Leyendas pol¨ªticas
La vida democr¨¢tica deber¨ªa ser un juego libre, sin hinchadas ni adhesiones inquebrantables
Cuentan algunos autores que cuando el candidato a presidente de los Estados Unidos Adlai Stevenson libraba su campa?a frente a Dwight Eisenhower, una se?ora le dijo admirada, despu¨¦s de una reuni¨®n, ¡°cualquier persona pensante le votar¨ªa¡±, y que ¨¦l replic¨® ¡°se?ora, no es suficiente, necesito una mayor¨ªa¡±. Esta an¨¦cdota suele aducirse a cuento del descubrimiento de que, a la hora de votar, las emociones resultan ser decisivas, mucho m¨¢s que el c¨¢lculo racional de lo que interesa. Los economistas que se empe?an en aplicar modelos de utilidad para comprender y gestionar la realidad ni se enteran de lo que pasa ni son buena gu¨ªa para actuar. La inmensa mayor¨ªa de los votantes se orienta por sus emociones. Cosa que, por otra parte, es bastante racional, porque es un despilfarro de energ¨ªa invertir tiempo en leer programas que nadie piensa cumplir.
?Qu¨¦ hacer entonces para ganar las elecciones? En principio, buscar expertos en ciencias cognitivas y neurociencias que nos digan c¨®mo funcionan las entra?as de los ciudadanos, y a continuaci¨®n escribir un cuento, o varios, que permitan conectar los sentimientos de los votantes con los intereses de mi partido.
Porque el negocio de la pol¨ªtica se ha convertido en cosa de partidos, empe?ados en optimizar sus recursos para ganar elecciones a cualquier precio. Para lograrlo, curiosamente, no hay que recurrir a lo que conviene a las personas, a su capacidad de calcular qu¨¦ es lo m¨¢s ¨²til, sino saber contarles buenos cuentos, que empiecen con ¡°¨¦rase una vez¡±, contin¨²en con los grandes desaf¨ªos a los que tuvo que enfrentarse el partido (gigantes, dragones, encontrar el vellocino de oro) y acaben trazando un horizonte lo m¨¢s prometedor posible. Tal vez no tanto como ¡°y seremos felices y comeremos perdices¡±, porque el futuro prometido debe ser un poco cre¨ªble por lo menos, pero s¨ª algo ilusionante.
Claro que, como dec¨ªa Garc¨ªa M¨¢rquez al principio de su biograf¨ªa, ¡°la vida no es la que uno vivi¨®, sino la que recuerda y c¨®mo la recuerda para contarla¡±, y si construimos el relato de nuestra vida a la hora de contarla, ?c¨®mo no se va a construir la leyenda de un partido que quiere ganar las elecciones, buscando un comienzo, una trama y un futuro que emocionen a una parte del electorado lo m¨¢s amplia posible? Tambi¨¦n se construye una historia sobre el partido contrario, que intenta ser, claro est¨¢, una leyenda negra, con un origen tenebroso, unas actuaciones deplorables y un futuro aterrador. Y resulta ser que lo que acaba estando en juego no son los intereses de los ciudadanos, sino las leyendas blancas y las negras de unos y de otros, leyendas en vez de programas, como si no hubiera problemas que no admiten cuentos.
?Para qu¨¦ sirven las historias en estos casos? Para que cada quien se identifique con uno de los equipos que compiten, vista su camiseta y sienta que "esos son los m¨ªos". La necesidad m¨¢s b¨¢sica de las personas consiste en integrarse en un grupo, a la intemperie hace demasiado fr¨ªo. Pero justamente la vida democr¨¢tica deber¨ªa ser un juego libre, en que las gentes apoyan a unos u otros seg¨²n lo reclame la situaci¨®n, sin adhesiones inquebrantables. Los partidos no deber¨ªan ser equipos, con su hinchada incondicional, que no apoya a su equipo porque sea el mejor, sino porque es el suyo. Los partidos pol¨ªticos deber¨ªan ganarse adhesiones coyunturales con sus actuaciones.
Pero si es verdad que la mente humana es un procesador de historias, m¨¢s que un procesador l¨®gico, si es contando historias como formulamos nuestras expectativas, yo tambi¨¦n quiero contar una tal vez fecunda para estos tiempos. La de un pa¨ªs que sali¨® de 40 a?os de dictadura e inici¨® una transici¨®n hacia la democracia, admirada por propios y sobre todo extra?os, hasta el punto de que muchos se apuntan a imitarla. Cont¨¢bamos para ello con una sociedad civil al¨¦rgica a los enfrentamientos, harta de sentirse identificada con el Duelo a garrotazos de Goya, harta del dicho de Machado ¡°una de las dos Espa?as ha de helarte el coraz¨®n¡±. Esa es una mala historia, ese es un mal cuento.
Claro que la transici¨®n no fue perfecta, nada lo es en las cosas humanas. Pero todos los partidos pol¨ªticos y las fuerzas sociales supieron llegado el tiempo de la responsabilidad, el tiempo de detectar los problemas b¨¢sicos y pactar lo necesario con tal de hacerles frente. Sembrar la discordia hubiera sido criminal, y por fortuna as¨ª lo supieron todos con la raz¨®n y con el coraz¨®n.
Tal vez no sea esta una historia muy emotiva, pero no est¨¢ de m¨¢s pensar que cinco millones de parados, sanidad y educaci¨®n escandalosamente a la baja, gentes que no pueden pagar sus hipotecas, abandono de las personas dependientes, reducciones dr¨¢sticas en ayuda al desarrollo, recortes en becas y ayudas a la investigaci¨®n, son raz¨®n m¨¢s que suficiente para aunar fuerzas m¨¢s que para crispar los ¨¢nimos por arrancar votos.
Dicen tambi¨¦n quienes saben de esto que las historias para ser efectivas deben tener al menos algo de verdad. Y si los problemas son tan dolorosamente reales, creo que esta historia es en muy buena medida verdadera.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y autora de Neuro¨¦tica y neuropol¨ªtica, Tecnos, 2011.
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