Cada vez hay m¨¢s mujeres drogodependientes en Afganist¨¢n: ¡°Por dos o tres euros consigues cristal¡±
Casi el 3% de las mujeres afganas padec¨ªan alguna adicci¨®n en 2009. Se estima que la cifra ya llega cerca del mill¨®n de adultos y 100.000 ni?os y ni?as. La precariedad junto al f¨¢cil acceso a la hero¨ªna y a las metanfetaminas son algunas de las causas que explican el preocupante aumento en el consumo
En un barrio residencial del centro de Kabul, la capital de Afganist¨¢n, se ubica uno de los espacios de rehabilitaci¨®n que trabaja 24 horas sin descanso para dar respuesta a una realidad cada vez m¨¢s extendida: un consumo desmesurado de droga que afecta tanto a hombres como mujeres. Sobre todo a ellas. ¡°Hace dos o tres a?os era realmente dif¨ªcil ver a una adicta en las calles. Ahora, siempre que salimos, encontramos¡±, explica la doctora Shaista Hakeem, coordinadora del centro 100-bed National Center for the Treatment of Addiction for Women and Children (Centro Nacional de Tratamiento de Adicciones para Mujeres y Ni?os con 100 camas). Recibe la visita en su despacho, situado en la entrada del edificio. Abri¨® en 2016 y cuenta con 60 empleados: 50 mujeres y 10 hombres, que acogen a unas 50 pacientes.
Las instalaciones son amplias, de paredes blancas, y consta de diversas plantas, patio, terraza y salas polivalentes. En una de ellas, los hijos de las pacientes reciben clases. Hoy aprenden los meses del a?o en el calendario local y los principios del islam. En otro cuarto, un grupo de mujeres, apoyadas por psic¨®logas y trabajadoras sociales, participan en actividades para mejorar su estado mental. ¡°El tema de hoy es el autocontrol. ?Qu¨¦ conoc¨¦is sobre este tema?¡±, arranca la psic¨®loga.
Una docena de asistentes, sentadas en c¨ªrculo y en silencio ¨Cy hoy m¨¢s cohibidas por la presencia de los visitantes¨C, participa en la sesi¨®n. La terapeuta las anima a intervenir. Finalmente, la mayor del grupo se atreve: ¡°Deber¨ªamos tener control sobre nuestro cuerpo. Y pedir perd¨®n a las personas de las que hemos abusado, y no molestarlas de nuevo¡±. Otra apunta: ¡°Deber¨ªamos ser buenas y tratar bien a la gente. A familiares, a amigos, a todo el mundo¡±.
¡°?Cu¨¢les son los efectos de las drogas?¡±, interpela de nuevo la psic¨®loga. ¡°Te separan de tu hogar, de tus hijos, de la familia. No vivir¨¢s m¨¢s con ellos y te convertir¨¢s en una persona in¨²til¡±, apunta una tercera mujer. Y otra m¨¢s a?ade que los hijos sienten que ellas no deber¨ªan ser sus madres porque han destrozado sus vidas.
Un mill¨®n de mujeres drogodependientes
En un pa¨ªs afectado por 40 a?os de conflictos, resulta dif¨ªcil cuantificar el n¨²mero de personas drogadictas. Seg¨²n la Organizaci¨®n de las Naciones Unidas, al menos el 3% de las afganas lo eran en 2009. Actualmente, las estimaciones del Ministerio de Salud P¨²blica sit¨²an el n¨²mero cerca del mill¨®n; y la de ni?os y ni?as, sobre los 100.000.
Las cifras masculinas son igual de alarmantes. En 2005, hab¨ªa unos 200.000 adictos al opio. En 2009, ya hab¨ªan ascendido al mill¨®n, y en 2015 la cifra se situaba entre 1,9 y 2,4 millones, aunque los ¨²ltimos datos oficiales estiman que hay cinco millones de una poblaci¨®n total de unos 40.
El aumento exponencial, tanto en cifras femeninas como masculinas, resulta evidente y preocupante, teniendo en cuenta que, entre 2002 y 2017, Estados Unidos invirti¨® 8.500 millones de d¨®lares (mismo valor en euros) para luchar contra el narcotr¨¢fico en el pa¨ªs centroasi¨¢tico, seg¨²n datos de la Inspecci¨®n General Especial para la Reconstrucci¨®n de Afganist¨¢n (SIGAR). Desde hace d¨¦cadas, Afganist¨¢n es el principal cultivador mundial de la amapola, la planta que se utiliza para producir opio. De este pa¨ªs sale el 80% de la sustancia que se consume en el mundo, seg¨²n Naciones Unidas. La que no se exporta, supone un grave problema.
