?D¨®nde est¨¢n los intelectuales?
Zola y Proust destrozaron el antisemitismo franc¨¦s, en prensa y en prosa respectivamente, y por ello la historia les considera distintos
No es f¨¢cil decidir si la palabra de los intelectuales no es m¨¢s peligrosa que su silencio, a la vista del resultado de sus intervenciones desde el siglo XIX en adelante. La actitud del escritor ?mile Zola en defensa del capit¨¢n Dreyfus, de la que nacer¨ªa la figura, ha ocultado as¨ª, durante m¨¢s de un siglo, que la fantas¨ªa de creer que existen dos razas, dos categor¨ªas que dividir¨ªan a los seres humanos en arios y semitas, fue obra tambi¨¦n de un escritor, August Ludwig von Schl?zer, replicada despu¨¦s por otros escritores hasta convertirse en una opini¨®n social incontestable. En lugar de reclamar que intervengan los intelectuales, pensando en Dreyfus, ?no ser¨ªa mejor rogarles que, por favor, si la necesidad de protagonismo se lo permite, se abstengan de hacerlo, pensando en Von Schl?zer y tantos otros que dieron forma al prejuicio letal contra los jud¨ªos?
Las indagaciones acad¨¦micas acerca de ¡°lo ario¡± y ¡°lo semita¡± entraron en v¨ªa muerta a consecuencia del desprestigio que cosecharon ambos conceptos y tambi¨¦n la disciplina que les proporcion¨® su ¨²ltima formulaci¨®n, la ciencia de la raza. Algunos contados autores como Maurice Olender o, m¨¢s recientemente, Romila Thapar, regresaron sobre el asunto, pero no para retomar las especulaciones donde quedaron antes de 1945, sino para denunciar la precariedad de los fundamentos de una hip¨®tesis ling¨¹¨ªstica ¡ªlas lenguas, sosten¨ªa esa hip¨®tesis iniciada en tiempos de Von Schl?zer, se dividen en semitas e indoeuropeas¡ª que, bajo el impulso del nacionalismo, termin¨® proyect¨¢ndose sobre los rasgos biol¨®gicos de los individuos. Zola denuncia el sesgo que inspira la condena de Dreyfus, y ese es el motivo por el que su art¨ªculo en L¡¯ Aurore sigue resultando ejemplar: la justicia, denuncia Zola, no se ha impartido con imparcialidad ni independencia, al sustituir las pruebas que requer¨ªa el cargo de traici¨®n por un ¡°est¨²pido prejuicio¡±.
Del arraigo de ese prejuicio en la sociedad francesa de principios del siglo XX dar¨¢ cuenta otro escritor, Marcel Proust, quien, por lo general, no suele ser citado entre los intelectuales. A estos efectos, es, solo, un escritor. Seg¨²n recoge en diversos pasajes de ? la recherche du temps perdu, (En busca del tiempo perdido) la idea de que exista una raza jud¨ªa es moneda corriente en los ambientes m¨¢s dispares de Francia, desde los pretenciosos salones de la peque?a nobleza hasta los bajos fondos de la prostituci¨®n.
Al relatar una visita del narrador innominado de la Recherche al burdel parisino donde busca olvidar una adversidad amorosa, Proust escribe que ¡°el ama de aquella casa nunca conoc¨ªa a las mujeres por quienes preguntaba uno, y propon¨ªa otras que no me inspiraban deseo. Me alababa especialmente a una, y dec¨ªa de ella, con sonrisa henchida de promesas (como si fuese una cosa rara y exquisita): ¡°?Es una jud¨ªa! ?No le atrae a usted eso?¡± La ir¨®nica distancia con la que Proust desbarata el silogismo impl¨ªcito del ama ¡ªuna prostituta francesa, a juicio del ama, dejaba de ser eso, una prostituta francesa, y se transformaba en ¡°una cosa rara y exquisita¡±, por su condici¨®n de jud¨ªa¡ª resulta m¨¢s evidente cuando el ama insista ¡°con exaltaci¨®n necia y falsa, que ella cre¨ªa ser comunicativa y que casi acababa en un ronquido de placer: ¡°?Imag¨ªnese usted, una jud¨ªa: debe de ser enloquecedor!¡±
No es la ¨²nica ocasi¨®n en la que Proust se burla del prejuicio contra los jud¨ªos en la Recherche, ni tampoco el ¨²nico sarcasmo a cuenta de los franceses que le daban cr¨¦dito. En uno de los pasajes en los que evoca la polarizaci¨®n en torno al caso Dreyfus, Proust describe la sociedad como un caleidoscopio en el que ¡°los fil¨®sofos period¨ªsticos¡±, eso que ahora ser¨ªan nuestros columnistas y tertulianos, colocaban unos elementos u otros en el primer plano de las cambiantes convenciones que monopolizaban, y monopolizan, la conversaci¨®n p¨²blica. ¡°Todo lo jud¨ªo estuvo en baja, hasta la dama elegante ¡ªescribe Proust¡ª, y ascendieron a ocupar su puesto desconocidos nacionalistas. El sal¨®n m¨¢s brillante de Par¨ªs fue el de un pr¨ªncipe austr¨ªaco y ultracat¨®lico. Pero si en vez de ocurrir lo de Dreyfus hay guerra con Alemania, el caleidoscopio habr¨ªa girado en otra direcci¨®n. Los jud¨ªos habr¨ªan demostrado, con general asombro, que tambi¨¦n eran patriotas, no se habr¨ªa resentido su buena posici¨®n y ya nadie hubiese querido ir, ni siquiera confesar que hab¨ªa ido nunca, a casa del pr¨ªncipe austr¨ªaco¡±.
