La paradoja de Peto: sublime soluci¨®n
Por qu¨¦ los animales grandes tienen m¨¢s probabilidad de padecer c¨¢ncer que los peque?os

R¨ªos de tinta m¨¦dica han corrido sobre la paradoja de Peto en el ¨²ltimo medio siglo. Richard Peto es un profesor de estad¨ªstica m¨¦dica en la Universidad de Oxford que, en los a?os setenta, percibi¨® que la prevalencia del c¨¢ncer no aumentaba con el tama?o del cuerpo de las especies animales. Y lo l¨®gico era pensar que s¨ª deber¨ªa aumentar. Los errores gen¨¦ticos que causan los tumores ocurren cuando una c¨¦lula replica su ADN para dividirse, y los animales grandes son grandes porque sus c¨¦lulas se han dividido m¨¢s, luego deber¨ªan tener m¨¢s c¨¢ncer que los peque?os. Y, sin embargo, no parec¨ªa ser as¨ª: los humanos, por ejemplo, tenemos m¨¢s c¨¢ncer que las ballenas, y los ratones tienen m¨¢s que nosotros. Esa es la paradoja de Peto.
Las paradojas son muy valiosas, porque a menudo se?alan el camino hacia dominios del conocimiento de los que no ten¨ªamos ni noticia. Si te mueves tan r¨¢pido como un rayo de luz, el rayo te deber¨ªa parecer quieto, como un tren que salga de la estaci¨®n en paralelo al tuyo. Pero si la velocidad de la luz es una constante fundamental de la naturaleza, el rayo no puede estar quieto. De resolver esa paradoja viene la relatividad, uno de los cimientos de la f¨ªsica actual.
Parece ahora que la paradoja de Peto tambi¨¦n ha sido resuelta, lo que deber¨ªa conducirnos a un mejor entendimiento del c¨¢ncer. Lo que pasa es que la soluci¨®n es incre¨ªblemente aburrida y humillante: resulta que los animales grandes s¨ª tienen m¨¢s c¨¢ncer que los peque?os, es decir, que la paradoja no existe, y claro, de ese planchazo es muy dif¨ªcil extraer una lecci¨®n ¨²til, una ventana medio abierta hacia el futuro, una moraleja digna de un s¨¢bado por la ma?ana. Pero entonces, ?qu¨¦ le pas¨® a sir Richard Peto hace medio siglo? Ni siquiera hab¨ªa redes sociales que le hubieran podido conducir por sendas equ¨ªvocas y, siendo estad¨ªstico, sabr¨ªa leer los datos e interpretarlos, ?no?
En realidad, lo del elefante, el humano y el rat¨®n sigue siendo cierto. Lo que ocurre es que son m¨¢s bien excepciones a la norma. Los cient¨ªficos han analizado ahora una muestra mucho mejor de 263 especies de anfibios, aves, mam¨ªferos y reptiles, y han visto una buena correlaci¨®n entre el tama?o del cuerpo y la tasa de c¨¢ncer. A mayor tama?o, m¨¢s divisiones celulares y m¨¢s oportunidades de generar y propagar mutaciones. Pero la paradoja de Peto se puede salvar en las excepciones, como los elefantes.
Un gen importante en c¨¢ncer es p53 (tambi¨¦n llamado TP53). Los onc¨®logos saben que aparece mutado en muchos tipos distintos de c¨¢ncer, y que suele asociarse a un mal pron¨®stico. Esto quiere decir que el gen p53 en su estado normal protege contra el c¨¢ncer. Los humanos y casi todos los animales tenemos una copia del gen, pero los elefantes tienen 20. Otra especie con muy bajas tasas de c¨¢ncer, el murci¨¦lago Myotis pilosus, tiene medio silenciados otros genes promotores del c¨¢ncer (HIF1A, COPS5 y RP5). La tendencia al c¨¢ncer de algunas especies es producto de la evoluci¨®n, y, por tanto, est¨¢ gen¨¦ticamente regulada.
George Butler y sus colegas del University College de Londres y otros centros piensan que c¨¢ncer y tama?o correlacionan bien salvo en los casos en que las especies han crecido por evoluci¨®n r¨¢pida, como es el caso del elefante y la ballena. En esos casos de gigantismo veloz, el genoma muestra genes protectores contra el c¨¢ncer. Sacar 20 copias de un gen p53, como ha hecho el elefante, es un mecanismo simple y facil¨®n.
Conoc¨ª hace a?os a un onc¨®logo molecular del CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncol¨®gicas) que estaba seguro de que Santiago Carrillo ten¨ªa duplicado el gen p53. Nunca lleg¨® a comprobarlo. Una l¨¢stima, ?no te parece?
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