Algunos hombres mayores
Dos cualidades despiertan mi fascinaci¨®n: la bondad y la inteligencia
En mi vida hay algunos hombres mayores. Mucho mayores que yo. No son familiares, sino amigos que he conocido en la ¨²ltima etapa de sus vidas, tal vez en sus ¨²ltimos a?os. Cuando lo pienso, siento que he llegado tarde a una fiesta sorpresa, pero al menos he llegado. Tengo el privilegio de haber coincidido en el tiempo con ellos, estar viva mientras ellos tambi¨¦n lo est¨¢n. Me viene a la mente la dedicatoria de Carl Sagan a Ann Druyan en Cosmos: ¡°En la vastedad d...
En mi vida hay algunos hombres mayores. Mucho mayores que yo. No son familiares, sino amigos que he conocido en la ¨²ltima etapa de sus vidas, tal vez en sus ¨²ltimos a?os. Cuando lo pienso, siento que he llegado tarde a una fiesta sorpresa, pero al menos he llegado. Tengo el privilegio de haber coincidido en el tiempo con ellos, estar viva mientras ellos tambi¨¦n lo est¨¢n. Me viene a la mente la dedicatoria de Carl Sagan a Ann Druyan en Cosmos: ¡°En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo mi alegr¨ªa es compartir un planeta y una ¨¦poca con Annie¡±.
Hay dos cualidades que despiertan mi fascinaci¨®n, mi enamoramiento, real o figurado, por un hombre: la bondad y la inteligencia. Estos amigos comparten ambas. Pero esa sensaci¨®n de haber llegado tarde a la fiesta me hace temer, y a ellos tambi¨¦n, que en alg¨²n momento inesperado, sonar¨¢ el tel¨¦fono. Tal vez mientras uno descorcha una botella de vino, al otra lado una voz le pedir¨¢ que cruce la puerta. Y se ir¨¢. Sin abrigo, sin despedidas. Y yo me ir¨¦ quedando sola en esa fiesta, mientras los tel¨¦fonos de los otros amigos tambi¨¦n empiezan a sonar. Podr¨ªa ser que el m¨ªo suene primero, pero por la ley natural es m¨¢s probable que sea yo la que me quede sin ellos. Esta circunstancia condiciona nuestra amistad; la ti?e de una urgencia distinta, una tensi¨®n permanente. Honramos cada momento compartido como algo fr¨¢gil. Cada despedida se sella con un abrazo que se hace grieta a medida que nos alejamos.
Tener amigos que podr¨ªan ser mis abuelos me da miedo, pero sobre todo me da vida. Ni siquiera destaco lo que se suele acentuar: la mayor sabidur¨ªa o experiencia que nuestros mayores pueden aportarnos. Lo que m¨¢s me llena de estas relaciones es la pasi¨®n que las habita. La verdad. No hay tiempo para ocultar sentimientos ¨ªntimos. Mi amistad con estos amigos est¨¢ despojada de ornamentos; es una amistad desnuda, porque tiene el tiempo contado y una profundidad que urge. Se parece a los v¨ªnculos que surgen en un pa¨ªs en guerra. La guerra es un acelerador de amistades, qu¨¦ vas a hacer si no sabes cu¨¢ndo caer¨¢ el pr¨®ximo misil. Beber, y contar verdades que quiz¨¢ nunca antes confesaste. Esta intimidad, une. Cuando el tiempo corre en nuestra contra, compartir un secreto a un desconocido le convierte en amigo, en posible testamento de tus palabras, albacea de tus bienes m¨¢s inmateriales. A veces me preguntan si tengo relaciones sentimentales con alguno de ellos. Las he tenido con otros hombres mayores, pero ahora no hablo de eso, sino de amistad. Pero tampoco me intimida que un amigo de 85 a?os me diga que tengo las piernas bonitas; no lo tomo solo como un cumplido, sino como una opini¨®n libre, que se expresa sin miedo a que yo pueda pensar que est¨¢ fuera de lugar. No les despojo de su sexualidad. Me molesta cuando otros lo hacen, cuando les niegan su derecho al deseo o los degradan si intuyen que los hombres mayores siguen siendo personas. Es curioso que vivamos en una sociedad que defiende lo fluido pero que, al mismo tiempo, ponga fecha de caducidad al deseo.
Creo que un hombre que se acerca a la muerte, que la teme con furia, no es nunca inofensivo: ese hombre es fuego, apego a la vida y al cuerpo. Un hombre que se est¨¢ yendo es oro. Alguien me dijo una vez ¡°te gustan los abuelos¡±, a lo que yo respond¨ª: ¡°En absoluto, que tengan nietos o no me resulta por completo indiferente¡±. No iba a justificarme diciendo que estos amigos son solo amigos, porque hacerlo implicar¨ªa negar que en otras circunstancias podr¨ªan ser amantes. Tambi¨¦n me aburren las teor¨ªas freudianas que explican mi amistad profunda con algunos hombres mayores como resultado de la ausencia de mi padre. Es lo contrario: en estos hombres encuentro intensidad, desaf¨ªo, una mirada aguda y palabras que terminan en filo. Recuerdo leer las cartas que el premio Nobel de F¨ªsica Chen Ning Yang le enviaba a mi amigo P. cont¨¢ndole el amor y la pasi¨®n que hab¨ªa empezado a sentir por una mujer llamada Weng Fan, 54 a?os menor que ¨¦l. En aquel momento, Chen ten¨ªa 82 a?os. P. me ense?¨® una foto que Chen le hab¨ªa enviado junto a una de sus cartas. Chen y Weng re¨ªan en las gradas de un estadio de f¨²tbol. Cualquiera puede reconocer en los ojos de ella el brillo de los afortunados que conocen el amor. Se casaron al poco tiempo. ?l se refer¨ªa a ella con la expresi¨®n ¡°Mi ¨²ltima bendici¨®n de Dios¡±. Chen sigue vivo. Tiene 102 a?os. Ella tiene m¨¢s o menos mi edad. Permanecen juntos.
Tengo la suerte de haber coincidido en el tiempo con algunos hombres mayores. Su amistad es un regalo en esta fiesta en la que tambi¨¦n, alg¨²n d¨ªa, sonar¨¢ mi tel¨¦fono, y tendr¨¦ que abandonar. Mientras tanto, mi alegr¨ªa es compartir un planeta y una ¨¦poca con mis mayores amigos.