Sud¨¢n: c¨®mo construir el futuro sobre las ruinas de la violencia
Sud¨¢n avanza en su transici¨®n democr¨¢tica sorteando una herencia de guerras y divisi¨®n sectaria. El rechazo al conflicto y la necesidad de inclusi¨®n de una sociedad marcada por la raza, la religi¨®n, la edad, el g¨¦nero o la tribu podr¨ªan servir para edificar una ciudadan¨ªa en la que todos quepan
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Piensa Abdel-Rahman El Mahdi que la democracia en Sud¨¢n se construye en el futuro. Solo un ejercicio colectivo de proyecci¨®n hacia adelante, sostiene, salvar¨¢ al pa¨ªs de las garras del presente. Dice este activista, fundador de la Iniciativa Sudanesa de Desarrollo, que el aqu¨ª y ahora est¨¢ anegado por los r¨ªos tr¨¢gicos del pasado reciente. Viciado por d¨¦cadas t¨®xicas de guerra civil, rencores bien sedimentados, venganzas juradas. ¡°Es mejor no abordar ciertos temas directamente, con los ¨¢nimos caldeados y una atm¨®sfera tan cargada¡±, opina. Puesto que ¡°el futuro no ha ocurrido, ofrece un espacio seguro para conversar e imaginar escenarios potenciales. ?C¨®mo podr¨ªa ser Sud¨¢n en 20 o 30 a?os?¡±.
Poner la mirada en anhelos compartidos, conf¨ªa El Mahdi, permitir¨¢ que la realidad suelte lastre. Evitar¨¢ los di¨¢logos de sordos y cortar¨¢, de una vez por todas, la mecha de la violencia. ¡°Se trata de aprovechar el proceso para suavizar la tensi¨®n, acercar posturas y humanizar al otro. Solo entonces podremos caminar juntos hacia un Sud¨¢n m¨¢s libre, pac¨ªfico y democr¨¢tico¡±.
Tras 30 a?os de dictadura islamista, Sud¨¢n se ech¨® a la calle en 2018 y puso contra las cuerdas al r¨¦gimen de Omar Al Bashir, sanguinario caudillo con un tropel de atrocidades a sus espaldas. Al a?o siguiente, un grupo de militares dio la puntilla con un golpe de Estado. Otro m¨¢s a sumar a la larga lista de abruptos cambios de Gobierno, constantes desde la independencia del pa¨ªs en 1956.
Se inici¨® entonces un per¨ªodo de transici¨®n democr¨¢tica que, en su aspecto formal, avanza lentamente. Prorrogando plazos mientras una coalici¨®n civil-militar trata de encontrar la f¨®rmula ad hoc de democracia a la sudanesa. Un sistema de gobierno que escuche a la idiosincrasia de Sud¨¢n. Sus sensibilidades religiosas y fricciones raciales, su diversidad ¨¦tnico-ling¨¹¨ªstica, el fuerte arraigo por raz¨®n de tribu. Y que, al mismo tiempo, garantice un m¨ªnimo de adhesi¨®n a las bases de la democracia en cualquier lugar: separaci¨®n de poderes, c¨¢maras representativas, derechos humanos, libertades civiles.
Si el armaz¨®n legal se va erigiendo a trompicones, despacio camina tambi¨¦n la transformaci¨®n de las conciencias. Ese sustrato que, en toda democracia, nutre a sus mecanismos oficiales con dosis aceptables de tolerancia y respeto al otro. Desde el National Democratic Institute, su director regional para el sur y este de ?frica, Dickson Omondi, no ve necesario plantar en el pa¨ªs la semilla de los valores democr¨¢ticos. ¡°La abrumadora evidencia ¡ªreflejada sobre todo en las encuestas del Afrobarometer¡ª constata que ya cuentan con un fuerte apoyo en toda ?frica, incluido Sud¨¢n, especialmente entre los j¨®venes¡±. Aunque no existe un censo fiable, se estima que m¨¢s del 60% de la poblaci¨®n sudanesa tiene menos de 25 a?os.
Latidos de libertad
Cuenta Mahir Elfiel, coordinador de programas en el pa¨ªs africano de la fundaci¨®n alemana Friedrich Ebert, que el ansia de libertad no dej¨® de latir un instante durante las d¨¦cadas de dictadura. Solo la brutalidad del r¨¦gimen anterior la mantuvo agazapada en la clandestinidad. Conectada por redes discretas que aprendieron a vivir en la sombra. Esperando el momento propicio para emerger como un torrente desbocado. ¡°No cesaron los intentos de derrocar a Al Bashir. Partidos y sindicatos segu¨ªan organizados, como demostr¨® la revoluci¨®n de 2013, que tuvo que ser sofocada con una represi¨®n atroz¡±.
