Pasar al otro lado
Hoy las horas huelen a rastrojo de sombra. El d¨ªa destroza a tarascones lo que se ponga delante. Se acabaron los tiempos de so?ar

El d¨ªa est¨¢ terrible sin escr¨²pulos. Qu¨¦ le importan al d¨ªa la dicha o la desesperaci¨®n si el d¨ªa es una cosa inerte. Miro el cielo blanco como un cart¨ªlago. Cuando era chica me bastaba pensar que cuando creciera ser¨ªa una mujer francesa, que nadar¨ªa en el tr¨®pico, que ir¨ªa a discotecas de Nueva York usando tacos de 15 cent¨ªmetros y carm¨ªn violento, que vivir¨ªa en Bali, que conocer¨ªa el ?frica, que siempre habr¨ªa un caballo al que podr¨ªa montar. Esos pensamientos me hac¨ªan bastante feliz. Tambi¨¦n imaginaba una existencia simple: campos de arroz, mi choza, una hamaca, una mesa chica, un bote, un cuaderno de notas, el sol rindi¨¦ndose como un santo al atardecer. El mar, olor a peces, redes, los pies morenos, muelles sin orgullo, guijarros como pensamientos fr¨ªos, conversaciones con mujeres y hombres cuyos idiomas mayormente desconocer¨ªa, calles mojadas por el cauce blando de la ropa tendida. Hice algunas de esas cosas. Tuve muchas m¨¢s. No hay quejas. Pero hoy las horas huelen a rastrojo de sombra. El d¨ªa destroza a tarascones lo que se ponga delante: un rostro humano, un hocico. Se acabaron los tiempos de so?ar, dice el d¨ªa. Se acabaron los tiempos de creer. Ya no se vuelve a hablar de ostras y de reyes. Adi¨®s a la rima bien templada, a la memoria y a la miel, a la m¨²sica del tiempo. No m¨¢s silencio fragante. El d¨ªa esparce restos ¨®seos en su rol de asesino y muestra qui¨¦n manda. Y manda ¨¦l. De las epifan¨ªas, del galope de aquel coraz¨®n ¡ªque era el m¨ªo¡ª, queda poco. De lo que parec¨ªa triunfante, de lo que parec¨ªa invencible: queda poco. El d¨ªa, su rabia filosa, transporta con circunspecci¨®n la arquitectura yerta de lo que no fue, de lo que no se pudo, de lo que no ser¨¢. ¡°(¡) queda siempre un poco de todo¡±, escribe Carlos Drummond de Andrade, ¡°A veces un bot¨®n. A veces una rata¡±. Ya lo sabemos: las puertas del cielo se disfrazan de oscuridad. Hay que deslizarse con audacia, suavemente, pasar el t¨²nel y encontrar lo que queda. Porque la ausencia de ternura es el infierno.
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