¡°Comprar droga es s¨²per barato. Por 20 afganis (unos 20 c¨¦ntimos) puedes adquirirla. La mayor¨ªa de nuestros pacientes usaba hero¨ªna al principio, pero ahora consumen metanfetamina o cristal, como lo quieras llamar. Aqu¨ª lo llamamos shisha¡±, puntualiza la doctora Hakeem.
Shaista HakeemLa raz¨®n principal por la que las mujeres se enganchan es por la econom¨ªa y la falta de empleo. La situaci¨®n econ¨®mica hace que no puedan luchar por sus vidas y no pueden abastecer a sus familias
¡°Las principales razones por la que las mujeres se enganchan son por la situaci¨®n econ¨®mica y la falta de empleo. La precariedad hace que no puedan luchar por sus vidas ni abastecer a sus familias, y la manera f¨¢cil es colocarse¡±, cuenta la m¨¦dica, que ha trabajado en el ¨¢mbito de las drogadicciones en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. Sostiene que, en muchos casos, los maridos son quienes las inician: fuman en casa y as¨ª es como las acostumbran. ¡°Tenemos ni?os y ni?as aqu¨ª, incluso de dos a?os, cuyas madres consum¨ªan durante el embarazo. Y cuando no saben acallarlos [cuando lloran] les dan alguna droga. As¨ª que desde peque?os son adictos¡±, asegura la profesional.
Ante el panorama desolador, trabajan incansablemente en un tratamiento por tres fases: ¡°Los primeros 15 d¨ªas son para la desintoxicaci¨®n. Despu¨¦s tenemos la etapa de rehabilitaci¨®n, donde las entrenamos en distintos ¨¢mbitos. La tercera es el seguimiento, que lo hacemos durante un a?o con la paciente, para que no tome drogas de nuevo. Aunque ahora, por falta de financiaci¨®n, hemos tenido que parar esta ¨²ltima¡±, lamenta Hakeem.
13 d¨ªas luchando por desintoxicarse
La doctora recorre las habitaciones de las usuarias. En una de ellas, reposa Shukria, de 35 a?os, junto a dos de sus hijas. Roya, de 16 a?os, y Samira, de dos. Son de Badakshan, al noreste del pa¨ªs. Explican que cuando la guerrilla talib¨¢n tom¨® el control de la zona, y tambi¨¦n empujados por las dificultades econ¨®micas, Shukria, su marido y los cinco hijos en com¨²n se desplazaron a Kabul. De eso hace ya seis a?os.
Shaista HakeemTenemos ni?os y ni?as aqu¨ª, incluso de dos a?os, cuyas madres consum¨ªan durante el embarazo
Hace cinco empez¨® su descenso a los infiernos tras su primer contacto con las drogas. ¡°En aquel momento no pod¨ªa entender lo que me pasaba. Cuando miro atr¨¢s, me siento muy mal¡±. Shukria empez¨® tomando hero¨ªna y, progresivamente, cambi¨® al cristal. ¡°Por 200 o 300 afganis (unos dos o tres euros), puedes conseguir una peque?a porci¨®n¡±, aclara.
Su historia se encuentra en la l¨ªnea de las que la doctora, que escucha la conversaci¨®n desde un rinc¨®n de la habitaci¨®n, ve en su d¨ªa a d¨ªa. Pobreza y falta de perspectivas de futuro: el c¨®ctel fatal que empuja a muchas a la drogadicci¨®n. ¡°Todo esto es debido a la situaci¨®n econ¨®mica y el no tener d¨®nde vivir. Si tuviera casa propia y pudiera ganarme la vida, ?por qu¨¦ tomar¨ªa drogas? Empec¨¦ para aliviar la tensi¨®n¡±, lamenta.
Shukria ya hab¨ªa estado una vez en el centro de rehabilitaci¨®n, donde lleg¨® por su propio pie. Esta segunda vez, las trabajadoras sociales encontraron a la hija de 16 a?os bajo el puente Pul-e-Sokhta, donde acuden muchos adictos. Localizaron a la madre y ambas ingresron en el centro nuevamente. De eso hace 13 d¨ªas.