Kholood Khair, socia del think tank Insight Strategy Partners, con sede en Jartum, capital del pa¨ªs, opina que el reto pasa por vincular ese af¨¢n de cambio a una idea de ciudadan¨ªa propiamente sudanesa. ¡°Existe un rechazo mayoritario a las pol¨ªticas que dividen y terminan en guerras civiles¡±. Esto podr¨ªa servir como ¡°com¨²n denonimador¡± sobre el que empezar a ¡°definir qu¨¦ significa democracia¡± para el pueblo. Y, a partir de ah¨ª, ahondar en otras nociones m¨¢s ambiciosas de igualdad: entre hombres y mujeres, entre grupos religiosos, ¨¦tnicos o tribales.
Desde que ech¨® a andar, la transici¨®n en Sud¨¢n no se libra de su gran fantasma: el miedo al fracaso
La aversi¨®n al sectarismo ayudar¨ªa a espantar p¨¢jaros de mal ag¨¹ero. Desde que ech¨® a andar, la transici¨®n en Sud¨¢n no se libra de su gran fantasma: el miedo al fracaso. El temor a una nueva decepci¨®n aconseja cautela, pero tambi¨¦n cohibe la esperanza. ¡°La historia no est¨¢ de nuestra parte. Hemos tenido dos per¨ªodos semi-democr¨¢ticos, con ciertas libertades aqu¨ª y all¨¢, que no han terminado bien¡±, explica Khair. ¡°Las experiencias pasadas han creado mucha desconfianza¡±, confirma Volker Perthes, jefe de la Misi¨®n de Asistencia a una Transici¨®n Integrada en Sud¨¢n de la ONU (UNITAMS por sus siglas en ingl¨¦s).
Para no repetir errores pret¨¦ritos ¡ªafirman todos los expertos consultados¡ª la transici¨®n sudanesa ha de ir sumando voces hist¨®ricamente arrinconadas. La inclusi¨®n ser¨ªa la estrella gu¨ªa que orienta al pa¨ªs en momentos de zozobra y desconcierto. La raz¨®n que pone algo de orden en un puzle ultra fragmentado, con piezas atomizadas por raza (70% de origen ¨¢rabe, 30% de poblaci¨®n negra), religi¨®n (mayor¨ªa musulmana con focos cristianos y animistas), edad, g¨¦nero, tribu. Y por un sinf¨ªn de combinaciones que crean afiliaciones parciales. Que lanzan miradas de recelo y subliman la diferencia. ¡°La inclusi¨®n pol¨ªtica resulta particularmente importante cuando las pol¨ªticas identitarias contituyen la fuerza movilizadora dominante¡±, recalca Omondi.
Mareas de j¨®venes ocuparon en 2018 las calles de Sud¨¢n, y no las abandonaron hasta que cay¨® Al Bashir. Pero el establishment de Jartum fue, poco a poco, arrog¨¢ndose la legitimidad de la revoluci¨®n. ¡°Vemos las mismas caras desde hace d¨¦cadas¡±, apunta Elfiel. Pethers, por su parte, aconseja paciencia antes de dar pasos en falso que activen ese d¨¦j¨¤ vu pertinaz: ef¨ªmera aventura democr¨¢tica¡ªgolpe de Estado¡ªdictadura. Y vuelta a empezar. Las urnas, estima, pueden esperar. ¡°Tienen que surgir nuevos partidos, consolidar la atmosfera necesaria para una campa?a electoral no dividida. No es suficiente con tener clubs de hombres mayores y, ocasionalmente, alguna mujer¡±.
Durante la dictadura, el rigor islamista asfixi¨® la vida p¨²blica de las sudanesas. ¡°Se les ordenaba c¨®mo ten¨ªan que vestir, hasta c¨®mo ten¨ªan que andar¡±, recuerda Elfiel. Cuando salt¨® la chispa de la protesta, las mujeres salieron en masa a manifestarse. ¡°Se han aprobado leyes que, en cierta medida, liberan nuestro comportamiento fuera del hogar. Son peque?os logros, localizados sobre todo en las ciudades, pero que demuestran que la sharia ya no regula el pa¨ªs¡±, observa Khair.
La constituci¨®n transitoria fija un 40% de cuota femenina para los puestos de responsabilidad. Papel mojado, explica El Mahdi. ¡°No se cumple, por lo general siguen excluidas de la toma decisiones¡±. En el Consejo Soberano de 14 miembros que gobierna el pa¨ªs, solo hay dos sillones ocupados por mujeres. Una de ellas, Aisha Musa Sayeed, dimiti¨® hace unas semanas. No lo hizo enarbolando la bandera del feminismo. Su renuncia se gest¨® en constantes choques con los l¨ªderes militares del consejo. Fricciones que dan f¨¦ del esp¨ªritu acaparador del ej¨¦rcito sudan¨¦s, habituado a mandar ¡ªcon total naturalidad¡ª en la esfera pol¨ªtica.
