La boda de la furiosa impaciencia
El casamiento del alcalde de Madrid ocurre en un momento delicado para la ciudadan¨ªa en el que las exhibiciones de clase, poder e influencias sobran
Me doy mi garbeo ma?anero escuchando la radio como hac¨ªa mi suegro paseando entre las olivas. ?l no ten¨ªa auriculares, llevaba el transistor en la mano, sin eliminar la m¨²sica de los sonidos del campo. M¨¢s saludable, sin duda. Escucho las cr¨®nicas de sociedad de Mart¨ªn Bianchi, que me hacen sonre¨ªr. He seguido gracias a ¨¦l los preparativos de la boda del a?o, la de Mart¨ªnez Almeida y Teresita (siempre seg¨²n palabras del cronista) y la lista de bodas, que al parecer era p¨²blica. Ser¨¢ su manera de entender la transparencia. El problema de escuchar la radio en directo, a la antigua usanza, es que a cualquier descuido te pierdes un detalle esencial, y yo me qued¨¦ sin saber por qu¨¦ demonios aparec¨ªa en la lista de los novios algo referente a ¡°la zona de secado¡± del ba?o, una expresi¨®n que de desconocerla absolutamente ha pasado a ser familiar para m¨ª. Ahora oigo hablar de la zona de secado en cualquier esquina. Me gust¨® que narrando la boda el cronista dijera que no compart¨ªa eso de centrarse solo en se?alar la delirante psicomotricidad de los contrayentes a la hora de abordar el chotis, un baile sin duda desafiante, aunque puestos a practicar la ortodoxia castiza deber¨ªan haberlo bailado sobre un ladrillo. Visto lo visto, mejor sin ladrillo. Dijo Bianchi, no sin raz¨®n, que a ¨¦l le parec¨ªa m¨¢s escandalosa la elecci¨®n de la iglesia, San Francisco de Borja, por toda la simbolog¨ªa franquista que contuvo y contiene, funerales en honor a Franco, del funeral de Carmen Polo y as¨ª. Puede que lo m¨¢s chistoso fuera el tocado de Esperanza Aguirre o el pedete l¨²cido que llevaba su marido al volante, pero no lo m¨¢s destacable en una ceremonia en la que con golpes de humorismo ca?¨ª se envolvi¨® un soberbio mensaje pol¨ªtico.
Recordar¨¢n aquel primer alcalde que fue Almeida, tuvo su momento de campechan¨ªa. Fue breve. Parec¨ªa que se iba a saltar la aspereza partidista para abrazar ese talante acogedor que se le concede a esa figura local m¨¢s que a cualquier otra en pol¨ªtica, pero no, el partido llam¨® a rebato y Almeida se coloc¨® en primer tiempo de saludo. Escribi¨® Jordi Amat sobre el inevitable eco de la hist¨®rica boda de la hija de Aznar en la que El Escorial pretend¨ªa ser el escenario de un renovado sue?o imperial y acab¨® sirviendo de pase¨ªllo para tantos que luego entrar¨ªan en los juzgados como aquel d¨ªa en la bas¨ªlica. Pero la boda del alcalde de Madrid ocurre hoy en un momento delicado para la ciudadan¨ªa en el que las exhibiciones de clase, poder e influencias sobran porque dividen sociedades que est¨¢n tendiendo a agrietarse ideol¨®gicamente sin hacer pie ni encontrar puntos de encuentro. Es inaudito que el alcalde de una ciudad como Madrid, de la que se supone, o al menos de eso presumen, diversidad y tolerancia, no acogiera en su fiesta m¨¢s que a personas de la derechota, a personas de reconocida influencia econ¨®mica, a arist¨®cratas, y que para colmo esa demostraci¨®n imp¨²dica de clase se hiciera en el santo lugar de la ¨¦lite, en el meollo del cogollo que tan bien retrat¨® Longares en su novela Romanticismo, con su consabida cohorte de vasallos a las puertas del templo, creyentes en las leyes de la sangre, siempre prestos a aplaudir a reyes y marquesas. C¨®mo no adivinar una intenci¨®n extra?a en exhibir a una parte de la Casa Real, la que rodea al em¨¦rito, para que fuera jaleado en la calle y m¨¢s a¨²n dentro, en un ambiente que excluye a las Letizias que han distorsionado la idea que los mon¨¢rquicos tienen de la Monarqu¨ªa. Viva el Rey y su corte, viva Ayuso y la suya, viva un mundo que ya no es de ayer porque parec¨ªa caduco, pero lo est¨¢n reviviendo. Valle Incl¨¢n y Arniches en una misma funci¨®n en la que los personajes andan sacando pecho, excluyendo sin pudor a todo aquel que no pertenezca a esa ¨¦lite y todo ello alentado por una furiosa impaciencia por hacerse con el mando. Ese es el argumento de la obra: la impaciencia.
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