La extrema derecha en el aparador
Quedarse en la consigna de aislar a los ultras solo consigue encubrir la irresponsabilidad de quienes han hecho posible llegar a esta situaci¨®n
Que la extrema derecha est¨¢ a la alza en Europa ya no es una amenaza, sino una realidad. Hay elementos para pensar que la democracia est¨¢ en peligro, sin duda. Pero no basta con la apelaci¨®n al cord¨®n sanitario, expresi¨®n no precisamente afortunada, contra el autoritarismo posdemocr¨¢tico y sus diferentes formas de de...
Que la extrema derecha est¨¢ a la alza en Europa ya no es una amenaza, sino una realidad. Hay elementos para pensar que la democracia est¨¢ en peligro, sin duda. Pero no basta con la apelaci¨®n al cord¨®n sanitario, expresi¨®n no precisamente afortunada, contra el autoritarismo posdemocr¨¢tico y sus diferentes formas de decantaci¨®n. Al contrario, la sobreactuaci¨®n contra ellos no deja de ser una forma de reconocimiento, aunque sea como amenaza, que podr¨ªa servir para rearmarlos, sabiendo, adem¨¢s, que es muy dif¨ªcil unir al resto en un bloque efectivo en su contra. Y que una gran parte de la derecha ya hace tiempo que perdi¨® los escr¨²pulos democr¨¢ticos, entregada a la l¨®gica del amigo y el enemigo.
En pol¨ªtica, el ojo est¨¢ puesto donde se ven espacios para crecer. La derecha ya hace tiempo que mira a la extrema derecha surgida, en parte, de sus filas y con la que comparte aires de familia. De hecho, los tab¨²s que siguieron a la derrota del fascismo en la II Guerra Mundial est¨¢n decayendo visiblemente. Y no tardaremos en ver c¨®mo se normalizan las alianzas entre la derecha y la extrema derecha. En Espa?a, sin ir m¨¢s lejos, PP y Vox hace tiempo que comparten espacios y votaciones, y Feij¨®o y los suyos no han tenido escr¨²pulo alguno a la hora de amparar a un fascista como presidente del Parlamento balear.
Es obvio que aqu¨ª, como en Alemania, en Francia y en todas partes, entraremos en una campa?a, que se viene insinuando desde hace tiempo por los medios del espacio conservador, de reconocimiento y legitimaci¨®n de la extrema derecha. El discurso est¨¢ claro: no hay que excluirles, representan una parte significativa de la poblaci¨®n y no podemos ningunearles. Y as¨ª, como ya est¨¢ haciendo el PP, su propaganda, sus resentimientos y sus discriminaciones se est¨¢n incorporando ya incluso en el ¨¢mbito legislativo, como se ha visto donde la derecha tiene poder, contribuyendo de esta forma a normalizar los discursos xen¨®fobos y discriminatorios que hacen de las patrias un absoluto y de la pertenencia un derecho excluyente. Un disparate que pretende reducir a las sociedades complejas al simplismo de los nuestros y los otros.
As¨ª, vemos cada d¨ªa c¨®mo buena parte de la derecha moderada o incluso liberal juega con fuego alimentando el resentimiento contra los inmigrantes y neg¨¢ndose a reconocer lo evidente: que les necesitamos y que nos necesitan, nosotros para poder seguir disfrutando de un cierto bienestar y ellos para vivir mejor. Con estas guerras ideol¨®gicas irresponsables de la derecha, el inmigrante se convierte en chivo expiatorio del malestar, dando paso a la rabia, en vez de afrontar los problemas reales que provocan la indignaci¨®n ciudadana y capitaliza la extrema derecha: paro, coste de la vida, precariedad, el d¨¦ficit de vivienda y de reconocimiento.
Las izquierdas llevan demasiado tiempo a remolque, como si un im¨¢n les hubiera atra¨ªdo hacia una moderaci¨®n que les da premio en los espacios de centro, pero ve c¨®mo parte de las clases populares se irritan ante la constataci¨®n de que tampoco sus pol¨ªticas les reconocen la consideraci¨®n que merecen. Es de responsabilidad democr¨¢tica comprometerse a no pactar con la extrema derecha, buscar su aislamiento. Pero con la consigna no basta. Porque en el fondo m¨¢s que resolver el problema lo que hace es encubrir las irresponsabilidades de todos los que han hecho posible que se llegara a esta situaci¨®n.
?Por qu¨¦ los ciudadanos, cuando no pueden m¨¢s, cuando se ven perdidos, cuando quieren hacer visible su enfado, se dejan embaucar por la extrema derecha? ?Por qu¨¦ cada vez hay m¨¢s j¨®venes que se acercan a Vox? Porque es la ¨²nica manera que les queda para hacerse notar. Y porque tienen la sensaci¨®n de que la izquierda no les ofrece nada, con la socialdemocracia haciendo de la moderaci¨®n virtud a veces hasta l¨ªmites que borran las fronteras entre derecha e izquierda. Al tiempo que a la izquierda de la socialdemocracia se hace muy dif¨ªcil configurar proyectos que no se desdibujen en cuanto llegan al poder, con la correspondiente frustraci¨®n de unos electores que pensaban que era posible que la igualdad ganara espacio en las sociedades liberales. La vertiginosa ca¨ªda del bloque de Podemos, Sumar y los comunes, que ofreci¨® ilusi¨®n en la calle y se desdibujo r¨¢pidamente en el poder, es un ejemplo de una complejidad dif¨ªcil de administrar. Y tambi¨¦n de la capacidad autodestructiva de quienes vienen con la gran promesa y se frustran al primer choque contra la realidad, para regresar a las querellas de egos y camarillas.
La crisis francesa, con el espectacular fracaso de Macron, ha abierto todo tipo de especulaciones sobre c¨®mo recuperar el equilibrio en las democracias liberales, y hay quien evoca el bipartidismo cl¨¢sico, con dos grandes partidos para la alternancia, con peque?os sat¨¦lites de apoyo a cada lado, como si el problema estuviera en el aumento del n¨²mero de actores con posibilidades de alcanzar el poder. Es la f¨®rmula que condena a los extremos a un papel secundario y reduce las turbulencias. Pero la cuesti¨®n de fondo, sobre la que Macron crey¨® asentar su poder y no lo ha conseguido, est¨¢ en el paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y digital, que cambia radicalmente la estructura social, de la dial¨¦ctica entre burgues¨ªa y clases populares a una sociedad m¨¢s atomizada con poderes globales de incidencia directa en la vida cotidiana y un sistema de comunicaci¨®n que es como una selva de participaci¨®n masiva, controlada, parad¨®jicamente, por muy pocas manos. ?Es posible adaptar la democracia a este panorama? ?O es imparable el triunfo del autoritarismo posdemocr¨¢tico?
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