La extrema izquierda no existe
Se intenta desplazar el espectro ideol¨®gico para que degradar la educaci¨®n p¨²blica o cerrar centros de salud suene moderado
Hab¨ªa perdido ya toda esperanza cuando, por fin, observ¨¦ en la pantalla el n¨²mero que correspond¨ªa al que yo portaba en la mu?eca, y acced¨ª a la consulta. El m¨¦dico, un joven cuyas ojeras le resbalaban hacia las mejillas en plena madrugada, me tom¨® la tensi¨®n pacientemente y, ante mi mueca interrogante, respondi¨®: ¡°no te preocupes, la tienes mucho mejor que yo, que llevo aqu¨ª miles de horas¡±. Las se?ales de agotamiento se acumulaban tambi¨¦n en las enfermeras, los celadores contaban an¨¦cdotas de personal sanitario achacado de ansiedad cr¨®nica, pero lo que m¨¢s me sorprendi¨® fue la sinceridad de aquel doctor, quien, a pesar de la carga abrumadora de trabajo, visible asimismo en la cantidad de informes apilados sobre la mesa, intentaba a duras penas no desfallecer y hasta se permit¨ªa bromear con la situaci¨®n. Ambos sab¨ªamos que, de haber conseguido cita con el m¨¦dico de cabecera a la ma?ana siguiente, yo no habr¨ªa acudido a urgencias, pero mi infecci¨®n no pod¨ªa esperar los 10 d¨ªas de media que tarda la atenci¨®n primaria en ver a los enfermos, as¨ª que, desplegando cuanta amabilidad fui capaz, les agradec¨ª su dedicaci¨®n y luego me march¨¦ a casa, transformando por el camino esa cortes¨ªa y dulzura en rabia: se lo est¨¢n cargando todo, es un robo a mano armada ¡ªcavilaba. Dos meses m¨¢s tarde le¨ª que los sanitarios andaluces hab¨ªan protagonizado una huelga masiva.
El estado decr¨¦pito de la sanidad p¨²blica en mi comunidad aut¨®noma y en otros puntos de Espa?a nos habla de una agenda sistem¨¢tica con la que se persigue desmantelar el estado del bienestar en su conjunto y devolver a las ya precarizadas clases medias a su punto de partida: la miseria. Como vengo del futuro, Estados Unidos, no me resulta dif¨ªcil proyectar un escenario tan factible como aterrador en mi tierra: facturas m¨¦dicas impagables, mayor n¨²mero de gente arruinada y/o tirada en las calles y, en pura l¨®gica, una creciente inseguridad ciudadana que, a su vez, provoca la consabida segregaci¨®n por clases que torna no solo hostil, sino imposible, la convivencia. En la cima, la escueta ¨¦lite rapi?adora engordando sus bolsillos. En mitad de ese escenario, consecuencia directa de la implementaci¨®n de pol¨ªticas neoliberales a lo largo de d¨¦cadas, se est¨¢ produciendo un fen¨®meno de cariz discursivo que consiste en demonizar sistem¨¢ticamente a la izquierda a trav¨¦s de adjetivos como ¡°extremista¡± o ¡°radical¡±, a partir de los cuales se busca desplazar el espectro ideol¨®gico hacia la ultraderecha, de manera que degradar la educaci¨®n p¨²blica a base de recortes o cerrar centros de salud suene, sonrisa mediante, a moderado. La trampa sem¨¢ntica bebe de una estrategia de comunicaci¨®n trumpista fundamentada en mensajes hiperb¨®licos, cuando no totalmente falsos, heredados, adem¨¢s, del vilipendio que, durante la Guerra Fr¨ªa, sufrieron los movimientos sociales: cualquiera m¨ªnimamente concernido con la vida del otro es ¡°comunista¡±. No es preciso clarificar la absurdidad de tales clasificaciones, pues aqu¨ª nadie est¨¢ reclamando nacionalizar la banca ni expropiar a las grandes fortunas, pero da lo mismo: el da?o prevalece y se perpet¨²a igualmente en los medios y en las redes, sin ning¨²n filtro de sentido com¨²n.
