Una perspectiva catalana de Espa?a
La perspectiva catalana de Espa?a es una perspectiva de poder y de intereses
La perspectiva catalana de Espa?a es una perspectiva de poder y de intereses. Exactamente igual que la perspectiva castellana. Desde hace siglos, debido a la acci¨®n de la Corona, las dos nacionalidades que acabo de mencionar se encontraron dentro de una misma entidad pol¨ªtica. Operaron como vasos comunicantes. En su relaci¨®n, la nacionalidad m¨¢s grande y poderosa, la castellana, diluy¨® a la catalana, hasta casi hacerla desaparecer. Influyeron para ello numerosos aspectos. El demogr¨¢fico (seis millones de habitantes contra menos de medio), el colonial (todo un imperio, sumado solo a una nacionalidad), el econ¨®mico (con derechos exclusivos sobre Am¨¦rica), el institucional y el militar (con car¨¢cter oficial no solo predominante sino ¨²nico) y el ling¨¹¨ªstico-cultural (el castellano expansion¨¢ndose en la Pen¨ªnsula como una cu?a, seg¨²n el esquema pl¨¢stico de Men¨¦ndez Pidal).
Tan mastod¨®ntico fue el poder de la nacionalidad castellana y tan disminuido el de la catalana que la peque?a acept¨® a la grande haci¨¦ndose una parte de ella. Relaci¨®n que form¨® costumbre lleg¨¢ndose a entender no como circunstancia, sino como carta de naturaleza.
En la direcci¨®n de Espa?a a¨²n quedan lacras del esp¨ªritu castellano de viejo estilo
La historia, sin embargo, nunca es est¨¢tica. Siempre es evolutiva. Llegaron nuevos productos incentivadores de Am¨¦rica. Los puertos se abrieron al tr¨¢fico ultramarino. Con la revoluci¨®n industrial, creci¨® aquella nacionalidad tan desaparecida. Al desarrollo material se uni¨® el de la propia conciencia. Hicieron su cambio la demograf¨ªa, la econom¨ªa y la lengua. Con la Exposici¨®n Universal de 1888, Barcelona se puso, t¨² a t¨², a la par de Madrid. La nueva realidad hizo surgir nuevas aspiraciones. Aspiraciones que iban contra la tan cre¨ªda carta de naturaleza a la que opon¨ªan una visi¨®n circunstancial emp¨ªricamente cambiante. Convertidas en exigencias, muy molestamente vividas en el centro de Espa?a, fueron uno de los factores que con m¨¢s profundidad impulsaron y justificaron la Guerra Civil y la posterior dictadura.
La Transici¨®n dio una vuelta de tuerca a aquella realidad. Pero tampoco tuvo porqu¨¦ parar la historia. Los pol¨ªticos catalanes aceptaron lo que entonces consideraron adecuadamente realista aunque no como algo totalmente definitivo. Se estableci¨® una letra: una Constituci¨®n, unas leyes. Pero la letra no siempre es la vida. Y en este caso, la vida catalana se desarrolla con la conciencia y el objetivo de ir construyendo m¨¢s bien separadamente. Es la marca de su poder. Un poder que juega medio en serio con manifestaciones propias de la soberan¨ªa. Pero que necesariamente tiene l¨ªmites. L¨ªmites que se aceptan cuando lo piden los intereses, ¨²nica raz¨®n que justifica las renuncias.
?C¨®mo incluir la vida en la interpretaci¨®n de la letra para hacer que los l¨ªmites sirvan para acercar? Con la percepci¨®n de la circunstancia cambiante y la aceptaci¨®n del influjo opuesto en los vasos comunicantes para originar confluencia de intereses. En la direcci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de Espa?a quedan a¨²n ciertas lacras del esp¨ªritu castellano de viejo estilo. Proyectos del AVE en la Espa?a despoblada interior y kil¨®metros de asfalto vac¨ªo en zonas des¨¦rticas en lugar de una concreci¨®n end¨®gena m¨¢s creativa. Recuerdan la acci¨®n de los Borbones y sus poco ¨²tiles f¨¢bricas de tapices y de cristal. Derroches organizativos de los que el otro modelo perif¨¦rico, el vasco, ha sabido librarse airosamente construyendo una econom¨ªa muy plausible.
Me he referido al cristal porque hace poco visit¨¦ el museo de La Granja (Segovia), que sirve para ilustrar lo que voy diciendo. En una parte del museo, trabajadores varios y varias soplan de cuando en cuando para hacer algunos vasos y algunas vasijas. La desproporci¨®n entre el personal y tiempo empleados y la producci¨®n es desmesurada. Algo de lo producido se coloca para el comercio en unas mortecinas vitrinas. Lo m¨¢s opuesto a museos similares de Europa como el de Murano o uno pr¨®ximo a Amsterdam, en donde el dinamismo es la savia de una enorme creatividad vital que moviliza a miles de compradores. En cambio en La Granja, donde deber¨ªa generarse dinero con un producto altamente atractivo, se malgasta tristemente. Parece un museo a la indolencia, m¨¢s digna de ser ocultada que mostrada.