La profunda comprensi¨®n que demuestra Proust, no solo de la radical arbitrariedad del sentimiento contra los jud¨ªos, sino tambi¨¦n de su origen pol¨ªtico ¡ªvinculado, viene a decir, al ascenso de las fuerzas nacionalistas y ultracat¨®licas en Francia¡ª, se manifestar¨¢, adem¨¢s, en otro pasaje de la Recherche, en el que reclama el derecho a juzgar con franqueza a una persona de ascendencia jud¨ªa y a rehuir eventualmente su trato, no por pertenecer a ninguna raza, sino de acuerdo con los mismos criterios, exactamente los mismos, que observar¨ªa con cualquier otra persona, con independencia de su origen. El personaje de Bloch, cuya familia, jud¨ªa, pasa en las playas de Balbec aquel verano memorable de las muchachas en flor, no le resulta grato al narrador de la Recherche, tanto por su pedanter¨ªa como, sobre todo, por su artera voluntad de malmeter con Saint-Loup, su reciente amigo. Proust parecer¨ªa querer alejar del esp¨ªritu del lector cualquier equ¨ªvoco acerca de las razones de la antipat¨ªa del narrador de la Recherche, y es por ello por lo que, tal vez, relata un episodio cuya t¨¦cnica evoca el contrapunto del que se vale Cervantes para dar cuenta del problema morisco en el Quijote. Al igual que Ricote alabar¨¢ al rey Felipe III por haber adoptado una decisi¨®n tan sabia y tan justa como expulsar a los moriscos ¡ª?entre los que se cuenta el propio Ricote!¡ª, as¨ª Proust, mediante un h¨¢bil artificio narrativo, reproducir¨¢ expresiones degradantes para los jud¨ªos hurtando al lector la identidad de quien las pronuncia. ¡°Un d¨ªa est¨¢bamos los dos sentados [Saint-Loup y el narrador] en la arena de la playa, cuando o¨ªmos salir de una caseta de lona, a nuestro lado, imprecaciones contra el bullir de israelitas que infestaba Balbec. ¡°No se pueden dar dos pasos sin tropezarse con un jud¨ªo ¡ªcontin¨²a Proust¡ª. No es que yo sea irreductiblemente hostil por principio a la nacionalidad jud¨ªa, pero aqu¨ª hay ya pl¨¦tora de ellos. No se oye m¨¢s que: ?Eh, Efra¨ªm, mira, soy yo, Jacob! ¡°Parece que est¨¢ uno en la calle de Aboukir¡±. Creado el suspense acerca de qui¨¦n pueda expresarse de este modo, aunque induciendo a creer que deb¨ªa de ser un antidreyfusard, Proust lo resuelve mediante un giro que, en efecto, evoca el contrapunto cervantino. ¡°Por fin sali¨® de la caseta el individuo que tronaba contra los jud¨ªos ¡ªescribe¡ª, y alzamos la vista para ver al antisemita. Era mi camarada Bloch¡±.
La comparaci¨®n entre el art¨ªculo de Zola y los episodios de la Recherche en los que Proust se refiere al proceso contra Dreyfus, como tambi¨¦n, al asfixiante clima social contra los jud¨ªos que lo rode¨® gracias a los ¡°fil¨®sofos peri¨®disticos¡±, arroja una desconcertante paradoja. Proust, que destruye el mito contra los jud¨ªos mediante una nueva forma de novelar, que revolucionar¨ªa el g¨¦nero, es considerado sobre todo un escritor. Por su parte, Zola, tambi¨¦n escritor, es considerado sobre todo un intelectual, por haber publicado un art¨ªculo. La pregunta que por consiguiente urgir¨ªa responder, la pregunta que siempre habr¨ªa urgido, no es la de d¨®nde est¨¢n los intelectuales, porque la respuesta es sencilla: abundan en los peri¨®dicos. El problema es si tantos como les reclaman hablar se han preguntado si sabr¨ªan reconocerlos, distingui¨¦ndolos de un escritor.
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