episodio m¨¢s de su magistral picard¨ªa disfrazada de alta pol¨ªtica, Puigdemont consigue adem¨¢s pactar la amnist¨ªa para aquellos que, a diferencia de ¨¦l, se hab¨ªan dejado pillar.
Pero si digo que comprendo a quien cree que la independencia de Catalu?a vale exactamente un total de cero d¨ªas de c¨¢rcel es porque yo pienso lo mismo de la unidad de Espa?a: vale cero d¨ªas de c¨¢rcel. Es una suerte de pacto impl¨ªcito de no agresi¨®n, el que Puigdemont establece con gente como yo. Un pacto, por lo dem¨¢s, del todo ininteligible fuera del manicomio en que se ha convertido la Catalu?a pol¨ªtica de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Y un pacto que otros compa?eros de generaci¨®n, sin ir m¨¢s lejos Oriol Junqueras, han rechazado porque s¨ª asumieron que val¨ªa la pena ir a la c¨¢rcel por intentar resquebrajar Espa?a.
Cierto es que Puigdemont ha estado refugiado en B¨¦lgica casi siete a?os. Pero no deducir¨ªa yo de semejante circunstancia que ¨¦l piense que la independencia de Catalu?a s¨ª vale siete a?os de exilio. Lo ¨²nico que inferir¨ªa es, en el fondo, una obviedad: una vida entera exiliado en un pa¨ªs de la Uni¨®n Europea en pleno siglo XXI es infinitamente mejor que un solo d¨ªa en una c¨¢rcel donde sea. En el fondo Puigdemont es, como todos los p¨ªcaros, una persona sensata y de orden. Y la prueba definitiva es que, tras declarar la independencia de Catalu?a y tras jurar haber destruido la unidad de Espa?a, Puigdemont se volvi¨® de nuevo pol¨ªticamente relevante en Catalu?a al contribuir a la formaci¨®n y estabilidad de un Gobierno¡espa?ol.
Y es que si no fuera por lo acomplejados que por fortuna nos sentimos los espa?oles, m¨¢s a¨²n los catalanes que no somos independentistas, deber¨ªamos concluir una cosa que de tan trivial se nos olvida, a saber, que no hay signo m¨¢s inequ¨ªvoco de que Puigdemont ha aceptado su vulgar derrota pol¨ªtica que su regreso a Catalu?a como un vulgar cabeza de lista que se presenta a unas anodinas, felices y vulgares elecciones auton¨®micas.
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