Madridismo universal
Cuando los hinchas del Real Madrid sal¨ªamos de Wembley y nos un¨ªamos a esa procesi¨®n inacabable de peregrinos universales, sab¨ªamos que hab¨ªamos recorrido aquel camino hacia un santuario
Hay un lugar especial en la memoria donde habita, despoblado de toda tristeza, el d¨ªa en el que nace el amor por nuestro equipo de f¨²tbol. Ese d¨ªa, tradicionalmente, se remonta al instante preciso en el que hincha descubre la cancha de su equipo. Nadie olvida ni el murmullo ni los olores que rodearon el estadio la primera vez que lo visita, mientras los bombos retumbaban, los revendedores de entradas desesperadamente gritaban y los perros de la polic¨ªa ladraban. Pero, tras los sonidos y la parafernalia que rodeaban los proleg¨®menos del partido, ocurr¨ªa la m¨¢s feliz de todas las caminatas de un hincha, aquella que separaba la puerta del estadio de la tribuna, tras la que descubr¨ªa, por vez primera, la cancha y se enamoraba.
Con los a?os aprend¨ª que ese inicial enamoramiento sensorial, aquella pasi¨®n m¨¢s pr¨ªstina que usualmente ten¨ªa una v¨ªa descendente ¨Cque bajaba de mi abuelo a mi padre y de mi padre hacia sus hijos¨C, no era la ¨²nica manera en la que nac¨ªan los amores por los clubes de f¨²tbol. Los nuevos amores hab¨ªan encontrado v¨ªas alternas donde hab¨ªan comenzado a transitar pasiones de formas tan inusitadas como apabullantes. Los nuevos enamoramientos brotaron atizados por la televisi¨®n y la internet, los celulares y las redes sociales, las grandes competiciones globales y el glamur portentoso que las rodeaban; alterando inevitablemente los caminos convencionales de la g¨¦nesis del amor por un club de f¨²tbol. Desde esa forma ecl¨¦ctica y revolucionaria se fueron construyendo infinitos senderos paralelos que desafiaban los tradicionales ritos de iniciaci¨®n en el f¨²tbol, tan seductores y cautivantes como los caminos originarios, pero con alcances mundiales apenas imaginables.
Estos nuevos senderos se abrieron paso como un vendaval incontenible de desahogo frente a las miserias cotidianas de la humanidad. Brindaron un escape furtivo de la tristeza y la desgracia, de la guerra y la pobreza. Desde millones de pantallas en el planeta bajaba el consuelo del f¨²tbol como b¨¢lsamo que redim¨ªa y generaba devociones incontenibles que han traspasado fronteras, cordilleras, mares, religiones, razas, idiomas e ideolog¨ªas. As¨ª como se ha deconstruido la sociedad, los v¨ªnculos de pertenencia entre un club de f¨²tbol y sus aficionados, regados por todo el planeta, tambi¨¦n se han deconstruido, trazando nuevos caminos por los que peregrinan millones de fieles.
Por eso, cuando los hinchas del Real Madrid sal¨ªamos de Wembley el s¨¢bado por la noche y nos un¨ªamos a esa procesi¨®n inacabable de peregrinos universales, pose¨ªdos por el amor hacia la mayor f¨¢brica de ilusiones de nuestra ¨¦poca, el Real Madrid, sab¨ªamos que hab¨ªamos recorrido aquel camino hacia un santuario donde nuestra com¨²n pasi¨®n se hab¨ªa hermanado con la de miles de aficionados de toda ralea. Por un momento, eran indistinguibles nuestros pasaportes y linajes, y ¨¦ramos capaces de fundirnos en abrazos inacabables con tirios y troyanos cuya identidad y nacionalidad desconoc¨ªamos. Si Kant hubiera conocido el f¨²tbol, estoy convencido que no hubiese dudado en defender que la paz perpetua podr¨ªa haberse alcanzado desde estos nuevos rituales que desaparec¨ªan por momentos nuestras discrepancias ancestrales.
Todos esos peregrinos est¨¢bamos en medio de un trance religioso, en un ¨¦xtasis m¨ªstico que ten¨ªan tanto de nirvana como de para¨ªso celestial, dispersos e indistinguibles como arena en la playa, embotellados inevitablemente en Wembley Way, sin mayor remedio que compartir el camino por horas hasta conseguir tomar el tren. Entonces, as¨ª de atascados, si uno hac¨ªa el suficiente silencio, escuchaba tantos idiomas como los que se habr¨ªan hablado construyendo la Torre de Babel. Uno imaginar¨ªa que tal caos solo conducir¨ªa a la confusi¨®n y al extrav¨ªo de los peregrinos ¨Ccosa bastante lejana a la realidad¨C, porque era evidente que todos se comunicaban en otro lenguaje que reconoc¨ªan con la facilidad que se reconocen las cosas amadas, el del madridismo universal. ?No era acaso madridismo universal aquel que bajaba de los balcones de los edificios que rodeaban Wembley, cuando ni?os y j¨®venes ingleses nos miraban y desde un d¨¦cimo piso gritaban un ¡°hala Madrid¡± inconfundible? ?No era acaso madridismo universal ese con que uno tropezaba cuando, caminando a trav¨¦s de las mayoritarias banderas espa?olas en Wembley, distingu¨ªa con facilidad banderas de Argelia y T¨²nez, Marruecos y Nigeria, Egipto y Costa Rica, M¨¦xico y Colombia?