En el pasado se impuso un dogma de dominio. Ahora hay que lograr una convivencia pac¨ªfica y satisfactoria
El ejemplo expuesto no puede quedar reducido a lo material. Hace pl¨¢sticas otras limitaciones psicol¨®gicas, ideol¨®gicas y pol¨ªticas. ?No pecaremos de falta de amplitud por no sabernos poner a la altura de las circunstancias de nuestro tiempo?Frente a dicho estilo, viejo y anquilosado, opera el empirismo cotidiano, que, en su enorme sencillez, act¨²a como motor de la historia. ?Qu¨¦ bien ha manejado Bildu la confluencia del inter¨¦s (de nuevo menciono el modelo vasco), dejando que la vuelta ciclista a Espa?a cruzase las carreteras y las calles de Euskadi!En los vasos comunicantes de Espa?a, el esp¨ªritu catal¨¢n gana por s¨ª mismo puntos. La lengua catalana es la que ahora opera como una cu?a que llega a estudiarse en una parte de la mism¨ªsima Castilla hist¨®rica. Es la parte que Javier de Burgos ¡ªcon mentalidad de vasos comunicantes¡ª separ¨® de Cuenca y a?adi¨® a Valencia. Contempl¨¦moslo, si no podemos con simpat¨ªa por la fuerza de los estereotipos, al menos con benevolencia. Realidades parecidas a esta las podemos encontrar en muchos campos.
El temperamento latino, en lo referente a las lenguas, es bastante acomodaticio. No como el sueco de Finlandia o el h¨²ngaro de Ruman¨ªa. Los italianos se hispanizan r¨¢pidamente en Buenos Aires y los castellanos se catalanizan de forma algo parecida en Barcelona. Caracter¨ªstica que facilita la interpretaci¨®n de la Espa?a de los vasos comunicantes que antes hemos expuesto.
Mara?¨®n dijo que ¡°el dolor y la gloria comunes son los grandes aglutinantes de los pueblos¡±. Es la dimensi¨®n idealista de la cuesti¨®n. En los tiempos que corremos es m¨¢s ventajoso prestar atenci¨®n a la econom¨ªa. El motor econ¨®mico no puede operar adecuadamente por vasos incomunicados.Un gran espejo tenemos ante nosotros que nos alecciona: la Uni¨®n Europea en general y la zona euro en particular. La unidad econ¨®mica espa?ola, para el bien de todos, debe ser ¡ªt¨¦cnicamente hablando¡ª cuanto m¨¢s fuerte, mejor. En ella se basa el mayor valor ¨¦tico: la valoraci¨®n de lo com¨²n, piedra angular en la construcci¨®n de grandes ¨¢mbitos humanos, tanto parciales como totales, a lo que hay que ser muy propenso. Y una faceta cotidiana de noble concepci¨®n es saber prescindir de las mutuas provocaciones a la gre?a, inevitables entre las particularidades. M¨¢s seguro es poner la confianza en el avanzar de la historia, que tiene un ritmo muy s¨®lido.
Si en el pasado se impuso un dogma de dominio, incluida una guerra y una dictadura, ?ser¨¢ mucho aceptar un cambio pac¨ªfico solicitado por una realidad de libres aspiraciones?
He pretendido hablar de un problema de fondo con im¨¢genes muy sencillas sobre algo que muchos viven como complicado. Pero su correcto enfoque no es m¨¢s que sentido com¨²n al servicio de una pol¨ªtica que se caracterice por la calidad de vida colectiva.Hay quien ha descrito esta idea de manera m¨¢s profunda y elaborada. Me refiero a Josep Maria Puigjaner en su libro ?Una Catalu?a sin Espa?a? (Ed. Milenio). En la conclusi¨®n se reconoce que para muchos catalanes no hay ¡°ninguna otra naci¨®n de pertenencia o incardinaci¨®n m¨¢s que Catalu?a, ¨²nica patria real, reconocida e interiormente experimentada¡±. Es la expresi¨®n del poder y del inter¨¦s propio al que nos referimos al principio. Hay que saberla aceptar prescindiendo de falsas cartas de naturaleza. Ello no obstaculiza la ¡°visi¨®n amable y hasta cordial de Espa?a, capaz de generar una convivencia pac¨ªfica y satisfactoria¡±, nos dice el mismo autor. Una Espa?a acorde con las nuevas circunstancias, que la evoluci¨®n hist¨®rica nos ofrece y que es necesario saber aceptar.
Santiago Petschen es profesor em¨¦rito de la UCM.
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