Roya, hija de ShukriaDurante el primer a?o en Kabul, no tom¨¢bamos drogas, pero en los ¨²ltimos cinco toda la familia consume
La hija adolescente, Roya, con posado serio, no reh¨²ye las preguntas. ¡°Mi padre es quien empez¨®. Y, lentamente, toda la familia se enganch¨®. Nunca he ido a la escuela. Y ten¨ªa unos 10 a?os cuando vine a vivir a Kabul. Durante el primer a?o, no tom¨¢bamos drogas, pero en los ¨²ltimos cinco, toda la familia consume¡±. Cuando acabe el tratamiento planea empezar a estudiar. La doctora interviene desde un rinc¨®n de la sala. ¡°Hemos pedido a algunos colegios que acepten alumnos de los hospitales, pero les piden los documentos nacionales de identidad. Y ni tan siquiera tienen¡±.
Buscar a posibles pacientes por puentes, mercados y monta?as
Las pacientes no suelen acudir solas al centro, por lo que un grupo de trabajadoras sociales, vestidas con sus batas blancas, mascarillas quir¨²rgicas y acompa?adas de una furgoneta, se desplaza peri¨®dicamente por las calles de Kabul para localizar a mujeres drogodependientes e invitarlas a ingresar en el centro de desintoxicaci¨®n. Las localizaciones suelen repetirse: puentes, mercados y monta?as. Lugares en los que habitualmente las personas acuden para comprar o consumir su dosis.
La furgoneta se detiene en la parte baja de una colina y, a continuaci¨®n, las trabajadoras suben decididamente hacia donde se encuentran la mayor¨ªa de drogodependientes. Hay perros callejeros y hoyos donde, para evadirse, se esconden algunos. La mayor¨ªa son hombres, pero las asistentes sociales saben que el lugar tambi¨¦n es frecuentado por mujeres. Nada m¨¢s ver a las reci¨¦n llegadas, escapan como pueden.
¡°No soy adicta. Mis hijos est¨¢n en casa, y mi marido no me deja ir con vosotras¡±, responde la mayor¨ªa de las interpeladas mientras tratan de huir. Muchas son ya exusuarias. ¡°Si no vienes, iremos a la comisar¨ªa y los talibanes vendr¨¢n aqu¨ª y os llevar¨¢n con nosotras¡±, insisten las trabajadoras para tratar, sin ¨¦xito, de convencerlas.
La encrucijada de los talibanes contra la drogadicci¨®n
Mencionar a los talibanes no suele dejar indiferentes los usuarios de drogas. Saben que desde que los fundamentalistas volvieron al poder, han endurecido las medidas anti droga. Despu¨¦s de unos meses de dudas, el l¨ªder talib¨¢n, Haibatullah Akhundzada, anunci¨® el 3 de abril un nuevo decreto por el que prohib¨ªan el cultivo y fabricaci¨®n de sustancias estupefacientes..
Shaista HakeemLos talibanes han implementado restricciones [hacia los adictos] y nos han dicho que la pr¨®xima vez que venga un paciente tenemos permiso para matarle
Sobre el terreno, tambi¨¦n se han notado los cambios. ¡°Los talibanes han implementado restricciones [hacia los adictos] y nos han dicho que la pr¨®xima vez que venga un paciente, tenemos permiso para matarle. Les hemos respondido que somos doctoras y solo queremos tratarlos¡±, explica Hakeem, la coordinadora. Y a?ade: ¡°Muchos han muerto en otros centros. Nosotras normalmente reducimos gradualmente el nivel de droga del paciente, pero los talibanes simplemente los dejan en una cama, sin ninguna disminuci¨®n gradual¡±.
La coordinadora del espacio de rehabilitaci¨®n ve c¨®mo los problemas van en aumento. ¡°De acuerdo con la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, los usuarios de drogas no son criminales, y necesitan ser asistidos. Antes hab¨ªa muchas entidades, pero ahora el Ministerio de Salud P¨²blica los trata y el Ministerio de Interior los trae aqu¨ª. Trabajan juntos y eso nos ha creado m¨¢s problemas que soluciones¡±, lamenta Hakeem.
Mientras las asistentes sociales se adentran bajo uno de los principales puentes del centro de Kabul donde se aglomeran muchos de ellos, en la parte de arriba dos polic¨ªas talibanes se encargan de controlar la situaci¨®n, ante las miradas de curiosidad y preocupaci¨®n de los ciudadanos que cruzan la c¨¦ntrica avenida, rodeada de mercados. ¡°Estamos aqu¨ª para protegeros, para que nadie os toque¡±, anuncia Adel Ahmad, oficial de actividades criminales del distrito 6 de Kabul.
