Todo tan fr¨¢gil
Pertenezco a una generaci¨®n acomplejada que se asomaba al mundo con una conciencia muy aguda del atraso espa?ol. Ahora quienes nos acomplejaban con la solidez de sus instituciones las ven tambalearse
Yo antes cre¨ªa que fuera de Espa?a todo era m¨¢s s¨®lido. Llegaba a una capital extranjera y enseguida me embargaba un doble sentimiento de admiraci¨®n y de inferioridad. La primera vez que cruc¨¦ una frontera, en Portbou, a medianoche, en un tren expreso que parec¨ªa de posguerra, los gendarmes franceses me amedrentaban con sus estaturas, sus gorras cil¨ªndricas de visera recta, sus uniformes, sus botas relucientes. Los guardias civiles que se quedaban atr¨¢s no es que dejaran de dar miedo, pero tambi¨¦n se ve¨ªa que eran pobres hombres con uniformes sin lustre y mosquetones viejos. En el ...
Yo antes cre¨ªa que fuera de Espa?a todo era m¨¢s s¨®lido. Llegaba a una capital extranjera y enseguida me embargaba un doble sentimiento de admiraci¨®n y de inferioridad. La primera vez que cruc¨¦ una frontera, en Portbou, a medianoche, en un tren expreso que parec¨ªa de posguerra, los gendarmes franceses me amedrentaban con sus estaturas, sus gorras cil¨ªndricas de visera recta, sus uniformes, sus botas relucientes. Los guardias civiles que se quedaban atr¨¢s no es que dejaran de dar miedo, pero tambi¨¦n se ve¨ªa que eran pobres hombres con uniformes sin lustre y mosquetones viejos. En el extranjero los trenes eran mejores y m¨¢s r¨¢pidos, los r¨ªos m¨¢s caudalosos y solemnes, los edificios oficiales m¨¢s formidables. Los peri¨®dicos se extend¨ªan a un tama?o de s¨¢bana, los camareros de los caf¨¦s parec¨ªan catedr¨¢ticos tan intimidatorios que a uno no le sal¨ªa la voz a la hora de pedirles algo. Los lyc¨¦es franceses, con sus fachadas de columnas y sus banderas tricolores al viento, parec¨ªan proclamar toda la solidez de una ense?anza laica y racionalista que en nuestro endeble pa¨ªs, parasitado durante siglos por la Iglesia y sometido a unas clases dirigentes de brutal ignorancia, segu¨ªa siendo una quimera.
Un edificio p¨²blico es en s¨ª mismo un manifiesto, una declaraci¨®n de intenciones. M¨¢s atractivas todav¨ªa que los institutos franceses con sus iniciales de R¨¦publique Fran?aise labradas en piedra en la fachada eran, y son, muchas high schools p¨²blicas en los barrios de Nueva York, sobre todo las m¨¢s grandes y robustas que se construyeron en la ¨¦poca del New Deal, como un gran n¨²mero de edificios institucionales en Washington, y por todo el pa¨ªs, con una aleaci¨®n admirable de racionalismo y art d¨¦co. En esas high schools estaba inscrita la promesa de la ense?anza como veh¨ªculo de integraci¨®n y progreso de los hijos de los inmigrantes. En alguna de ellas, en el Bronx, fui invitado a dar alguna charla. Un centro de ense?anza secundaria construido con nobleza y solidez siempre me conmueve: todo estaba usado y gastado y segu¨ªa siendo resistente en aquellas aulas del Bronx, y los alumnos y alumnas, tan distintos entre s¨ª, desde el color de la piel y el acento a la manera de vestirse, parec¨ªan unidos en su alboroto jubiloso y su humanidad fundamental. Hasta los pupitres, las sillas, las pizarras, las mesas de los profesores, sobrios dise?os de madera calculados para durar mucho tiempo, me parec¨ªan m¨¢s s¨®lidos que los mobiliarios escolares de mi pa¨ªs, hechos de cualquier manera, con materiales baratos que se estropean enseguida.
Pertenezco a una generaci¨®n acomplejada, que se asomaba al mundo con una conciencia muy aguda del atraso espa?ol, del aislamiento internacional que nos manten¨ªa aparte de aquella especie de camarader¨ªa sin esfuerzo con la que se relacionaban entre s¨ª los ciudadanos errantes de otros pa¨ªses. ¡°En el extranjero nos envidian¡±, aseguraban los pelotas de la dictadura. Pero en el extranjero no ¨¦ramos nadie. Nos dispon¨ªamos a poner en pr¨¢ctica nuestro franc¨¦s o nuestro ingl¨¦s de garrafa espa?ola y nos qued¨¢bamos sin saliva en mitad de una frase. Nos dol¨ªa la nuca de mirar hacia arriba: hacia la Torre Eiffel, el Big Ben, la columna de Nelson, la fachada de la estaci¨®n de Austerlitz, a la que lleg¨¢bamos al amanecer en aquel tren franc¨¦s que tom¨¢bamos en Portbou, porque el tren espa?ol ni siquiera pod¨ªa circular por las v¨ªas europeas.
