Flores nocturnas: las trabajadoras sexuales de Uruguay reclaman derechos
En Uruguay la prostituci¨®n es un trabajo. As¨ª lo establece una ley del 2002. Dos d¨¦cadas despu¨¦s, los resultados son controvertidos y las afectadas piden cambios sustanciales
¡°Si alguien en la escuela te dice hijo de puta, decile: ¡®S¨ª, y tu padre es el mejor cliente¡°. Seg¨²n Karina Correa, de 48 a?os, llega un momento en que tienes que decirles a tus hijos lo que haces. Alta, delgada, el pelo negro y lacio le llega hasta la cintura. Comenz¨® a prostituirse a los 26 a?os, cuando se separ¨® del padre de sus hijos, que no ten¨ªa dinero ¡°ni para las medias¡±. Ella los crio sola.
En su primera noche de trabajo, se puso un vestido rojo comprado para el cumplea?os de su hija y se subi¨® a un autob¨²s rumbo a las afueras de Montevideo. El viaje parec¨ªa infinito. Lleg¨® al Dado Rojo, una whisker¨ªa ¨Ccomo le dicen a los clubes nocturnos en Uruguay¨C donde trabaj¨® durante unos meses. Desde entonces ha recorrido decenas de boliches, se ha casado dos veces, ha tenido cuatro hijos y ahora vive en San Jos¨¦ (30.000 habitantes), a dos horas en coche de la capital.
El rostro se le ilumina cuando habla de su pasi¨®n, el teatro. Se le oscurece cuando, en cambio, se refiere a su trabajo y a sus penas. A finales de 2021 actu¨® en un espect¨¢culo teatral, cumpliendo la promesa hecha a Mauricio, su hijo, que muri¨® hace cinco a?os. Desde entonces, en su casa ¡°nada dura, todo se rompe. Puertas y ventanas est¨¢n desvencijadas, la pintura se descascara¡±. Hoy vive con sus dos hijos de nueve y once a?os. ¡°Unos diablos¡±, se r¨ªe. La hija mayor vive sola: ¡°Lamentablemente hace lo mismo que yo¡±. Hace unos meses se sum¨® a la Organizaci¨®n de Trabajadoras Sexuales (OTRAS), que ha presentado propuestas de reforma a la ley 17.515 que regula el trabajo sexual.
La legislaci¨®n no ha cancelado el peso del estigma. Para ejercer una labor que todos conocen pero casi nadie reconoce, muchas eligen hacerlo en secreto. Carolina, como se hace llamar cuando trabaja, de 38 a?os, no empez¨® a prostituirse por necesidad, sino porque quer¨ªa m¨¢s: ¡®¡¯M¨¢s dinero, una casa, llegar m¨¢s r¨¢pido¡±. Recibe unos diez clientes al d¨ªa, entre las diez de la ma?ana y las nueve de la noche, en el prost¨ªbulo de Am¨¦zaga, a unas pocas calles del Parlamento Nacional. Le gusta el rock: se tatu¨® el prisma con el arco¨ªris de Pink Floyd. Le tom¨® a?os aceptar lo que hace como un empleo. Tuvo que reconocerlo cuando una expareja rompi¨® el secreto m¨¢s importante que ten¨ªa con su hijo. Una noche, el ni?o la despert¨® de golpe, mostr¨¢ndole una foto suya en un sitio de citas: ¡°Mam¨¢, o me dices qu¨¦ es esto o me voy de casa¡±.
¡°Seg¨²n nuestras encuestas, pocas perciben lo que hacen como un trabajo¡±, explica Sandra Ortiz, monja y activista de Casabierta, grupo cat¨®lico de soporte a trabajadoras sexuales.
Entonces, ?es trabajo o no? De acuerdo a la ley, aprobada por unanimidad en 2002, la prostituci¨®n es una ocupaci¨®n a ejercer de forma aut¨®noma, jam¨¢s para un tercero. La realidad, sin embargo, est¨¢ hecha de empleo informal y proxenetismo velado, con tarifas impuestas, horarios y servicios por cumplir. ¡°Las fronteras entre legal e ilegal son porosas¡±, explica Andrea Tuana, de la ONG El Paso.
Seg¨²n los datos del programa de las Naciones Unidas contra el Sida, hay 13.100 prostitutas en el pa¨ªs, uno de los m¨¢s peque?os de Sudam¨¦rica, con 3,5 millones de habitantes; apenas la mitad de la Comunidad Aut¨®noma de Madrid. Para ejercer es necesario registrarse en una comisar¨ªa. ¡°?Por qu¨¦ la polic¨ªa? Ni que fu¨¦ramos delincuentes¡±, se pregunta Karina N¨²?ez, presidenta de OTRAS, una ¡°prostituta con conciencia de clase¡±, como se define.
