?ltima palabra
En el arte de contar lo que menos importa es el contenido, la ejemplaridad o la trascendencia de lo que se cuenta, sino la forma
Desde que era ni?o me atrajo la gente que sabe contar las cosas bien. No hay que confundir esa virtud con las personas habladoras, con la gente que se abre, que es expansiva, comunicativa o carism¨¢tica. Y mucho menos equivocar el arte de narrar con la simpat¨ªa o la solemnidad. La narraci¨®n oral fue la primera de las disciplinas literarias del ser humano a partir de desarrollar un lenguaje m¨ªnimamente sofisticado. Uno se imagina a los grandes narradores en los tiempos anteriores a la escritura y comprende la gozosa admiraci¨®n que les reservaban sus paisanos. No hab¨ªa entonces premios ni medallas ni diplomas ni reconocimientos oficiales, y un buen contador lo que obten¨ªa era la atenci¨®n de su p¨²blico y quiz¨¢ un plato de comida y un vaso de vino por todo salario. Hoy quiz¨¢ la cosa se ha profesionalizado demasiado, as¨ª que tan solo en las sobremesas largas se puede llegar a degustar algo parecido a aquel placer antiguo. Como todo lo hemos convertido en negocio, hay gente que considera charlar una p¨¦rdida de tiempo. Muy al contrario, conversar es quiz¨¢ la m¨¢s desinteresada, absurdamente generosa y rentable de las actividades humanas.
Me he acordado de estas virtudes al saber de la muerte del entrenador de f¨²tbol C¨¦sar Luis Menotti. Hace m¨¢s de 15 a?os, por esos azares felices de la vida viaj¨¦ a Buenos Aires para cerrar la documentaci¨®n de una novela que estaba terminando. No me interesa demasiado el f¨²tbol, que me parece como todo lo dominante un poco abrasivo y sobredimensionado, pero uno de los protagonistas del libro era un futbolista y hab¨ªa que construirlo con elementos sacados de la realidad.
Esa prospecci¨®n me sirvi¨® para apreciar el oficio del f¨²tbol, pero alejarme sobre todo de la literatura a?adida, una supuesta l¨ªrica de gesta pero siempre esclava de la cosa menos interesante del deporte: el resultado. Me acompa?aba en el viaje un amigo que despu¨¦s de ser jugador durante a?os so?aba con convertirse en entrenador. Tra¨ªamos con nosotros alg¨²n tel¨¦fono de contacto con gente de ese mundo y nos atrevimos a llamar a Menotti, que nos cit¨® a cenar en un restaurante elegante en el que pidi¨®, nada m¨¢s sentarnos, un whisky. Cuando le trajeron un vaso lleno de hielo impidi¨® presto que le sirvieran interponiendo la mano abierta y le dijo al mozo: ¡°Pero hombre de Dios, ?me ha visto usted la rodilla hinchada? Ll¨¦vese todo este hielo, por favor¡±. En ese instante supimos que aquel tipo nos iba a caer bien.
Durante horas, hasta bien entrada la madrugada y de pie en la calle donde a¨²n trataba de convencernos para seguir en otro antro cercano la conversaci¨®n, no dejamos de re¨ªrnos con las an¨¦cdotas narradas por ese tipo que ten¨ªa un aire lejano a un Fern¨¢n G¨®mez flaco y espigado. Los futbolistas, directivos, agentes, preparadores eran tan solo personajes de una avalancha de relatos floridos, sorprendentes y llenos de gracia.
Una vez m¨¢s, se confirmaba que en el arte de contar lo que menos importa es el contenido, la ejemplaridad o la trascendencia de lo que se cuenta, sino la forma, la encantadora mezcla de palabra e im¨¢genes, de silencios y conclusiones, de la evocaci¨®n y el remate. Menotti gan¨® Argentina 78, pero aquella noche triunf¨® en otro terreno menos explicable y relevante. En esa distancia corta donde las personas se ganan la admiraci¨®n por c¨®mo le sacan brillo a esa joya llamada palabra. Descanse en paz.
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