Pero ni siquiera ese caleidoscopio global de Wembley me prepar¨® para entender la dimensi¨®n de la celebraci¨®n del madridismo universal que encontr¨¦ cuando comenc¨¦ a seguir las noticias de la victoria del Madrid en todo el planeta. Explanadas repletas de madridistas en Hanoi y en Accra; coliseos en El Cairo, desbordados por miles de hinchas del Madrid que con bengalas en mano reclamaban como propia la Champions que hab¨ªa levantado Nacho (Fern¨¢ndez Iglesias) a miles de kil¨®metros. Calles enteras sitiadas por fan¨¢ticos del Madrid en Erbil; teatros tomados en Marruecos, donde solo se distingu¨ªa una frase: ¡°?As¨ª gana el Madrid!¡±; multitudes enardecidas en Argel, que gritaban el estribillo recurrente del ¡°campeones ol¨¦, ol¨¦, ol¨¦¡±; bares repletos en Lagos, San Francisco, Miami, Tegucigalpa, Los ?ngeles y Nueva York. Las escenas eran conmovedoras: mir¨ªadas de hinchas desenfrenados en las calles de Bombay, comparsas festivas con bombos en Sucre y fiestas sin ocaso en Manila. Y, aun as¨ª, nada m¨¢s conmovedor que las celebraciones de los madridistas en Palestina que sepa Dios en qu¨¦ condiciones festejaban la victoria en medio de una guerra fratricida. ?C¨®mo explicar entonces ese desborde popular que el madridismo universal hab¨ªa generado en tiempos de polarizaci¨®n social y violencia, guerra y populismo, terrorismo y desigualdad?
Quiero proponer una explicaci¨®n alternativa al madridismo universal contempor¨¢neo. Soy muy consciente del papel que cumplieron los gal¨¢cticos en la irrupci¨®n del Madrid en la cultura popular global, pero aquella explicaci¨®n me parece tan desangelada como falaz. Mi hip¨®tesis es que el madridismo universal de la ¨²ltima d¨¦cada nace como una promesa que ofrece un para¨ªso terrenal a sus aficionados. La promesa que se ofrece es certera desde la v¨ªa metaf¨ªsica del Real Madrid: habr¨¢ con mucha probabilidad una victoria futura, aunque sea sufrida y precedida de reveses temporales, pero victoria al fin.
Como en toda teolog¨ªa elemental, el para¨ªso no ser¨ªa accesible sino media el sacrificio y la angustia amenazante. El Real Madrid no ser¨ªa capaz de generar esta devoci¨®n urbi et orbi si solo coqueteara con la derrota, la mediocridad o la insignificancia. El Madrid promete la victoria, aunque tarde en llegar, pero promete siempre volver a la victoria, como el famoso tuit de Toni Kroos ¨Cquien comprendi¨® mejor que nadie lo que era el madridismo¨C tras la dolorosa derrota contra el Manchester City en 2023: ¡°El Real Madrid contraatacar¨¢¡±.
Ese sencillo, aunque atrevido modus vivendi, es el secreto para que haya generado esa atracci¨®n universal que no promete la victoria desde la placidez del que domina todas las circunstancias que rodean al juego. El Madrid promete la victoria rebel¨¢ndose frente a la adversidad, sin claudicar, manteniendo la convicci¨®n incluso cuando todo parezca torcerse ¨Ccomo la vida misma de la mayor¨ªa de los habitantes de este mundo¨C. Promete levantarse una y otra vez, sin agachar jam¨¢s la cabeza, cuantas veces haga falta. Finalmente, eso es lo que reza esa bandera enorme que siempre aparece en las finales: ¡°Hasta el final, vamos Real¡±.
