Valencia y el discurso sobre la libertad
Hay quien quiere tapar el hecho de que hay elecciones deliberadas y decisiones institucionales detr¨¢s del espanto de las vidas perdidas
Recuerdo la conmoci¨®n global ante los devastadores efectos del hurac¨¢n Katrina. Al principio, muchos atribuimos aquel desastre a la mala suerte, hasta que comprendimos que las pol¨ªticas de segregaci¨®n residencial, la falta de acceso a cuidados sanitarios o la ausencia de protocolos de evacuaci¨®n empeoraron exponencialmente la tragedia. As¨ª que desconf¨ªen de quien les diga que no hay que politizar lo sucedido en Valencia. Hay que hacerlo, aunque solo sea para evitar que nos vendan la moto de la mala suerte y no reaccionemos ante una injusticia evidente. Hay quien quiere tapar el hecho de que hay elecciones deliberadas y decisiones institucionales detr¨¢s del espanto de las vidas perdidas y los hogares anegados. Identificando las causas de fondo de lo sucedido, al menos nos situar¨ªamos en la obligaci¨®n de intentar mejorarlas.
Los avances sociales en las democracias modernas se produjeron en parte porque empezamos a definir como injustas cosas que antes se consideraban producto del azar o la mala suerte. Si alguien no puede acceder a un edificio porque va en silla de ruedas, no es el resultado de una privaci¨®n suya sino un d¨¦ficit del edificio. Hoy, sin embargo, hay inter¨¦s en cambiar la naturaleza del debate pol¨ªtico. Se hace, por ejemplo, cuando se demoniza el papel del Estado como el ente opresor que nos encerr¨® en la pandemia, o cuando lo proyectamos ¨²nicamente como un organismo paternalista que estar¨¢ siempre ah¨ª despu¨¦s de que suframos un da?o. Pasar como un p¨¦ndulo del punitivismo al paternalismo nos impide ver su funci¨®n principal: prevenir las amenazas a nuestro bienestar mediante pol¨ªticas activas que no solo nos protejan, sino que nos permitan hacer cosas. Desde hace unos a?os, una corriente ideol¨®gica de corte ayusista se esfuerza por evitar que veamos que el Estado tiene el prop¨®sito activo de favorecer la justicia, no el de interferir en nuestra libertad, aunque para favorecer nuestro bienestar a veces sea necesario que las instituciones democr¨¢ticas tengan poder coercitivo. El discurso falaz sobre la libertad es la excusa para reestructurar nuestro sistema impositivo, reducir la inversi¨®n en infraestructuras, fomentar burocracias ineficientes y reducir formas de asistencia sanitaria. Sabemos bien qui¨¦n ha provocado la merma de muchas de las capacidades que ten¨ªan nuestras instituciones para responder a problemas que afectan a nuestro bienestar y a nuestra propia vida.
M¨¢s all¨¢ de las medidas econ¨®micas, hay un modelo de sociedad que enfrenta su idea de libertad con la de responsabilidad y solidaridad compartidas. Desconfiemos de esa falacia argumentativa, pues la responsabilidad es precisamente la base de nuestra libertad como individuos. Estar frente a un otro vulnerable me obliga a mirarle a los ojos; me sit¨²a en un lugar que llama a mi responsabilidad, acaso de forma fr¨¢gil, pero consistente. Identifiquemos los discursos p¨²blicos animados por el resentimiento. Ah¨ª estaba Maz¨®n y su manifiesta incompetencia hasta ayer, y sin embargo la tragedia le hizo distanciarse del peligroso discurso de Feij¨®o. El l¨ªder de la oposici¨®n se ha sumado a las reacciones p¨²blicas que buscan chivos expiatorios so?ando con un improbable castigo o estigmatizaci¨®n, la catarsis de indignaci¨®n que le llevar¨ªa a la Moncloa. Esa ret¨®rica, casi trumpista, genera respuestas defensivas y divide a las sociedades fomentando el escepticismo en lugar de la cooperaci¨®n, y evitando que nos centremos en las instituciones y pol¨ªticas que hay que cambiar. Desconfiemos de quien se aprovecha de nuestra indignaci¨®n. Ah¨ª no hay promesa ni compromiso alguno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.