Del dolor y del placer
No se me ocurre una perspectiva m¨¢s catastrofista, una utop¨ªa m¨¢s deprimente que la que fantasea con un mundo de felicidad sin m¨¢cula
¡°Me han acusado de no ser una mujer. Bien, lo confieso: no soy una mujer. Me han acusado de no ser negro ni homosexual ni pobre ni colonizado. Bien, lo confieso: soy hombre, heterosexual, blanco, de clase media, europeo. Dicho esto, confieso lo m¨¢s obsceno: he sufrido¡±. Utilizo este texto del inclasificable Ciro Gonasti para recordar que en cualquier reino y en cualquier lugar, en el mejor de los mundos posibles, en Australia e incluso en el Para¨ªso, seguiremos sufriendo. Ser¨¢ bonito verlo. ¡°Ser¨¢ bonito¡± quiere decir que ser¨¢ bonito habitar finalmente un mundo en el que se hayan desactivado el machismo, el racismo, las clases sociales. Pero ¡°ser¨¢ bonito¡± quiere decir tambi¨¦n que, suprimidas algunas de las causas sociales del dolor, ser¨¢ bonito que siga existiendo un mundo en el que a¨²n haya sufrimiento. De hecho, no se me ocurre una perspectiva m¨¢s catastrofista, una utop¨ªa m¨¢s deprimente que la que fantasea con un mundo de felicidad sin m¨¢cula. Porque un mundo sin dolor significa un mundo sin cuerpo, sin amor, sin conflicto, sin arte, sin palabra.
Ahora bien, el texto de Gonasti tiene una segunda parte. Dice as¨ª: ¡°Confieso que soy una mujer y me han violado. Confieso que soy negro y me han despreciado, que soy homosexual y me han perseguido, que soy pobre y me han castigado. Lo m¨¢s grave no es esto. Confieso que a ratos he sido muy feliz¡±. Lo que quiere decir Gonasti es que, del mismo modo que el sufrimiento sobrevivir¨¢ a la supresi¨®n del dolor social, las v¨ªctimas del peor mundo posible no ven reducida su existencia a la violencia que se les ha infligido. De hecho, la negativa de las v¨ªctimas a identificarse con la voluntad destructiva del otro, la independencia an¨ªmica y vital de los dolientes respecto de eso que los victimarios ¡ªo las relaciones sociales¡ª han querido hacer de ellos, es lo que llamamos dignidad. El sufrimiento de los afortunados tiene un mensaje universal: se llama condici¨®n humana. Los placeres de las v¨ªctimas tienen un mensaje universal: se llama dignidad. Me niego a ser feliz, le dice la condici¨®n humana al Para¨ªso terrenal. Me niego a ser desdichado, le dice la dignidad a su verdugo; me puedes hacer da?o, pero no puedes convertirme en el eco estricto de tus golpes; no me identifico con el da?o que me has hecho; vivo en otro sitio, soy otra cosa; no acepto ser solamente una prolongaci¨®n de tu poder. Los blues cantan el dolor de los negros, pero los negros que cantan blues se sit¨²an por encima o al lado de su dolor ancestral.
El sufrimiento se alimenta de fuentes variadas y heterog¨¦neas, no enteramente absorbibles en la lucha de clases o en la desigualdad de g¨¦nero. Puede decirse lo mismo de la felicidad, que no es el resultado de una acumulaci¨®n de bienes de consumo o satisfacciones materiales. La mortalidad, la vejez, la soledad, la belleza, la conciencia misma nos har¨¢n sufrir en medio de la abundancia; el sol, el amor, el vino malo en buena compa?¨ªa, la mirada de un ni?o nos har¨¢n re¨ªr contra el luto y la miseria. Si se piensa con calma, este descubrimiento radical es lo contrario de una invitaci¨®n a la resignaci¨®n y el fatalismo. Como blanco, heterosexual, de clase media, me tranquiliza saber que mi sufrimiento anticipa ya un mundo mejor en el que incluso los humillados y ofendidos podr¨¢n sufrir libremente. Como mujer violada, racializada o empobrecida, me tranquiliza saber que mi felicidad no pertenece a mis victimarios y que, por eso mismo, cada vez que gozo al margen de mi destino traum¨¢tico, no solo me vuelvo independientemente humana, sino que prefiguro un futuro liberado de buena parte del sufrimiento de origen social. Nadie puede obligarme a ser feliz; nadie puede obligarme a ser desdichado. Si el Bien nos impone la felicidad, tenemos el derecho y, a¨²n m¨¢s, la obligaci¨®n de rebelarnos y echarnos a llorar; si el Mal nos impone el sufrimiento, tenemos el derecho y, a¨²n m¨¢s, la obligaci¨®n de rebelarnos y ponernos a bailar.
A derecha e izquierda se nos quiere obligar a ser lo que vivimos. Hay, por as¨ª decirlo, un puritanismo del dolor como hay un puritanismo del placer. ?Sufrir de amores con la que est¨¢ cayendo en Gaza? ?Pensar la finitud humana cuando nuestro vecino no llega a fin de mes? Y del otro lado: ?no es sospechoso que la mujer violada se compre un vestido nuevo, se r¨ªa con sus amigas, se cite con un joven desconocido en una discoteca? Siempre se ha considerado obsceno el dolor de los salvados y alienado o sospechoso el placer de los dolientes. Quiz¨¢s es este malentendido el que ha hecho fracasar todas las revoluciones. Lo confieso: Ciro Gonasti no existe. Es un heter¨®nimo que uso algunas veces, pero al final de su ficticia reflexi¨®n sugiere invertir la f¨®rmula: ¡°el dolor de los afortunados protege nuestra irreductible individualidad; la risa de las v¨ªctimas anuncia y prepara ya el nuevo mundo liberado¡±.
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