?Qui¨¦n manda en Euskadi?
El propio ¨¦xito electoral del nacionalismo vasco deber¨ªa sembrar dudas sobre su fortaleza
Lo que m¨¢s llama la atenci¨®n cuando vas al Pa¨ªs Vasco, es que all¨ª nadie manda. S¨ª, el lehendakari tiene poder, pero est¨¢ sometido a la voluntad del partido, como ha comprobado Urkullu y todos sus predecesores en el cargo. Bueno, pues entonces el poder real lo tiene el presidente del PNV. Pero Ort¨²zar, adem¨¢s de no tener el brazo metido en la gesti¨®n del gobierno auton¨®mico (con toda la influencia que eso conlleva), tampoco controla el partido con mano de hierro. Debe navegar el delicado equilibrio del ejecutivo del PNV, el Euzkadi Buru Batzar, que se re¨²ne cada lunes en la sede central del partido en Bilbao, y que, integrado por catorce hombres y mujeres, toma las decisiones de forma asamblearia. A su vez, estas personas deben lealtad a los ¨®rganos territoriales del partido, los gobiernos locales y las diputaciones forales, que son las que recaudan todos los impuestos. Y luego est¨¢n las comarcas y toda la estructura en forma de red que conecta administraciones, universidades, industria y cooperativas en multitud de nodos encargados de todo tipo de proyectos.
El poder est¨¢ diluido en un intrincado sistema circulatorio de venas y capilares institucionales, pero si algo no experimentas en el Pa¨ªs Vasco es sensaci¨®n de caos. La capacidad de decisi¨®n es difusa, pero la responsabilidad individual est¨¢ clara. Las piezas se mueven. Quiz¨¢s no con la rapidez que quisieran algunos, y de ah¨ª vienen los problemas del PNV para conectar con la gente joven.
Pero el resultado ha sido exitoso. Euskadi punt¨²a en lo m¨¢s alto, de Espa?a y toda Europa, en percepci¨®n de calidad de gobierno y confianza institucional. La coalici¨®n PNV-PSE uni¨® dos almas sociol¨®gicas vascas que, separadas por el dinero, el idioma y el Nervi¨®n, parec¨ªan irreconciliables. Y hay pocos parlamentos del mundo donde la oposici¨®n llegue a m¨¢s acuerdos con la minor¨ªa. Si en esta campa?a electoral se habla de sanidad y pol¨ªticas p¨²blicas, y no de trifulcas partidistas, es gracias a este modelo.
A una sociedad as¨ª, lo ¨²nico que no se me ocurrir¨ªa jam¨¢s ser¨ªa meterle un ¡°desfibrilador pol¨ªtico¡± como quiere Bildu. Porque la izquierda abertzale representa una concepci¨®n opuesta de la democracia. Desde fuera, tendemos a ver a PNV y Bildu como dos expresiones, una moderada y otra radical, de un mismo fen¨®meno: el nacionalismo. Y, sin duda, ambos partidos tienen un revestimiento nacionalista, pero es menos definitorio de lo que parece.
El propio ¨¦xito electoral del nacionalismo deber¨ªa sembrar dudas sobre su fortaleza. Si todo el mundo es nacionalista (tal vez lo ser¨¢n m¨¢s del 75% de los diputados del parlamento vasco tras el 21-A), es que entonces nadie es realmente nacionalista. El nacionalismo no es hoy la grieta pol¨ªtica fundamental.
El enfrentamiento entre PNV (junto a su coaligado PSE) y Bildu es entre dos filosof¨ªas pol¨ªticas: la consensual y la confrontacional. Frente a un mismo problema, como el encaje de una comunidad peque?a en un Estado grande, hay dos respuestas: el pacto o la lucha. Estos d¨ªas hemos recordado los ejemplos extremos de la cultura pactista de Jos¨¦ Antonio Ardanza y el terrorismo etarra. Pero la diferencia va m¨¢s all¨¢ de las propuestas de cada partido en cada momento hist¨®rico, sino que tiene que ver con la forma para alcanzarlas. Lo que separa al PNV y Bildu no es qu¨¦ quieren, sino c¨®mo lo quieren. El PNV busca el consenso, con una visi¨®n horizontal del poder, ya sea negociando con el ayuntamiento m¨¢s diminuto o con Madrid. Bildu persigue la confrontaci¨®n, con una perspectiva vertical, de imposici¨®n de la mayor¨ªa, ya sea en una diputaci¨®n foral o en el Congreso.
El PNV no s¨®lo respeta los pesos y contrapesos de la democracia, procedentes de la justicia, la pol¨ªtica o la propia sociedad vasca, sino que crea sus propios controles internos. Su capital pol¨ªtico descansa en el ejercicio autolimitado del poder. Por el contrario, Bildu quiere romper todas las cadenas que constri?en la soberan¨ªa popular, de los jueces a las empresas. En el fondo, ven al oponente pol¨ªtico en t¨¦rminos antag¨®nicos. Para el PNV, cualquiera es un potencial socio con el que transaccionar (incluso Aznar). Para Bildu, un rival al que derrotar ¨C democr¨¢ticamente. Ese es el progreso.
Bildu ha evolucionado. Le quedan pasos que dar: condenar con m¨¢s contundencia el terrorismo, colaborar en el esclarecimiento de numerosos asesinatos de ETA, y arrepentirse p¨²blicamente por el apoyo moral a la violencia. Pero es innegable el avance y, para muchos vascos, sobre todo j¨®venes, es una formaci¨®n normalizada. Hay tambi¨¦n un cambio en el perfil de sus votantes que, si hasta hace unos a?os, eran los propios de un partido antisistema ¨C por ejemplo, estaban muy insatisfechos con la democracia ¨C ahora presentan unas actitudes m¨¢s cercanas a las de un partido convencional.
Pero persiste una diferencia filos¨®fica. El PNV no s¨®lo acepta, sino que persigue activamente limitar el poder pol¨ªtico, mientras que Bildu busca un poder ilimitado, para transformar la sociedad de ra¨ªz. El problema de Bildu no es que vayan a traer el infierno, sino que piensen que pueden crear un para¨ªso.
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