Despu¨¦s del franquismo nos toc¨® el desasosiego de la transici¨®n. Viv¨ªamos en una incertidumbre acelerada, multiplicada, hecha de alegr¨ªas como espejismos y de sobresaltos aterradores, entre pistoleros fascistas, pistoleros etarras, pistoleros marxistas-leninistas, torturadores policiales en n¨®mina y con medallas, militares que jugaban al chantaje del golpe de Estado. Sin ayuda de nadie de fuera, la democracia espa?ola se iba improvisando en una especie de manga por hombro, todo sujeto con pinzas, inventado o copiado sobre la marcha, sin tiempo para los cimientos firmes ni las construcciones duraderas, sin tradiciones que no estuvieran perdidas o no fueran deleznables.
Las primeras veces que pase¨¦ por el centro de Washington volvi¨® a ganarme la impresi¨®n de una solidez que a nosotros nos faltaba: vista de cerca, la Casa Blanca era menos imponente que en las fotos, y adem¨¢s ten¨ªa delante una plaza en la que los mendigos sin techo se arracimaban en las noches heladas sobre el vaho de aire caliente de los respiraderos del metro. Pero uno ve¨ªa el Capitolio, el Tribunal Supremo, el Tesoro, los edificios del Gobierno, y le parec¨ªa que estaba delante de la presencia majestuosa de la administraci¨®n p¨²blica y de la divisi¨®n de poderes. Washington era la prueba apabullante no solo de un poder¨ªo imperial, sino de una tradici¨®n democr¨¢tica que, con todas sus taras, sus corruptelas y abusos de poder, llevaba durando m¨¢s de dos siglos. La nuestra a¨²n no ten¨ªa ni 20 a?os.
Ahora llevamos ya casi cincuenta, siempre sin sosiego verdadero, sin estabilidad, como de un d¨ªa para otro, a trancas y barrancas, sobreponi¨¦ndonos no se sabe bien c¨®mo a las peores crisis, a los criminales de la pistola y la capucha y a los lun¨¢ticos de las banderas arrojadizas y los himnos, a los corruptos, a los aprovechados, a las epidemias y a las cat¨¢strofes naturales, al acoso contra la sanidad y la educaci¨®n p¨²blicas, a los in¨²tiles, a los demagogos, a la pestilencia de las redes sociales. No es que estemos muy firmes, pero se ve que hemos aprendido a mantener m¨¢s o menos el equilibrio, como los marineros sobre una cubierta que est¨¢ siempre movi¨¦ndose.
Y mientras tanto, los que nos acomplejaban con la insolente solidez de sus instituciones y de sus arquitecturas ahora las ven tambalearse y no parece que eso les cause mucho asombro ni esc¨¢ndalo ni que pongan mucho esfuerzo por evitarlo. Decenas de miles de mujeres se manifestaron por las extensiones horizontales de Washington a principios de 2017 en protesta contra las bravuconadas de machismo tabernario de Donald Trump. Esta vez, el presidente regresado y sus c¨®mplices est¨¢n salt¨¢ndose las leyes y las garant¨ªas de la divisi¨®n de poderes, desmantelando la Administraci¨®n, persiguiendo a los que consideran funcionarios desleales, y los dem¨®cratas del Congreso lo contemplan todo con la misma impotente apat¨ªa que los activistas callejeros desmovilizados. Hace ocho a?os, mis amigos progresistas de Nueva York confiaban tanto en los controles de la ley y de la divisi¨®n de poderes que no les inquietaba mucho el peligro que a nosotros, viniendo de pa¨ªses menos seguros de su propia solidez, nos parec¨ªa amenazante.
Ahora lo hasta ayer impensable se ha vuelto normal, y rufianes pol¨ªticos sustituyen o expulsan a empleados p¨²blicos cuyos conocimientos y seriedad profesional son despreciados, y el Congreso dominado por los republicanos acepta sin queja que a las agencias federales se las despoje de los presupuestos y las facultades que el propio Congreso hab¨ªa aprobado, y se eliminen de golpe todas las normas de protecci¨®n del medio ambiente en beneficio de las empresas extractoras. El pa¨ªs que dec¨ªa exportar la democracia y la ayuda humanitaria ahora exporta sobre todo las bombas que arrasan Gaza y las armas que matan a sus martirizados habitantes, y favorece los peores instintos de una extrema derecha israel¨ª que ya no tiene escr¨²pulos en manifestar abiertamente su proyecto supremacista de limpieza ¨¦tnica. En una sociedad que se preciaba de culta y lectora como la israel¨ª, la polic¨ªa asalta las librer¨ªas palestinas de Jerusal¨¦n ante una ciudadan¨ªa igual de indiferente a la destrucci¨®n y la matanza. En pa¨ªses que siempre nos parec¨ªan m¨¢s liberales y civilizados que el nuestro, partidos fascistas han llegado o est¨¢n a punto de llegar al poder. Es raro pensar que ya habr¨¢ otros por ah¨ª que nos admiren y nos envidien a nosotros.