La escalera cero
Lo ¨²ltimo que me gustar¨ªa es que nadie pudiera acusarme de ser ¡°agente gentrificador¡±
Es 1 de agosto y yo ya he ido de vacaciones y ya he vuelto. Y al volver, como hacen muchos mortales so?adores, he cambiado mi foto de perfil en el Whatsapp. El pelo mojado y repeinado hacia atr¨¢s me brilla bajo el sol ¡ªgotas de agua cant¨¢brica resbal¨¢ndome por la espalda. Estoy envuelta en una toalla de rayas que da solo un toque marino m¨¢s al perfecto escenario de fondo: el edificio principal de un club de regatas de formas racionalistas que emula la proa de un barco es el v¨¦rtice superior de un tri¨¢ngulo imaginario recortado contra un cielo azul. Abajo a la izquierda se extiende una piscina artificial (privada) con fondo de teselas celestes rodeada de hamacas multicolores; en lado inferior derecho, unas rocas y un dique m¨¢s antiguo que el mundo delimitan una piscina natural (y p¨²blica) en la que dos o tres ba?istas chapotean en unas aguas cristalinas. Salta una notificaci¨®n en el m¨®vil el d¨ªa que regreso a la oficina: ¡°?En qu¨¦ ignoto rinc¨®n de la Riviera francesa te tomaste esa foto tan maravillosa?¡±.
En la base del tri¨¢ngulo posa servidora, sentada en una escalera de piedra cuya barandilla inmaculada (menos aristocr¨¢tica que la de La Concha de San Sebasti¨¢n pero mucho m¨¢s entra?able) podr¨ªa darle una pista definitiva al observador m¨¢s agudo. Como un pol¨ªtico encantado de conocerse en una rueda de prensa, pienso: ¡°Me alegro de que me haga esa pregunta¡± porque intent¨¦ saber lo m¨¢s posible sobre ese rinc¨®n fant¨¢stico, con tantos planos sociales y visuales superpuestos que parece una ideaci¨®n de Moebius. A ese rinc¨®n sobre el que tanto me inform¨¦ acud¨ª de forma casi maniaca a ba?arme todas y cada una de las ma?anas de mi estancia vacacional. Siempre me invade el carpe diem en forma de curiosidad cuando tengo tiempo libre pero mucho m¨¢s ahora que arrecian las voces que dicen que los ¡°turistas masivos¡± (es decir, los que no podemos costearnos estancias en hoteles de cinco estrellas, ni disponemos de tiempo para llegar a destinos remotos en Orient Express) tenemos la culpa de que los empresarios de la hosteler¨ªa mal paguen a sus empleados, de que los grandes fondos de inversi¨®n especulen con la compra/venta de pisos que deber¨ªan ser viviendas y de que el Gobierno no regule de forma severa el precio de los alquileres en los lugares donde el mercado est¨¢ ¡°tensionado¡±. Ahora que, coincidentemente (y convenientemente) empieza a ser enormemente popular la idea de que viajar est¨¢ sobrevalorado y que los ¡°lugare?os¡± de los lugares m¨¢s hermosos (y por tanto m¨¢s privilegiados) tienen derecho pleno a sentirse molestos por la presencia de muchos visitantes no tan afortunados con sus lugares de residencia habitual, a m¨ª me ha entrado la prisa de (parafraseando a Walt Whitman) ¡°extraerle todo el meollo a la vida¡± cuando viajo, no sea que se confirme que la cosa de desplazarse se va a convertir en lo que un d¨ªa fue: un lujo reservado a las ¨¦lites.
Para las ¨¦lites y sobre un paraje que hab¨ªa sido p¨²blico mont¨® un se?or muy avispado el balneario que en el siglo XIX ocup¨® el lugar en el que me hice mi foto de perfil, balneario que, cuando qued¨® abandonado en los a?os treinta, otro listo de la vida convirti¨® en sociedad privada para aficionados a la vela. Desde 2008, ese rinc¨®n que la mayor parte del siglo XX fue privilegio de una minor¨ªa es accesible a absolutamente todo el mundo. Y se puede acceder a ¨¦l precisamente desde el lugar donde yo me hice la foto. La escalera cero de la playa de San Lorenzo es el Aleph de una ciudad indescriptible, hermosa y a la vez fea, obrera y al mismo tiempo burguesa, cuya playa gigante, abraza masas desde que los primeros veraneantes entendieron que ba?arse en el mar es un aut¨¦ntico lujo que sucesivos alcaldes generosos pusieron al alcance de cualquier mortal so?ador mediante rampas numeradas. Al que me pregunt¨® por la foto del Whatsapp le dije: ¡°S¨ª, s¨ª, es Cap d¡¯Antibes. El lugar donde Scott Fitzgerald puso de moda el bronceado junto a Zelda¡±. Lo ¨²ltimo que me gustar¨ªa es que nadie pueda acusarme de gentrificar Gij¨®n.
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