Son testimonios y tambi¨¦n son una memoria colectiva de la violencia sexual contra las mujeres
La utilidad del relato colectivo del movimiento #Cu¨¦ntalo qued¨® demostrada con la denuncia contra ??igo Errej¨®n
A principios de los 2000 un importante pol¨ªtico catal¨¢n me mand¨® al tel¨¦fono una foto de su pene. Lo publiqu¨¦ con detalle en el libro Ahora contamos nosotras (Anagrama, 2019), pero lo hab¨ªa mantenido en secreto durante a?os. Jam¨¢s he dado su nombre. Mi intenci¨®n al relatarlo no pasa por se?alar al personaje, sino explicar c¨®mo aquello condicion¨® mi carrera y por qu¨¦ entonces ni siquiera lo denunci¨¦ en la redacci¨®n o ante los suyos. Ahora, gracias al testimonio de miles, millones de mujeres en el mundo entero, todo habr¨ªa sido diferente: no me habr¨ªa sentido culpable y la ansiedad resultante de su agresi¨®n no me habr¨ªa impedido desarrollar mi labor period¨ªstica adecuadamente. Una no puede entrevistar al hombre que le ha mandado el retrato de su polla, no creo necesario explicar por qu¨¦ ni las consecuencias.
Casi dos d¨¦cadas despu¨¦s, en abril de 2018, lanc¨¦ en Twitter el movimiento #Cu¨¦ntalo, que llamaba a las mujeres a relatar con sus propias palabras la violencia sufrida. Solo en sus dos primeras semanas recab¨® cerca de tres millones de intervenciones en 60 pa¨ªses distintos. Desde entonces no he dejado de trabajar en la b¨²squeda de posibles v¨ªas para recopilar y visibilizar el testimonio de las mujeres sobre las m¨²ltiples violencias que vivimos, muy en particular la violencia sexual, para acabar componiendo una memoria colectiva irrefutable, la primera en toda la historia, que ampl¨ªe el marco de lo que la sociedad consideraba como tal, sea o no legalmente punible.
Despu¨¦s de alg¨²n tiempo estudiando los resultados del #Cu¨¦ntalo analizados por el Barcelona Supercomputing Center (BSC), llam¨® mi atenci¨®n que muy pocos relatos se refer¨ªan al tiempo presente. Se sabe que algunas obviedades tardan en florecer. Parece evidente que una mujer agredida por su marido no lo cuenta usando su identidad, lo mismo que una empleada o la mujer perteneciente a cualquier estructura jer¨¢rquica. Una no sirve en bandeja su propio castigo. Ana Orantes fue asesinada, Nevenka Fern¨¢ndez tuvo que exiliarse, la v¨ªctima de La Manada de Sanfermines vio c¨®mo se filtraban sus datos y vivi¨® un infierno ¡°a¨²n peor que el del portal¡±, seg¨²n sus palabras. Sirva como explicaci¨®n y respuesta a las cr¨ªticas sobre el anonimato en los testimonios. Cuando las mujeres ponemos la identidad a la hora de relatar la violencia, es com¨²n que tal acci¨®n se vuelva contra nosotras en un proceso de revictimizaci¨®n que, por habitual y sistem¨¢tico, no parece casual ni inocente.
Este art¨ªculo nace del hartazgo que me provocan dichas cr¨ªticas, que, por cierto, no aparecieron hasta que el pasado 24 de octubre los testimonios dieron fruto, o sea, se demostr¨® tanto la utilidad del relato colectivo como la efectividad del m¨¦todo. ¡°Errej¨®n dimite, el feminismo avanza¡±, titul¨® su editorial EL PA?S. Tuvo que renunciar ??igo Errej¨®n para que la sociedad mirara lo que llev¨¢bamos tiempo haciendo, y ciertos sectores ¡ªtambi¨¦n feministas y/o de ¡°izquierdas¡±¡ª fingieran escandalizarse. Me parece significativo y muy desasosegante que ninguno de los, llam¨¦mosles, an¨¢lisis haya hecho referencia al contenido de los testimonios que critican, o al estremecedor volumen ¡ªcalculo que supera el 70%¡ª de relatos sobre violencia sexual en la infancia, entre otros. Muy al contrario, una de las preguntas que m¨¢s me he tenido que o¨ªr es: ¡°?C¨®mo sabes que las mujeres no mienten?¡±. El colmo. ?Por qu¨¦ deber¨ªa una mujer que no da su nombre ni el del agresor inventarse algo atroz? ?En qu¨¦ cabeza cabe que eso se le podr¨ªa ocurrir a miles de mujeres a la vez? ?Son conscientes del proceso doloros¨ªsimo por el que pasa una v¨ªctima a la hora de recordar, redactar y hacer p¨²blica una agresi¨®n sexual? Y m¨¢s: ?qu¨¦ raz¨®n les lleva a colaborar en el putrefacto sometimiento que nos ha mantenido en silencio durante toda la historia?
Lo cierto es que la inmensa mayor¨ªa de los ataques recibidos utiliza un argumento torticero. Hablan de ¡°denuncias an¨®nimas¡± pese a saber que las mujeres que se dirigen a m¨ª, a diario, por miles, no manejan la denuncia sino el testimonio. Como en el caso del pol¨ªtico catal¨¢n y su fotopolla, ellas no se?alan al agresor ni lo nombran, sino que ponen el foco en s¨ª mismas, lo sufrido y sus consecuencias. Ah, pero las voces ¡°cr¨ªticas¡± necesitan falsear la realidad para hablar de ¡°linchamiento¡± y ¡°muerte civil¡±, cambiar el foco y devolverlo al hombre. Se?alan el ¡°da?o¡± que podr¨ªa sufrir un individuo ¡ªo no, recordemos a Woody Allen, Johnny Depp, Pl¨¢cido Domingo¡¡ª sin importarles en absoluto el da?o que efectivamente hemos sufrido y sufrimos todas las mujeres de manera habitual, mayoritariamente desde la infancia.
Las tecnolog¨ªas permiten hoy que nos narremos nosotras, que emerjamos en una construcci¨®n comunicativa, sociopol¨ªtica y cultural que nos hab¨ªa desaparecido desde siempre. Estamos construyendo una memoria in¨¦dita de la violencia, y adem¨¢s lo hacemos de forma colectiva. No parece casual que, a la hora de empezar por fin a narrarnos, hayamos elegido la violencia sexual, que atraviesa toda nuestra existencia, la modifica y cuyo adiestramiento se transmite de generaci¨®n en generaci¨®n. Y elegimos la manera de hacerlo, por supuesto. Hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar.
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