Hist¨®ricamente, esa personalidad indomable del Madrid se gest¨® entre las remontadas de los setenta y ochenta del siglo pasado, cuando Valdano nos habl¨® del miedo esc¨¦nico que despertaba el Bernab¨¦u. Pero el mundo comenz¨® a presentir el nuevo alumbramiento de esa naturaleza inclaudicable del Madrid desde la amargura cuando contempl¨® c¨®mo uno de los mejores equipos que el Madrid haya tenido mordi¨® y trag¨® la derrota en tres semifinales consecutivas de Champions League entre 2011 y 2013, qued¨¢ndose en cada una de esas oportunidades al borde de la haza?a. Sin embargo, en esas derrotas duras estaba la simiente de la redenci¨®n final que llegar¨ªa con el gol de Ramos para ganar la D¨¦cima en Lisboa, cuando se consum¨® el renacimiento del esp¨ªritu indoblegable del Madrid. Desde entonces se han encadenado una serie de victorias casi improbables que solo han engrandecido m¨¢s su leyenda.
En la vida, siempre estamos enfrentados a la posibilidad del infortunio. La mayor¨ªa de nosotros no solemos dominar las desdichas que nos rodean. Por eso, cuando llegan, nos desarman y nos asolan con crueldad. As¨ª, la promesa del Madrid es tan escandalosamente atractiva porque sufre como todos, le asestan golpes a cara descubierta como a todos, le asolan desgracias impensadas como a todos, pero los desaf¨ªa como casi nadie y ¨Ccasi siempre, como casi nadie¨C consigue reponerse frente a la adversidad. Entonces, el solo hecho de que haya conseguido torcer la desgracia con tozudez admirable ofrece una fuerza de atracci¨®n adictiva para los mortales porque, aunque hermanado en la adversidad com¨²n que padecemos, consigue escapar de la desgracia que a muchos nos suelen acorralar sin remedio. Es precisamente en esa danza perpetua donde la victoria convive con la posibilidad de que todo puede derrumbarse ¨Cmenos la convicci¨®n de jam¨¢s claudicar¨C, la que ha conseguido que millones de hinchas en el mundo hayan generado un v¨ªnculo de pertenencia preternatural con el Real Madrid.
El madridismo universal ha demostrado incluso una v¨ªa de iniciaci¨®n ascendente que desaf¨ªa las convenciones futbol¨ªsticas. Ahora son los hijos y los nietos quienes evangelizan a los padres y a los abuelos, y han aprendido a amar al Madrid porque a sus ni?os los hace felices. Todos estos entusiastas hinchas del Madrid regados por todo el planeta ejercen de predicadores celosos y devotos que van prometiendo la redenci¨®n en millones de hogares donde haya un televisor o una pantalla que compartir. El amor por el Real Madrid se ha democratizado a tal extremo que solo estamos asistiendo a los albores de un fen¨®meno social cuyo alcance no estamos preparados para comprender todav¨ªa, m¨¢s a¨²n si el porvenir promete una consolidaci¨®n deportiva sin parang¨®n, donde los futbolistas m¨¢s talentosos renuncian a palacetes y pozos de petr¨®leo porque sue?an con recalar en el Madrid.
Este madridismo universal le debe much¨ªsimo al madridismo originario de quienes no adoraron las cenizas, sino que transmitieron el fuego, a pesar de arar durante muchas de d¨¦cadas en el desierto en competiciones internacionales. Mantuvieron vivos los rituales y las liturgias que hoy deben respetar con sigilosa observancia los peregrinos globales. Siento infinita admiraci¨®n por quienes en los tiempos m¨¢s oscuros de la historia del Real Madrid salvaguardaron la convicci¨®n y hoy disfrutan de la era m¨¢s plet¨®rica de victorias del club. Pero tambi¨¦n siento much¨ªsima admiraci¨®n por aquellos que, desde la lejan¨ªa y la pobreza, la guerra y la hambruna, en los rincones m¨¢s escarpados del planeta donde se agotan todos los d¨ªas las ganas de vivir y luchar, siguen con devoci¨®n inimaginable al Madrid. Para estos hinchas devotos que conviven con la desgracia cotidiana, el Madrid se revela como un para¨ªso terrenal donde les est¨¢ permitida la victoria y la alegr¨ªa. Es un consuelo que nadie les puede arrebatar.
Estoy convencido que el madridismo universal perdurar¨¢. No es un fen¨®meno ef¨ªmero que pasar¨¢ como pasan muchas de las grandes dinast¨ªas deportivas de moda que decidieron anclar su historia a una estrella en particular. Eso no es poca cosa. Los dirigentes y la afici¨®n del Real Madrid no solo han decidido colocar al equipo muy por encima de sus estrellas, sino convertirlo en la galaxia misma donde habitan las estrellas que vienen a nacer, brillar y extinguirse irremediablemente. Los gal¨¢cticos no lo son porque orbitan en su propia galaxia, sino porque son estrellas que orbitan alrededor de la galaxia del Real Madrid, donde pasaron y brillaron Di St¨¦fano y Pusk¨¢s, Ra¨²l y Zidane, Cristiano y Benzema y, donde brillar¨¢n y pasar¨¢n tambi¨¦n Vinicius y Mbapp¨¦. Solo el Madrid perdurar¨¢.
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