Los que se quedan
El verano y el veraneo son como las navidades pero con helados: un tiempo en el que es obligatorio pas¨¢rselo bien.
Darse un chapuz¨®n nada m¨¢s despertar, coger cangrejos con un cubo de pl¨¢stico a las doce de la ma?ana, dormir una siesta del carnero con la barriga llena de camarones y vino blanco a la una y media, encontrarse con On¨¢n a las cuatro y cuarto, comer un bocadillo de bacon-queso a las seis, jugar a las palas sobre la arena a las seis y media, saborear un helado de nata con nueces a las siete, beberse un gin-tonic bien cargado de hielo a las diez o cantar a grito pelado ¡°Ave Mar¨ªa cu¨¢ndo ser¨¢s m¨ªa¡± a la medianoche son...
Darse un chapuz¨®n nada m¨¢s despertar, coger cangrejos con un cubo de pl¨¢stico a las doce de la ma?ana, dormir una siesta del carnero con la barriga llena de camarones y vino blanco a la una y media, encontrarse con On¨¢n a las cuatro y cuarto, comer un bocadillo de bacon-queso a las seis, jugar a las palas sobre la arena a las seis y media, saborear un helado de nata con nueces a las siete, beberse un gin-tonic bien cargado de hielo a las diez o cantar a grito pelado ¡°Ave Mar¨ªa cu¨¢ndo ser¨¢s m¨ªa¡± a la medianoche son placeres certificados por el laboratorio mundial del desahogo. Sin embargo, poco se habla del gusto inefable, de la paja cerebral y ocular que puede suponer una llorera bien echada. Agosto es el mejor mes para el llanto, porque, se ponga como se ponga T. S. Eliot, es el m¨¢s cruel, sobre todo para los que no pueden verter sus l¨¢grimas en el agua del mar. Agosto es un mes en el que los huecos que dejan los veraneantes que abandonan la urbe se llenan de fantasmas que son memoria y deseo; entonces los dolores parecen metidos en una piedra de ¨¢mbar: uno se puede permitir el lujo de mirarlos desde muchos ¨¢ngulos, recrearse en ellos de una forma morbosa, s¨¢dica, masoquista y, finalmente, placentera.
No s¨¦ qu¨¦ clase de bloqueo emocional me tiene secuestrada este a?o, pero yo llevo sin llorar desde enero, cuando una deprimente tarde invernal me met¨ª en el cine Verdi de la madrile?a calle de Bravo Murillo y vi Los que se quedan, de Alexander Payne. La pel¨ªcula narra la historia de un muchacho que se ve obligado a quedarse una Navidad en el internado de ¨¦lite que le paga su familia. ?l intenta evitar pasar solo las fiestas de todas las formas posibles, pero se da por vencido cuando, tras visitar a su padre (un enfermo mental internado en un psiqui¨¢trico) llama a su madre para que le rescate y comprende que ella no quiere verle. Acaba de casarse con otro hombre y lo ¨²ltimo que desea es que ese molesto v¨¢stago de una vida anterior lastre su nueva existencia. Algunas llamadas telef¨®nicas pueden ser demoledoras.
Yo nunca olvidar¨¦ aquella madrugada en la que son¨® el tel¨¦fono en la casa de veraneo de Sanxenxo. Todos dorm¨ªamos, y el timbre agudo de un viejo Heraldo no cej¨® en su empe?o hasta que por fin mi abuela, una mujer enorme de m¨¢s de cien kilos, arrastr¨® sus pies por el gres para finalmente musitar un ¡°diga¡±. Alguien explic¨® algo terrible al otro lado, y unos alaridos desgarrados de dolor despertaron a toda la casa y aceleraron el amanecer. Lo siguiente que recuerdo es a mi madre explicarme que mi primo vendr¨ªa a pasar el mes conmigo.
Tengo un recuerdo n¨ªtido de aquellas semanas: por la ma?ana ¨ªbamos a buscar cangrejos a las rocas, donde las mariscadoras mazaban pulpos como aut¨¦nticas luchadoras de wrestling; por las tardes, a la hora de la siesta, hac¨ªamos sombras chinescas contra las paredes para justo despu¨¦s bajar a la playa a jugar a las palas, comernos un bocadillo de mortadela y un helado rosa con forma de pinrel u otro negro relleno de sangre con sabor a mermelada. Una noche, mi abuela nos llev¨® a tomar picatostes a un hotel con una terraza desde la que se ve¨ªa toda la bah¨ªa. Un hombre tocaba en un piano el Concierto de Aranjuez. Recuerdo mirarla de reojo y comprobar horrorizada lo que ya me esperaba: estaba llorando hacia adentro, mirando al mar para que mi primo no la viese. En Los que se quedan, el chico que se ve forzado a pasar las fiestas en su internado acaba creando un v¨ªnculo ins¨®lito e irrompible con el ¨²nico profesor que convive con ¨¦l esos d¨ªas y con la oronda cocinera negra que cocina para los dos, cuyo hijo acaba de morir en Vietnam.
El verano y el veraneo son como las Navidades, pero con granizados: un tiempo en el que es obligatorio pas¨¢rselo bien. Quien lo pasa mal se siente desubicado, sordamente desgraciado, avergonzado de no participar de las glorias que a otros parecen haberles tocado. Mi primo y yo jam¨¢s hablamos de por qu¨¦ vino a pasar con nosotros aquel mes. Nunca le vi llorar.