El problema es que se trata de una gran mentira. Las izquierdas contempor¨¢neas, calificadas de peligrosos extremos que bordear¨ªan, en las versiones m¨¢s desvariadas, perfiles terroristas, no pasan de articularse como meros instrumentos socialdem¨®cratas para la preservaci¨®n de lo que hace poco no se encontraba a la venta: la sanidad o la educaci¨®n, por ejemplo. El Nuevo Frente Popular franc¨¦s, liderado por el insumiso Jean-Luc M¨¦lenchon, incluye en su programa medidas tan tibias como la subida del salario m¨ªnimo que compense la inflaci¨®n, la puesta en marcha de vivienda social en tiempos de especulaci¨®n inmobiliaria, o retornar a la edad de jubilaci¨®n previa a la reforma de Macron, 62 a?os. En cierto modo, sus propuestas, como las de buena parte de los sectores progresistas occidentales, se orientan hacia ¡°desfacer agravios y enderezar entuertos¡± ¡ªque dir¨ªa Cervantes¡ª relativamente recientes, asociados con la merma de derechos fundamentales y ese robo sa?oso a las mayor¨ªas: la p¨¦rdida de poder adquisitivo o del suelo firme estatal cuyos servicios sufren una demolici¨®n. En ese sentido, se podr¨ªa asegurar, contemplamos a unas izquierdas conservadoras tratando infructuosamente de salvar la casa, minimizar los estragos de sucesivas oleadas privatizadoras y necropol¨ªticas, en una actitud bastante m¨¢s defensiva que atacante. Por eso, en Estados Unidos son frecuentes las voces que anhelan restablecer el derecho al aborto a nivel federal, derogado por el Tribunal Supremo en 2022, o subir los impuestos a los ricos ¡ªquienes en su d¨ªa llegaron a pagar un 90% por ciertos tramos del impuesto sobre la renta¡ª; o en Espa?a se exige a las instituciones priorizar la seguridad habitacional frente al turismo que arrasa el tejido vecinal. Entre las pocas reivindicaciones faltas de un componente regresivo quiz¨¢ destaque la reducci¨®n de la jornada laboral, aunque ecos de esa posibilidad ya se hallaban en el pensamiento del economista brit¨¢nico John Maynard Keynes hace casi un siglo.
Del lado del ecologismo, se constata esa tendencia de dique de contenci¨®n de manera incluso m¨¢s n¨ªtida: con la finalidad de frenar la m¨¢quina y proteger m¨ªnimamente lo que a¨²n es salvable, los colectivos se organizan en torno a la conservaci¨®n de espacios naturales y la biodiversidad, el derecho universal al agua, o a la mera respiraci¨®n, teniendo como correlato internacional el Acuerdo de Par¨ªs y su objetivo de no sobrepasar el 1,5 ?C de calentamiento global, ya vulnerado, por cierto, durante los ¨²ltimos 12 meses. El extremismo, se deduce, cae entonces del lado de quienes ans¨ªan expandir la destrucci¨®n de la biosfera hasta l¨ªmites nunca antes vistos, tanto como la destituci¨®n de comunidades enteras, saqueadas en su potencialidad para vivir vidas dignas, bajo techo, provistas de agua corriente no contaminada por nitratos procedentes de la agricultura intensiva o las macrogranjas, con atenci¨®n sanitaria, alimentaci¨®n sana y asequible, empleo estable¡ ¡°lo de antes¡±, dir¨¢n algunos, pues estos privilegios actuales se parecen sospechosamente a garant¨ªas m¨ªnimas arrebatadas.
As¨ª como el ?ngel de la Historia del fil¨®sofo Walter Benjamin, nosotros tambi¨¦n miramos hacia atr¨¢s, pero esta vez movidos por las ganas de escudri?ar el crimen y cerciorarnos de que el pasado podr¨ªa contener muchas respuestas a las crisis contempor¨¢neas. Si, seg¨²n el escritor Miguel ?ngel Hern¨¢ndez, existe una ¡°nostalgia productiva¡±, aquella que logre contextualizar el tiempo pret¨¦rito en aras de, previa prospecci¨®n arqueol¨®gica, localizar herramientas que permitan vislumbrar un futuro m¨¢s halag¨¹e?o que el que pintan las derechas, no deber¨ªa acomplejarnos la siguiente confesi¨®n: las izquierdas, a grandes rasgos, hoy en d¨ªa son conservadoras. Su ¨²nica radicalidad, si acaso, brota de la ra¨ªz; es decir, es etimol¨®gica. Cualquier acusaci¨®n desbarrada que las sit¨²e en una hipot¨¦tica marginalidad civilizatoria peca de una ignorancia imperdonable respecto a los ¨²ltimos cien a?os de historia, o bien de una intencionalidad abiertamente ponzo?osa contra el bienestar comunal. Va siendo hora de impulsar un giro discursivo que esclarezca qui¨¦n est¨¢ firmemente a favor de la vida, y a qui¨¦n no le importar¨ªa ver agonizar a sus hijos en una larga lista de espera quir¨²rgica, o bajo las arenas de un pa¨ªs convertido en desierto. Solo as¨ª conseguiremos desembarazarnos de un estigma que enturbia la opini¨®n p¨²blica mientras los ladrones contin¨²an perpetrando el delito definitivo.
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