La cat¨¢strofe
El canto de las v¨ªctimas de la ¨²ltima riada mortal en el Levante es un canto a la impotencia, al desespero
Nos educamos viendo pel¨ªculas de cat¨¢strofes. Desde los or¨ªgenes del cine, se han filmado historias que evocan la ruina de Pompeya, el terremoto de San Francisco, el derrumbe de un edificio colosal, huracanes y tempestades, accidentes a¨¦reos y, por supuesto, el hundimiento del Titanic. En general gustan m¨¢s las pel¨ªculas de cat¨¢strofes basadas en cat¨¢strofes reales, porque en el arte del enga?o la verdad es un condimento imprescindible. Pero tambi¨¦n la mente juguetona de los guionistas ha promovido ficciones pavorosas sobre el apocalipsis y el ocaso de los mundos, sobre invasiones extraterrestres y la destrucci¨®n se alza como la m¨¢s definitiva de las bellas artes. Un amigo m¨ªo me pregunt¨® hace a?os si era imprescindible para ser director de cine que te gustara mucho romper cosas. Para los ni?os romper los juguetes es el equivalente a la b¨²squeda del sentido a la vida de los adultos. En el cine lo m¨¢s metaf¨ªsico es una persecuci¨®n de coches en la que al final se estrella contra el escaparate de un comercio.
El problema de los cuentos de cat¨¢strofes es que los cuentan los vivos. Los muertos no hablan. Y, por lo tanto, ingenuamente, nos creemos que hay finales felices. Como si bastara la superaci¨®n y el esfuerzo para sobrevivir. La ficci¨®n suele ser consoladora. A la bofetada le sigue una caricia. La realidad, no, la realidad es un bofet¨®n seguido de un empuj¨®n escaleras abajo. Vivimos bajo el af¨¢n incesante por olvidar que la naturaleza es superior a nosotros. Nos han contado tantas veces que al final el protagonista y su familia se re¨²nen a salvo tras superar mil vicisitudes que no podemos evitar echarle la culpa a las v¨ªctimas de su destino. Todo ello porque los muertos no hablan, no pueden contar, no pueden decir, con toda la parsimonia que concede la eternidad: aqu¨ª te espero, colega.
El canto de las v¨ªctimas de la ¨²ltima riada mortal en el Levante es un canto a la impotencia, al desespero, a la b¨¢rbara luz que nos alumbra para mostrar nuestra propia peque?ez. La gozosa Espa?a mediterr¨¢nea est¨¢ en proceso de perder la cosa que m¨¢s enriquece nuestro pa¨ªs: su clima. El clima nos ha hecho lo que somos, ha conformado nuestro car¨¢cter, nuestra alegr¨ªa y nuestra solidaridad en lo fatal y ha dotado a nuestro entorno familiar de las virtudes que reconocemos como patria. Y por si esto fuera poco, en las ¨²ltimas d¨¦cadas adem¨¢s el clima ha nutrido la mayor empresa que jam¨¢s ha tenido este pa¨ªs en t¨¦rminos contables, que es el turismo. Todo eso lo vamos a perder poco a poco. Envidio a quienes lo niegan, porque descansan tranquilos en su pereza mental, sin la menor preocupaci¨®n por lo que les espera a nuestros nietos. A m¨ª me gustan las pel¨ªculas que cuentan la transformaci¨®n inteligente de una mentalidad equivocada. Me gusta, m¨¢s que contar la cat¨¢strofe, recordar que conviene anticiparse a lo tr¨¢gico, que sale a cuenta hacerse las preguntas inc¨®modas antes de que te lleguen las respuestas de sopet¨®n. Pero la prevenci¨®n no es fotog¨¦nica, se considera una virtud blanda y aburrida, por eso en regiones ricas de nuestro pa¨ªs hemos aceptado el tercermundismo de nuestros servicios sanitarios, c¨ªvicos y formativos como si fuera imposible revertir esa degradaci¨®n. Estamos suscritos a la ¨¦pica, a los h¨¦roes con su individualidad satisfecha, a la supervivencia extrema y a la emocionalidad desbordada por m¨¢s que llegue siempre tarde y mal.
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