Ad¨®nde ir¨¢n los votos que no damos
La abstenci¨®n es solo la letra peque?a de los resultados, pero cuando m¨¢s del 40% del censo se encoge de hombros, el problema no es de los pasotas
Se preguntaba V¨ªctor Manuel ad¨®nde ir¨¢n los besos que no damos, pero los analistas casi nunca se preguntan d¨®nde ir¨¢n los votos que no damos. Un clich¨¦ dec¨ªa que las abstenciones eran de izquierda, porque cuando la participaci¨®n era baja, ganaba la derecha. Sonaba a consuelo barato. Hoy, con parlamentos fragmentados, la cantinela ya no se sostiene. Sobre todo, cuando el PSC ha tenido los mejores resultados de su historia con una participaci¨®n del 57,94%.
Un gran pensador espa?ol dijo hace unos a?os que los abstencionistas no merec¨ªan vivir en un pa¨ªs democr¨¢tico, y propuso estabularlos hasta que el voto fuera obligatorio. La democracia dejar¨ªa entonces de ser liberal para devenir testicular: a votar por cojones. En ese sue?o, los pasotas ser¨ªan arrastrados a las urnas por la autoridad competente (como los ancianos de los asilos a los que las monjitas met¨ªan el voto en el sobre), pero una democracia solo puede serlo si permite a los ciudadanos inhibirse.
Yo me he abstenido algunas veces, y cuando lo coment¨¦ en una entrevista, un colectivo de abstencionistas me invit¨® a dar una charla. Declin¨¦, pues exponer las razones traicionar¨ªa mi silencio: si hubiera querido expresarme, habr¨ªa votado. Todos los votantes felices se parecen, los abstencionistas desgraciados lo son cada uno a su manera. Lo m¨¢s c¨®modo ser¨ªa enfadarse con ellos y mandarlos estabular, pero cuando la abstenci¨®n es tan alta como la del domingo, merece algo m¨¢s que un insulto ingenioso. Despreciar a quien se inhibe es como negar el derecho a existir de aquellos que nos molestan o no comprendemos, y una democracia cortada a nuestra medida ¡ªcomo la quiere Puigdemont¡ª se parecer¨ªa mucho a una dictadura: en una sociedad compleja y plural, la democracia deber¨ªa ser un traje inc¨®modo que encoge o viene grande.
Desafecci¨®n es una palabra fea que ha sustituido a la euf¨®nica desenga?o, que ha quedado para connotaciones sentimentales y ya no se usa en contextos pol¨ªticos. El desenga?o es una emoci¨®n definitiva: un desenga?ado casi nunca vuelve a enga?arse. En medio de la euforia por el posible cambio en Catalu?a y el triunfo indudable y rotundo de la estrategia de Pedro S¨¢nchez, los desenga?ados pueden pasar inadvertidos. Al fin y al cabo, la abstenci¨®n es solo la letra peque?a de los resultados, pero cuando m¨¢s del 40% del censo se encoge de hombros, el problema no es de los pasotas, sino de los que van a sentarse en los esca?os, que deber¨ªan preguntarse muy seriamente, aunque sea con m¨²sica de V¨ªctor Manuel, ad¨®nde ir¨¢n los votos que no les dieron.
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