El ministro y los bombos

En Estella (y sin duda en otros sitios), por fiestas, los mozos hallaban diversi¨®n aporreando un bombo durante toda la noche; no dos ni tres, que ya ser¨ªan demasiados, sino en tal n¨²mero que convert¨ªan las horas tradicionalmente reservadas al reposo en una runfla de estruendos. Con suerte, el percusionista de turno era fumador y, mientras encend¨ªa un cigarrillo o le daba una calada, interrump¨ªa unos instantes su fren¨¦tica actividad. ?Qu¨¦ dicha la de los vecinos domiciliados en las afueras de la villa! Pero a lo que iba. Eran las dos de la madrugada y yo un ni?o muerto de sue?o. No pod¨ªamos pegar ojo, ten¨ªamos que madrugar, yo expres¨¦ mis quejas y mi padre, con buen criterio, sugiri¨® que apech¨¢ramos con la situaci¨®n y nos hici¨¦ramos los sordos, pues le constaba que, tiempo atr¨¢s, un visitante de fuera sali¨® al balc¨®n en pijama a protestar airadamente, amenazando con verter sobre los juerguistas un balde de agua, y a los cinco minutos tuvo asamblea de bombos y chiflas hasta el amanecer.

En caso de haber dispuesto de un canal de comunicaci¨®n, yo le habr¨ªa repetido al ministro ?scar Puente, de buena fe y con car¨¢cter de urgencia, el sabio consejo de aquel hombre humilde que fue mi padre. Quienes dan la murga al quejoso ministro con insultos saben ahora que sus palabras denigrativas llegan a conocimiento del receptor, ocasion¨¢ndole el deseado berrinche, de donde es f¨¢cil inferir que el ministro de piel fina y talante susceptible tendr¨¢ concierto de bombos mientras dure en el puesto. Yo vengo de una tierra donde, hace unas d¨¦cadas, a personas (tambi¨¦n socialistas) que ostentaban cargos p¨²blicos de menor rango que un ministro del Gobierno de Espa?a no s¨®lo las cubr¨ªan de afrentas, sino que las amenazaban, las agred¨ªan y, en casos que algunos nos resistimos a olvidar, las asesinaban. Mejor los bombos. ?Qu¨¦ pol¨ªtico actual no soporta los suyos, sobre todo si se deja ver con frecuencia en las redes sociales?