Contar el cambio
Mientras un liderazgo diverso se consolida y las c¨²pulas de Sud¨¢n dirimen sus encontronazos, la expansi¨®n de una mentalidad democr¨¢tica afronta desaf¨ªos inmensos. ¡°La prioridad es contar que las cosas han cambiado y c¨®mo, en algunas zonas remotas la gente ni lo sabe¡±, considera Khair. Con una tasa de analfabetismo del 40%, la televisi¨®n podr¨ªa erigirse como generador id¨®neo de corrientes de convivencia. ¡°Pero sigue copada por programas de entretenimiento. Nadie podr¨ªa decir que estamos en medio de una transici¨®n¡±, contin¨²a Kahir, quien percibe en la radio ¡°un elemento m¨¢s dial¨¦ctico¡±.
Las altas cotas de libertad de prensa son s¨ªntoma de los nuevos tiempos. Se revelan como efecto palpable de que Sud¨¢n va dejando atr¨¢s una historia de opresi¨®n. ¡°Los periodistas pueden ahora, hasta cierto punto, decir o escribir lo que quieran¡±, certifica Khair, colaboradora habitual de medios como Al Jazeera. Arma de doble filo en un pa¨ªs a flor de piel. Los medios pueden cultivar tolerancia o echar le?a al fuego. ¡°Desde la UNITAMS promovemos seminarios y otras acciones con periodistas locales para atajar los discursos de odio, muy presentes en pa¨ªses con conflictos inter-¨¦tnicos como Sud¨¢n¡±, subraya Pethers.
Las altas cotas de libertad de prensa son s¨ªntoma de los nuevos tiempos, de que Sud¨¢n va dejando atr¨¢s una historia de opresi¨®n
Pocos apuestan por el ¨¦xito de la democracia sudanesa si el nuevo r¨¦gimen no emite pronto se?ales de bonanza. Deseo de libertad y hambre convergieron en la revoluci¨®n de 2018. Elfiel admite que ¡°el aumento del precio del pan y otros bienes b¨¢sicos fue el detonante¡±. Y Khair sintetiza una cruda certeza: ¡°La libertad no se come¡±.
Sud¨¢n dibuja un panorama econ¨®mico desolador: a la cola mundial en el ¨ªndice de desarrollo humano, tasa de paro superior al 50%, inflaci¨®n por encima del 400%. El FMI supervisa un programa de reformas que, hasta el momento, ha hundido m¨¢s a los m¨¢s vulnerables. La covid-19 sigue a?adiendo su ingrediente de desesperaci¨®n, agravando una crisis sempiterna que amenaza con torcer la senda democr¨¢tica. ¡°No es f¨¢cil hablar de elecciones y parlamentos cuando tanta gente lucha por su supervivencia d¨ªa a d¨ªa¡±, constata Khair. Este verano se han intensificado las protestas con ra¨ªz econ¨®mica. Algaradas que recuerdan demasiado a las que tumbaron a la dictadura.
La democracia sudanesa da sus primeros pasos consciente de que, en una mano, ha de agarrar con vigor la lucha contra la pobreza. Y en la otra, sostener firme una paz estable. Durante el siglo XXI, la retina del pa¨ªs se ha ido velando con el rojo espeso de la sangre. El nacimiento ¡ªcomo mal menor¡ª de Sud¨¢n del Sur y el drama de Darfur son las caras m¨¢s reconocibles de una interminable galer¨ªa del horror. Pero regiones como Blue Nile o Kordofan del Sur siguen arrastrando su propia historia de violencia. Fuerzas armadas, grupos rebeldes, milicias paramilitares... La dicotom¨ªa v¨ªctimas/verdugos se difumina y solo emerge algo cierto: la inocencia de la poblaci¨®n civil, de aquellos que nunca empu?aron un arma.
En principio, la democracia favorece una reconciliaci¨®n nacional. Aunque no alcanzar ese abrazo podr¨ªa, en sentido inverso, dinamitar los fr¨¢giles pilares democr¨¢ticos que va levantando el pa¨ªs. ¡°Lo esencial es que la construcci¨®n de la paz y de la democracia avancen juntas¡±, asegura Pethers. El acuerdo de Juba, firmado en octubre del pasado a?o, supone un hito hist¨®rico. Un logro impensable hace unos a?os. Para El Mahdi, sin embargo, ¡°las prisas han derivado en un texto fraccionado y lioso, poco exhaustivo¡±.
Elfiel opta por encarar el corto plazo bajo una m¨¢xima: buscar un equilibrio entre la necesidad de justicia y la participaci¨®n en democracia de los muchos actores con cad¨¢veres en n¨®mina. Juego de malabares en el que el hartazgo de muerte podr¨ªa ser el motor del perd¨®n. Sud¨¢n trata de atisbar un porvenir en el que prosperen libertades y bienestar. Pero no es f¨¢cil imaginar un futuro colectivo sin coser antes sus lacerantes heridas, tan recientes.
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