Venezuela, los pasos y el galope
Es reprochable que Rodr¨ªguez Zapatero no se pronuncie sobre lo que ha visto como observador en las elecciones. Las palabras y los silencios de un expresidente del Gobierno espa?ol afectan al prestigio de la democracia espa?ola
El uso partidista de las relaciones con la Venezuela del r¨¦gimen autoritario de Nicol¨¢s Maduro no contribuye a fortalecer la posici¨®n internacional de Espa?a en Am¨¦rica Latina, una regi¨®n que, junto con el Mediterr¨¢neo y la pol¨ªtica europea, deber¨ªa constituir el n¨²cleo m¨¢s estable de nuestra acci¨®n exterior. As¨ª fue desde el comienzo de la transici¨®n hasta el momento en que el giro atlantista de las Azores, fruto de un voluntarismo que mezclaba a partes iguales la ideolog¨ªa y la vanidad, destruy¨® el arduo trabajo diplom¨¢tico que llevaron a cabo los tres primeros presidentes de la democracia. Desde entonces, la reconstrucci¨®n de la posici¨®n alcanzada por Espa?a en la ¨²ltima d¨¦cada del siglo pasado nunca ha sido completa. Primero, porque recuperar la fiabilidad y el prestigio una vez que se pierden no resulta f¨¢cil en el ¨¢mbito internacional. Pero segundo, y m¨¢s grave, porque la extravagante idea de hacer de Espa?a la cabeza de puente de Estados Unidos en la Uni¨®n Europea llev¨® a creer, incluso entre algunos actores destacados de la pol¨ªtica exterior, que el inter¨¦s nacional depend¨ªa en exclusiva de las decisiones pol¨ªticas del gobierno de turno, con independencia de factores m¨¢s estables como la geograf¨ªa, el desarrollo econ¨®mico, las percepciones colectivas o las alianzas consolidadas.
El giro atlantista de las Azores afect¨® al papel de Espa?a en la UE al colocarla en una posici¨®n exc¨¦ntrica respecto de los equilibrios internos, y solo en los ¨²ltimos a?os ha sido posible recuperar influencia gracias a iniciativas pol¨ªticas de fondo en el Consejo y tambi¨¦n al retroceso de Italia por la adscripci¨®n ideol¨®gica del Gobierno de Giorgia Meloni. Por lo que respecta al Mediterr¨¢neo, el giro atlantista propici¨® un retorno a lo que el autor del ¨²ltimo gran dise?o de las relaciones exteriores de Espa?a, Fernando Mor¨¢n, llamaba el africanismo, esto es, un g¨¦nero de pol¨ªtica en el que los avances en las relaciones con Marruecos deterioran de manera autom¨¢tica las relaciones con Argelia, y viceversa. Los destrozos provocados entonces no han encontrado acomodo todav¨ªa, debido, entre otras razones, a la persistencia de dos controversias de alcance geoestrat¨¦gico como son el futuro del S¨¢hara y la negaci¨®n de los derechos de los palestinos por parte de Israel, entre los que los Acuerdos de Abraham establecieron un v¨ªnculo dif¨ªcil de gestionar para Espa?a. Por ¨²ltimo, el giro atlantista afect¨® a las relaciones con Am¨¦rica Latina porque acab¨® proyectando la profunda divisi¨®n ideol¨®gica que padece el continente a la lucha pol¨ªtica en nuestro pa¨ªs.
En la crisis de Venezuela, el Gobierno espa?ol se ha alineado con los pa¨ªses que reclaman la presentaci¨®n de las actas que permitir¨ªan conocer el resultado electoral y, adem¨¢s, el fin de la represi¨®n contra los opositores, saldada con una veintena de v¨ªctimas mortales y centenares de detenciones. Ir m¨¢s all¨¢, como pretende el PP al exigir que se reconozca al candidato de la oposici¨®n, es incurrir en una pr¨¢ctica que puede acabar volvi¨¦ndose contra los dem¨®cratas en Venezuela y en todo el mundo: validar al margen de los procedimientos institucionales de un pa¨ªs algo tan decisivo como es la elecci¨®n de su jefe de Estado. Entre denunciar la manipulaci¨®n de las instituciones perpetrada por el Gobierno de Maduro y reconocer desde fuera al candidato de la oposici¨®n media una distancia que, de no ser recorrida por sus pasos, puede conducir a un enfrentamiento abierto entre las partes. De las declaraciones de los portavoces del PP se desprende que su estrategia consiste en recorrer esa distancia al galope, y no tanto porque, en su an¨¢lisis, las consecuencias previsibles sean las mejores para Venezuela y para Espa?a, sino porque pueden ser instrumentalizadas, piensan, contra el Gobierno de Pedro S¨¢nchez.
