¡®Bandwagon¡¯
Esta regresi¨®n hacia las cavernas del conservadurismo cat¨®lico parece dif¨ªcil de evitar
En mi anterior columna me refer¨ª al efecto underdog que designa al candidato Rubalcaba como perdedor anunciado de la competici¨®n electoral. As¨ª que, por un prurito de imparcialidad deportiva, hoy toca escribir sobre el opuesto efecto bandwagon: la ventaja de salida con que cuenta el candidato Rajoy como claro favorito para vencer en los comicios, lo que mover¨¢ al grueso de electores no alineados a subirse en manada al carro del ganador. Un efecto de arrastre inducido por la unanimidad de las encuestas que actuar¨¢ como profec¨ªa que se cumple a s¨ª misma, generando un clima de opini¨®n que tiene mucho m¨¢s de resignado fatalismo que de entusiasta adhesi¨®n.
?Es justo que gane las elecciones el partido que presidi¨® la formaci¨®n especulativa de la burbuja inmobiliaria cuyo estallido ha causado la crisis actual para la que hoy se presenta como soluci¨®n? Es posible que no sea justo. Pero eso es lo que parecen desear las clases medias espa?olas, quiz¨¢s a?orantes de esa clasista sociedad de nuevos ricos alumbrada por el falaz espejismo del llamado milagro espa?ol. Y es que no parece haber m¨¢s soluci¨®n para poner fin a la ruinosa deriva actual que cambiar al equipo gobernante, aunque haya que elegir para ello a un candidato tan impopular y poco atractivo como Rajoy. O sea: cualquiera con tal de echar a Zapatero. Es la opci¨®n del mal menor, que hoy favorecer¨¢ al PP como en 2008 benefici¨® al PSOE.
El problema es que esta ola de fatalismo que va a llevar a Rajoy a La Moncloa puede implicar algo mucho peor que un voto de castigo a Zapatero, pues lo que nos jugamos es el cambio hacia un r¨¦gimen de partido hegem¨®nico donde no haya oposici¨®n digna de ese nombre, si es que el PSOE se hunde y el PP vence por una holgada mayor¨ªa absoluta. Un PP que no solo es heredero de Fraga y de Aznar sino que adem¨¢s entronca con la peor tradici¨®n de la derecha espa?ola, que se remonta mucho m¨¢s atr¨¢s de la dictadura franquista hasta el caciquismo territorial de la restauraci¨®n canovista. Y esta regresi¨®n hacia las cavernas del conservadurismo cat¨®lico parece hoy dif¨ªcil de evitar. ?C¨®mo detener o al menos atenuar este ascenso del fatalismo? ?De qu¨¦ va a depender que Espa?a naufrague con el PSOE o que por el contrario logre evitar in extremis el tsunami neoconservador?
Aqu¨ª voy a hacer m¨ªo el t¨ªtulo de un libro que cabe recomendar en esta coyuntura: Las campa?as electorales importan (Ferr¨¢n Mart¨ªnez, CIS, 2008). La suerte no est¨¢ echada, pues seg¨²n c¨®mo los competidores jueguen sus cartas, el saldo de esca?os puede variar de la mayor¨ªa simple a la absoluta. Y en este terreno no me refiero a los trucos publicitarios de los expertos en marketing sino a la calidad del liderazgo. Para que el efecto bandwagon arrase arrojando mayor¨ªa absoluta ser¨ªa preciso que el liderazgo de Rajoy fuese arrollador, tal como ocurri¨® en 1982: la anterior ocasi¨®n en que se produjo un landslide electoral con hundimiento del partido en el poder y victoria de la oposici¨®n con m¨¢s de 200 esca?os. Pero este no parece ser el caso.
Sostiene Bernard Manin que la democracia de partidos se ha convertido hoy en la democracia de audiencia, centrada en el car¨¢cter o personalidad de los gobernantes. Y en efecto, si Zapatero ha perdido el benepl¨¢cito de las audiencias ha sido por la debilidad de su car¨¢cter. Un benepl¨¢cito que Mariano Rajoy todav¨ªa no ha sabido ganarse, a juzgar por las encuestas que miden su popularidad. Es de suponer que, en cuanto gane las elecciones, obtendr¨¢ como premio inmediato dicho benepl¨¢cito, pero eso solo suceder¨¢ a corto plazo pues la luna de miel entre Rajoy y su electorado podr¨ªa ser muy breve, terminando en cuanto la crisis arrecie de nuevo. Y entonces se dir¨¢ de Rajoy lo mismo que se dijo en 2004 de Zapatero: que habr¨¢ sido un presidente por accidente, que solo pudo ganar las elecciones a causa de la crisis y no por m¨¦ritos propios. Es decir, un presidente sin legitimidad de origen, que tendr¨¢ que adquirir legitimidad de ejercicio gobernando con propiedad.
Pero ?est¨¢ preparado Rajoy para gobernar en tiempos de crisis? Su car¨¢cter tiende a la prudencia, al conformismo, a la pasividad, a la indecisi¨®n, pues no es un hombre de acci¨®n sino m¨¢s bien de contemplaci¨®n. De ah¨ª que presuma de previsibilidad, cuando lo que hoy se precisa es justo lo contrario: audacia, capacidad de improvisar, rapidez de reflejos. Digamos que cuando Rajoy gobierne se parecer¨¢ demasiado a la canciller Merkel, cuya indecisi¨®n est¨¢ arruinando las posibilidades de supervivencia de la Uni¨®n Europea. ?Vamos a entregarle el poder absoluto a un hombre incapaz de ejercerlo, y sin capacidad de iniciativa para asumir riesgos adoptando decisiones innovadoras y estrat¨¦gicas?
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