Mujeres, peque?as, negras, miopes y de oro

Tres suspiros, dos canastas y media brazada les quedan a los Juegos Ol¨ªmpicos de Par¨ªs. Los atletas de sof¨¢ tendr¨¢n que esperar cuatro a?os m¨¢s para volver a convertirse en expertos en todo, de halterofilia a taekwondo. Aunque hoy los atletas de sof¨¢ son m¨¢s atletas de autob¨²s, de oficina o de tumbona. Llevar una pantalla en la mano cada minuto del d¨ªa hace que nuestro consumo de lo fugaz resulte instant¨¢neo y repetitivo, algo que se ha hecho notar en estos Juegos, los m¨¢s conectados de la historia. Pero claro, ver saltos y canastas no es muy compatible con la vida laboral, y tanta conexi¨®n nos pasa factura. Los estadounidenses lo han confesado: uno de cada cuatro reconoce que su productividad ha bajado desde que la llama-globo ol¨ªmpica se encendi¨® el pasado 26 de julio. Y la NBC, la cadena que retransmite las pruebas en EE UU, se lo toma tan en serio como a guasa: ¡°Nuestro objetivo es hacer al pa¨ªs improductivo durante todo el d¨ªa¡±, ha declarado a Reuters su productora ejecutiva de los Juegos, Molly Solomon. Se han dejado 7.650 millones de d¨®lares en derechos, as¨ª que la vagancia les viene estupendamente.

Improductivos somos todos. Porque a ver qui¨¦n se pone a hacer media tarea con Simone Biles y sus 142 portentosos cent¨ªmetros dando vueltas por las barras, o los 45 kilos de Rebeca Andrade brincando sin fallos por el suelo mientras suenan los primeros acordes de Run the World (Girls), de Beyonc¨¦. M¨¢s all¨¢ de alg¨²n miembro viril tropezando entre p¨¦rtiga y list¨®n y de se?ores turcos que disparan pistolas con una mano en el bolsillo y unos tapones de farmacia, el protagonismo de estos Juegos se lo llevan estas peque?as mujeres que no han parado de sonre¨ªr y de hacerse la ola, incluso literalmente, las unas a las otras.

Sigue maravillando ver a Biles, a?o tras a?o (qu¨¦date hasta Los ?ngeles 2028, por favor), y ahora tambi¨¦n a Andrade, crear movimientos con su cuerpo que no caben en ninguna cabeza. Pero maravilla a¨²n m¨¢s ver c¨®mo esas mujeres, de 27 y 25 a?os, respectivamente, que ni siquiera hablan el mismo idioma, se admiran mutuamente y, adem¨¢s, p¨²blicamente. Se comunican por gestos, por sonrisas, se aplauden y, por supuesto, se pican, que para algo son deportistas de ¨¦lite, pero de la forma m¨¢s pura de los Juegos, desde la admiraci¨®n. Una forma de entender el deporte en femenino, al fin, de manera sana, l¨®gica. Sororidad ol¨ªmpica.

Tres mujeres negras en un podio, el de suelo, compartiendo medallas y admiraci¨®n. Lleg¨® hasta la sala de prensa, donde las estadounidenses calificaron a la brasile?a de ¡°un lujo para la vista¡±, de ¡°icono¡±. Ninguna lo ha tenido f¨¢cil, las dos lo saben, han apostado sus vidas para esto, y ahora en las redes nos emocionamos con estos logros ¨²nicos. El mundo ama a la nueva Biles, sonriente tras la tormenta, y a la pizpireta Andrade. Ver sus repeticiones, sus memes o c¨®mo se mandan besos desde nuestras pantallitas de vidrio es el verdadero deporte del verano.

Mujeres de veintipocos se han convertido en trending topic por conseguir naturalizar cuestiones que hasta hace unos a?os quedaban lejos del deporte y mucho m¨¢s de una cita ol¨ªmpica. Simone Biles, igual que su compa?era Suni Lee, han hecho ver que la salud mental es tanto o m¨¢s importante que la f¨ªsica, y que hay que parar cuando toca. Hasta han contado con un perro, Beacon, estrella de X, para darles apoyo emocional. Normalizar en un megaevento tan televisado y con presencia constante en las redes resulta refrescante.

Rebeca Andrade ha escalado sus propias monta?as, m¨¢s all¨¢ de las de la pobreza de su Guarulhos natal. No se ha alisado el pelo para competir, como tantas mujeres negras llevan haciendo d¨¦cadas en pos de una imagen m¨¢s occidentalizada, sino que mantiene sus rizos y sus trenzas en un mo?o que no se menea salto tras salto. Mientras se prepara para la prueba, piensa en las recetas que preparar¨¢ de vuelta a casa. Necesita gafas, como demostr¨® para comprobar en el marcador que se estaba colgando un oro. En alguna entrevista ha contado entre risas que no est¨¢ c¨®moda con lentes de contacto, que no ve nada de nada cuando se sube a la barra de equilibrio. As¨ª que baja y, tan pichi, se pone sus gafas y hace simbolitos de corazones ante unos espectadores que, lejos de re¨ªrse, aplauden emocionados su normalidad de oro.