La precipitaci¨®n con la que pretende actuar el Partido Popular no es, con todo, el ¨²nico riesgo en el tratamiento de la crisis venezolana; el otro riesgo reside en no recorrer en absoluto la distancia entre la denuncia de Maduro y el reconocimiento de Edmundo Gonz¨¢lez. Es el riesgo al que se estar¨ªa exponiendo el expresidente del Gobierno Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero. La variada rumorolog¨ªa acerca de su relaci¨®n con el r¨¦gimen venezolano no deber¨ªa sustituir el an¨¢lisis m¨¢s sustancial de la dif¨ªcil posici¨®n institucional en la que ¨¦l mismo se ha colocado y, de rebote, ha colocado a Espa?a. Y no solo ahora, al guardar silencio cuando todos los observadores han hecho p¨²blicos sus informes, sino antes tambi¨¦n, al aceptar en su momento formar parte de los organismos, fundaciones y personalidades a los que Maduro permiti¨® ser testigos del desarrollo de las elecciones. Al asumir la tarea de observador, el expresidente adquiri¨® un compromiso impl¨ªcito: avalar el proceso, si esa hubiera sido su conclusi¨®n, o denunciarlo, si advirti¨® indicios de fraude. Lo que no es posible es que el papel de observador que acept¨® se transforme sobre la marcha en el de mediador, como sostienen quienes tratan de justificar su silencio. Entre otras razones porque el silencio del expresidente ha ratificado la desconfianza de la oposici¨®n venezolana, y en esas condiciones no parece en principio viable que encabece ninguna mediaci¨®n.
Antes de que comenzara el proceso electoral, la Uni¨®n Europea fue vetada como observadora. Puede que el expresidente Zapatero se esforzara para que el r¨¦gimen de Maduro levantara el veto, pero desde el momento en que no fue levantado, ¨¦l, como expresidente de un pa¨ªs europeo, ten¨ªa que haber expresado de manera inequ¨ªvoca la jerarqu¨ªa de sus lealtades institucionales: permanecer como observador, en aquel momento, significaba que su lealtad europea no era la primera. Cuando, despu¨¦s, una delegaci¨®n del Partido Popular no recibi¨® autorizaci¨®n para entrar en Venezuela, el dilema acerca de la jerarqu¨ªa de lealtades se reprodujo y, al igual que en el caso de la Uni¨®n, puede que el expresidente tambi¨¦n realizara gestiones y que las gestiones fracasaran. En este caso, la posici¨®n institucional del expresidente le obligaba cuando menos a alg¨²n tipo de declaraci¨®n porque, intentaran o no hacer de su gesto un espect¨¢culo, lo cierto es que los diputados populares no dejaban de ser por ello miembros del Parlamento espa?ol. Rodr¨ªguez Zapatero tampoco ha hablado, por ¨²ltimo, cuando los dirigentes del Grupo de Puebla han ido denunciando cada vez con m¨¢s contundencia el fraude electoral en Venezuela.
Llegados a este punto, carece de sentido seguir especulando acerca de por qu¨¦ calla Zapatero. De lo que se trata es, por el contrario, de exigirle que culmine la misi¨®n que acept¨® realizar, a pesar de todos los riesgos que la sobrevolaban. Que el expresidente Zapatero no se pronuncie sobre lo que ha visto en Venezuela es reprochable por m¨²ltiples razones. Unas, las m¨¢s importantes, institucionales, porque las palabras y los silencios de un expresidente del Gobierno espa?ol afectan al prestigio de la democracia espa?ola. Otras razones, por el contrario, son pol¨ªticas, y tienen que ver con el hecho de que, seg¨²n el entorno m¨¢s cercano del expresidente, ¨¦l y otros miembros de sus gobiernos mantienen una actividad pol¨ªtica fuera de los cauces ordinarios de la diplomacia en ¨¢reas sensibles de la acci¨®n exterior de Espa?a, como Marruecos, Guinea Ecuatorial y, de ser ciertas algunas informaciones period¨ªsticas recientes, China y otras potencias de Asia. Y existe una ¨²ltima raz¨®n, m¨¢s ideol¨®gica, incluso sentimental si se prefiere, y es que la izquierda democr¨¢tica en Espa?a no se merece que, habi¨¦ndose desvinculado de los mitos pol¨ªticos forjados en Am¨¦rica Latina, la derecha y la ultraderecha puedan seguir reproch¨¢ndole con respecto a Venezuela el silencio clamoroso, ininteligible e inaceptable de un expresidente socialista, justificando ah¨ª, adem¨¢s, por qu¨¦ el imprescindible consenso exterior est¨¢ roto.
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