Hay 13.100 prostitutas Uruguay, uno de los m¨¢s peque?os de Sudam¨¦rica, con 3,5 millones de habitantes
Las trabajadoras tambi¨¦n tienen el derecho-deber a los controles sanitarios semestrales que ¡°est¨¢n dise?ados para proteger a los clientes, no a las trabajadoras que se sienten objetos de una pol¨ªtica de salud m¨¢s que sujetos de derecho¡±, manifiesta Lilian Abracinskas, de Mujer y Salud en Uruguay.
¡°Cuando afirmamos que el trabajo sexual es trabajo, lo que queremos decir es que necesitamos derechos laborales. No estamos diciendo que sea bueno ni que tenga una importancia fundamental¡±, escriben las prostitutas y activistas brit¨¢nicas Juno Mac y Molly Smith en su libro Putas insolentes.
En la misma l¨ªnea est¨¢ OTRAS, que en su tercer congreso, celebrado en noviembre de 2021, se incorpor¨® oficialmente a la Central ?nica de Trabajadores (PIT-CNT). Cerca de medio centenar de personas asistieron al evento, animado por la N¨²?ez, sentada en la audiencia, con su falda larga de colores, gigantesca, estilo Fellini. Todos la mencionan. ¡°A Karina N¨²?ez la conoc¨ª hace 30 a?os en un cabaret, repart¨ªa preservativos femeninos¡±, cuenta Ver¨®nica Cassandra, 60 a?os, trabajadora sexual trans del interior del pa¨ªs y la primera de su ciudad en recibir una pensi¨®n. La seguridad social es uno de los puntos d¨¦biles de la ley: solo una trabajadora de cada diez est¨¢ afiliada. OTRAS pide que se adecue el r¨¦gimen de aportes jubilatorios por franja etaria, pues, a diferencia de la mayor¨ªa de los oficios, en este ¨¢mbito los ingresos se reducen en funci¨®n de la edad. ¡°Dicen que es duro el oficio de flor cuando sus p¨¦talos se ajan al sol¡±, canta Silvio Rodr¨ªguez.
La prostituci¨®n divide al feminismo: hay quienes piensan que es abominable y debe ser abolida: ¡±No se debate, se combate¡±. Otras, en cambio, creen que es inevitable, quieren regularla y garantizar derechos a las trabajadoras.
Para abolir la prostituci¨®n se debe abolir la pobreza, argumentan las dos activistas Mac y Smith. ¡°Saquemos el dinero de la conversaci¨®n y las trabajadoras sexuales parecer¨¢n raras o destrozadas. A trav¨¦s de las lentes de la necesidad econ¨®mica, las razones para ejercer vuelven a aparecer una estrategia racional de supervivencia en un mundo que, a menudo, es una mierda¡±.
Quien trabaja seis d¨ªas por semana gana, en promedio, siete salarios m¨ªnimos uruguayos ¨C2.100 euros¨C seg¨²n estimaciones de Pablo Guerra, soci¨®logo de la Universidad de La Rep¨²blica. Que aclara: ¡°Los ingresos son muy variables: hay quien est¨¢ bajo la l¨ªnea de pobreza y quien supera los 6.600 euros mensuales¡±.
Las razones para comprar sexo son las m¨¢s diversas. ¡°Si me tengo que gastar plata para salir y al final no se concluye, prefiero ir a lo seguro¡±, explica Mat¨ªas, desarrollador de software, treinta?ero. No existe el cliente t¨ªpico, convienen muchas trabajadoras. El 20% de los uruguayos compra sexo de forma habitual o espor¨¢dica, hay gente de todas las edades, culta, violenta, ignorante, sola y en grupo. Entre los veteranos, ¡°algunos solo necesitan compa?¨ªa¡±, precisa Carolina, sentada en la cama alquilada del prost¨ªbulo de Am¨¦zaga.
La profesi¨®n suele ser un legado. ¡°Hago el trabajo que hac¨ªa mi mam¨¢, el mismo de mi abuela¡±, dice N¨²?ez.