Los polic¨ªas acuden todos los d¨ªas a la zona. ¡°Hay m¨¢s de mil drogadictos por aqu¨ª y queremos que reciban alg¨²n tipo de ayuda y se recuperen. Tenemos un buen comportamiento con ellos, la soluci¨®n no es golpearlos. Lo ¨²nico que podemos hacer es intentar prevenirles de que vengan a esta ¨¢rea¡±, prosigue Ahmad, tratando de ofrecer un rostro amable hacia los extranjeros que preguntan.
En su primer mandato, que dur¨® de 1996 a 2001, los talibanes prohibieron el cultivo de la amapola con el fin de ganarse la legitimidad de la comunidad internacional. Pero cuando la irrupci¨®n de Estados Unidos en el pa¨ªs los sac¨® del poder tras el atentado contra las torres gemelas de Nueva York, y durante los siguientes 20 a?os de insurgencia, al grupo extremista se le acus¨® de beneficiarse del comercio de la droga cobrando impuestos a los traficantes desde las ¨¢reas bajo su control.
Una investigaci¨®n de David Mansfield, experto en los circuitos de tr¨¢fico de drogas afganos, sugiere que solo en 2020, antes de volver al poder, el grupo gan¨® 20 millones de d¨®lares mediante este contrabando. Sin embargo, los fundamentalistas siempre han negado estar vinculados con el narcotr¨¢fico. ¡°La pobreza es la causa principal de la adicci¨®n¡±, a?ade Qari Nasser, gerente del ¨¢rea de cr¨ªmenes, tambi¨¦n talib¨¢n. ¡°Cuanto m¨¢s pobre es la gente, m¨¢s adicta se vuelve. Hay ni?os muy peque?os que vienen aqu¨ª y es el mundo el que lo ha facilitado. Si el mundo quiere erradicarlo, debe ayudar a conseguir una buena educaci¨®n y mejorar los factores econ¨®micos¡±.
¡°?La soluci¨®n? La mejor soluci¨®n es liberar el dinero bloqueado, el que Estados Unidos se ha apoderado¡±, contin¨²a Nasser. ¡°Y construir hospitales para ellos. Por ¨²ltimo, si la comunidad internacional realmente quiere erradicar a los drogadictos, deber¨ªa darles soluciones alternativas para que puedan dedicarse a otras cosas. Conseguir ayuda en sectores como la agricultura, o ayudar a prevenir el contrabando, aunque para esto no hay soluci¨®n¡±. Como la econom¨ªa es tan pobre en el pa¨ªs, la gente se gana la vida con ello.
La huida de Farida
Una de las mujeres, vestida de negro y que aparenta una edad avanzada, huye colina abajo. ¡°?Stop, stop, stop!¡±, gritan las asistentes sociales, que corren a su alrededor. ¡°?No quiero ir con vosotras!¡±, responde la mujer, al principio sin detenerse. Hasta que finalmente frena al pie de la monta?a.
Es Farida ¨Cnombre ficticio¨C y mendiga para conseguir dinero. ¡°Quiero quedarme aqu¨ª. He estado all¨ª [en el centro de rehabilitaci¨®n] 10 o 12 veces, pero no me cura¡±, explica, abatida, ya sentada en un lado de la calle y sin levantar la vista del suelo. ¡°Hay gente que me trae la droga aqu¨ª. Tengo ni?os peque?os y por la noche vuelvo a casa¡±. Asegura que no ha encontrado apoyo en ninguna otra instituci¨®n, y tantos a?os consumiendo le han dejado sin ninguna esperanza. ¡°Una de mis amigas del colegio sol¨ªa hacerlo, y as¨ª es como empec¨¦¡±, explica. Su realidad es el reflejo de muchas otras afganas. ¡°He perdido a mi marido, mi hija, mi madre, mi suegra... Lo he perdido todo. Mentalmente nunca estar¨¦ bien¡±, lamenta.
Cuando la conversaci¨®n termina, aprovecha un momento de distracci¨®n para escapar. Las empleadas del centro corren detr¨¢s de ella, ante la mirada del resto de adictos, que se limitan a observar la situaci¨®n. Esta vez, consigue marcharse, pero sabe que las trabajadoras sociales volver¨¢n a buscarla.
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