Apagar el ruido y escuchar al otro
Necesitamos hacer un esfuerzo colaborativo entre todos para avanzar y afrontar las nuevas amenazas que padecen millones de personas en Iberoam¨¦rica
A pesar de que el examen de retos profundos y temas complejos se diluye, frecuentemente, en la espesa lava de las noticias cotidianas y de la bronca cotidiana ¡ªvivimos en un permanente estado de disputa entre polos: o conmigo o contra m¨ª¡ª desde los organismos de cooperaci¨®n internacional debemos hacer un sobreesfuerzo para aislar el ruido, escuchar las voces y lograr consensos.
Por un lado, escuchar voces diversas y plurales es imprescindible para garantizar un di¨¢logo entre diferentes. Y es que dialogar con diferentes es lo que proporciona esa mirada al otro desde la dignidad que tiene cada ser humano. Y qu¨¦ puede haber m¨¢s garantista de la no violencia que considerar a ese otro tan digno como a uno mismo. Cuando hablamos de promover el di¨¢logo, hablamos de promover la ¨¦tica.
El expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, afirmaba en una reciente intervenci¨®n p¨²blica que el proceso de paz que inici¨® en su pa¨ªs se construy¨® a partir de la consideraci¨®n de que el otro era un adversario con quien, con acuerdo o sin ¨¦l, se quer¨ªa convivir y no un enemigo al que aniquilar.
Por otro lado, aislar el ruido exige identificar los factores que ponen en riesgo un sistema de valores, el respeto al Estado de derecho y el ejercicio de ciudadan¨ªa.
Hasta ahora hemos concentrado nuestros esfuerzos en la protecci¨®n de los derechos y libertades civiles y pol¨ªticas, principalmente, siguiendo en esencia el esp¨ªritu de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos.
Sin embargo, la relativa generalizaci¨®n de nuevos c¨®digos de comportamiento, como la institucionalizaci¨®n democr¨¢tica, una mayor conciencia del Estado de derecho, una ampliaci¨®n de las libertades b¨¢sicas de conciencia, informaci¨®n, asociaci¨®n y expresi¨®n, entre otras, han incentivado la necesidad de ir m¨¢s all¨¢ de la filosof¨ªa tradicional que orient¨® por varias d¨¦cadas el modelo de derechos humanos fundamentales al que ahora aspiramos.
No es que dichas causas hayan alcanzado un ¨®ptimo nivel en la mayor¨ªa de las democracias liberales ¡ªy, de hecho, en varias de ellas han sufrido un deterioro claro¡ª sino que nuevos factores, centralmente la globalizaci¨®n y algunos de los efectos que te¨®ricamente se asocian a ella, como la pobreza y la desigualdad, hicieron necesario enarbolar otras banderas con m¨¢s proximidad a las nuevas preocupaciones de lo que el fil¨®sofo Ralf Dahrendorf llama la ¡°sociedad civil internacional¡±.
Ya no basta trabajar intensamente contra la tortura, por ejemplo, sino tambi¨¦n contra toda forma de discriminaci¨®n que afecte o restrinja el ejercicio de los derechos civiles, pol¨ªticos, econ¨®micos, sociales y culturales, la igualdad de g¨¦nero, un medio ambiente sano, la educaci¨®n y la salud de calidad o la inclusi¨®n econ¨®mica.
Contribuir a alcanzar esas metas es una apuesta ambiciosa en dos sentidos: el de orden legal y el de car¨¢cter pol¨ªtico.
A diferencia de las violaciones a los derechos humanos, cuya naturaleza est¨¢ usualmente definida y los delitos claramente tipificados tanto en las legislaciones nacionales como en las convenciones internacionales, penalizar por ejemplo, con aceptable pulcritud jur¨ªdica, el hecho de que millones de personas sobrevivan con un d¨®lar al d¨ªa, o que muchas otras carezcan de agua, vivienda, acceso a los servicios de salud, o que padezcan rezago escolar o analfabetismo, parece una tarea tit¨¢nica y de una aplicaci¨®n pr¨¢ctica casi imposible; entre otras razones, porque aun cuando numerosas constituciones en el mundo garanticen el derecho a esos bienes p¨²blicos, casi ning¨²n r¨¦gimen regula las modalidades bajo las cuales dichas carencias sean consideradas equiparables a las violaciones a los derechos humanos.
Es all¨ª donde entra la urgente necesidad de crear un nuevo marco de comprensi¨®n del papel que puede y debe jugar la educaci¨®n en valores ¨¦ticos y el esp¨ªritu de una ciudadan¨ªa democr¨¢tica como elementos indisociables para la convivencia, la cohesi¨®n social y la vigencia y el ejercicio pleno de los derechos humanos en el siglo XXI.
Necesitamos hacer un esfuerzo colaborativo entre todos, sector p¨²blico y privado y actores sociales, para avanzar y afrontar las nuevas amenazas que padecen millones de personas en la regi¨®n: los flujos migratorios y de refugiados, las habituales violencias, las discriminaciones y brechas que sufren las ni?as y mujeres, la desigualdad racial, la corrupci¨®n, la escasez en agua y servicios p¨²blicos b¨¢sicos, las consecuencias de la crisis clim¨¢tica, el uso, o el mal uso de las redes sociales.
Necesitamos recuperar la confianza en el sistema, fortalecer nuestras competencias y habilidades con el compromiso ¨¦tico con la democracia y el respeto de los derechos humanos. Es igualmente urgente que propiciemos espacios de confianza y de di¨¢logo intersectorial e intergeneracional, y, por supuesto, paritarios, que nos permitan promover din¨¢micas de escucha activa del otro y frenar la banalizaci¨®n de las discriminaciones y las fracturas que est¨¢ provocando el incremento de la polarizaci¨®n.
Por ello, desde la Organizaci¨®n de Estados Iberoamericanos (OEI), hemos apostado por crear una alianza colaborativa regional, la Red Iberoamericana de Educaci¨®n en Derechos Humanos para la Ciudadan¨ªa Democr¨¢tica, a la que invitamos a todos (empresas, instituciones p¨²blicas, organismos multilaterales, academia, y sociedad civil) a sumarse para apagar ese ruido t¨®xico y banal, y encender la antorcha del di¨¢logo y la escucha activa de voces plurales. Necesitamos esta alianza estrat¨¦gica para apoyar y reconducir a Iberoam¨¦rica hacia sociedades m¨¢s cohesionadas, justas e incluyentes.
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