Las que optan por la calle no comparten con nadie las ganancias. Pero hay m¨¢s riesgos. En invierno, el viento del R¨ªo de La Plata es g¨¦lido. ¡°Aqu¨ª el peor momento es entre las dos y las cuatro de la ma?ana. Te pueden robar todo¡±, asegura Natalia, de 47 a?os. Trabaja informalmente en una acera del Parque del Prado, al oeste de la capital, los fines de semana. ¡°El oral cuesta cinco euros, el completo, 15. Pero si un tipo me gusta, no le cobro¡±. Natalia se llama Alfredo de lunes a viernes, es un trabajador mec¨¢nico delgado y calvo, algo t¨ªmido. Alfredo luch¨® entre su homosexualidad y la educaci¨®n religiosa que recibi¨® en su hogar, una familia mormona. Paulatinamente, labr¨® su libertad sexual y se alej¨® de la iglesia. En alg¨²n momento empez¨® a travestirse. Lleg¨® al parque del Prado por diversi¨®n; ¡°tambi¨¦n porque me enter¨¦ que pod¨ªa sacar una plata¡±, reconoce.
Vive en una planta baja en el barrio popular de Aguada, con tres gatos siameses y un caniche. Desde la ¨²nica ventana, la luz apenas se filtra en las paredes desconchadas. El olor a comida de mascotas se mezcla con el humo del cigarro de su pareja, un hombre robusto de ojos azules. Alfredo tarda horas en convertirse en Natalia. Se encierra en un ba?o min¨²sculo, frente al espejo con crema depilatoria, agua oxigenada, base de maquillaje, rimel, blush, polvo, contorno de ojos, perfume, labial, peluca rubia ceniza y sujetador. Natalia est¨¢ lista, se levanta la capucha para que los vecinos no la reconozcan y se encamina hacia el parque.
Con la pandemia, aumentaron los anuncios de citas en la web, que facilita el trabajo a las aut¨®nomas
Trinidad, 20.000 habitantes, capital del departamento m¨¢s peque?o y conservador del pa¨ªs, hist¨®ricamente gobernado por el Partido Nacional. En el l¨ªmite noroeste del pueblo hay una casona blanca de una planta, rodeada de un gran terreno con pocos ¨¢rboles. La propietaria de la whisker¨ªa, Clementina, exprostituta, manos tatuadas y ce?o fruncido, acomoda las copas detr¨¢s de la barra y explica: ¡°Esto era un motel. Le pusimos paredes, la m¨¢quina de discos y el ca?o de striptease. All¨ª est¨¢n las habitaciones para los clientes. Las chicas viven en la otra mitad de la casa¡±.
Un corredor con pintura carcomida conecta las dos alas de la vivienda. Clementina abre la puerta asegurada con candado y llama a las mujeres. Se acaban de despertar, duermen hasta bien entrada la tarde, luego trabajan de nueve de la noche a cuatro de la ma?ana. ¡°Pero no les pongo horarios¡±, aclara. Son tres y comparten dos habitaciones y la cocina. En el suelo, botellas de Coca-Cola, botes de champ¨² y zapatillas.
Se acerca la hora del trabajo, se bajan las luces y las mujeres se maquillan. Toman Martini blanco con pajita, bailan mir¨¢ndose en los espejos. Un guardia observa la escena. Todo est¨¢ listo para empezar la noche. No hay letrero y el lugar no se encuentra en internet. ¡°Pero la gente viene aqu¨ª igual. Yo no soy de la tecnolog¨ªa. No s¨¦ qu¨¦ es esto de las aplicaciones. Aqu¨ª es diferente: uno se encuentra con una y se cagan a mentiras¡±, dice Clementina.
Con la pandemia, aumentaron los anuncios de citas en la web. Algunas mujeres tienen un proxeneta, ¡°aunque parezcan independientes¡±, coinciden Tuana y Guerra. Lo cierto es que la web facilita el trabajo a las aut¨®nomas, como Minerva Clarke: ¡°Para m¨ª, internet es una herramienta fundamental para administrar mi tiempo y tener m¨¢s seguridad¡±. Desde 2018 se le ha hecho dif¨ªcil publicar contenido sexual en la red debido a dos actas emitidas por la administraci¨®n Trump (FOSTA y SESTA) para combatir la trata. Las normas son lo suficientemente vagas como para meter todo en la misma bolsa.
Minerva usa internet tambi¨¦n para llevar adelante su lucha en contra de las leyes FOSTA-SESTA y denunciar la discriminaci¨®n que vivi¨®. Con otros medios, tambi¨¦n Karina Correa combate por la misma causa: ¡°tenemos que hacer p¨²blicas las cosas que no quieren o¨ªr: detr¨¢s de las minifaldas, los labios pintados y las medias con ligas, hay seres humanos. No hacemos las OTRAS, somos las OTRAS, las postergadas, las marginadas ?Ya basta!¡±.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aqu¨ª a nuestra ¡®newsletter¡¯.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.