Cuando Fraga daba miedo

Eran los tiempos en los que Fraga daba miedo. Hablo de los primeros a?os de la Transici¨®n, cuando don Manuel ten¨ªa un cuerpo de barrilete como de boxeador ajado, una cabeza p¨¦trea semejante a un moj¨®n de carretera secundaria y un temperamento mercurial y vesubiano, de erupci¨®n incontrolada pero inminente. Todav¨ªa cincuent¨®n, su energ¨ªa era tan legendaria como la peculiaridad de sus actitudes, y las an¨¦cdotas le persegu¨ªan como las moscas al buey. Cuando le entrevist¨¦ por primera vez, en junio de 1978, todav¨ªa se comentaban sus c¨¦lebres frases (como lo de ¡°la calle es m¨ªa¡±) y sus arrebatos: por ejemplo, que en un mitin en Lugo, pocos meses antes, se hab¨ªa lanzado en persecuci¨®n de 400 reventadores al grito de ¡°?a por ellos!¡±. O que, siendo ministro, hab¨ªa arrancado un tel¨¦fono de la pared porque no dejaba de sonar. O lo peor para m¨ª entonces: que, pocos d¨ªas antes de nuestra cita, hab¨ªa echado a empellones a un periodista porque no le gustaron sus preguntas. Como es natural, todos estos datos me hicieron acudir a la entrevista bastante amedrentada.
Por eso, por el puro miedo, me prepar¨¦ muy bien el comienzo de la charla, intentando encontrar alg¨²n truco que me permitiera desmontar esa bomba de relojer¨ªa que el pol¨ªtico gallego parec¨ªa llevar dentro de su ampl¨ªsima frente. Y as¨ª, empec¨¦ diciendo que me hab¨ªan contado dos cosas contradictorias sobre ¨¦l (¡°todo hombre es contradictorio¡±, tron¨® Fraga cargado de raz¨®n). La primera, que ten¨ªa un gran sentido del humor, una observaci¨®n que le encant¨®: ¡°Lo cultivo todo lo que puedo. Creo que uno de los grandes defectos nacionales es no tener sentido del humor¡±. Pero tambi¨¦n me hab¨ªan dicho, a?ad¨ª, que era un hombre violento que me pod¨ªa echar a la segunda pregunta. Y ah¨ª, claro, don Manuel tuvo que decir que no, que eso solo hab¨ªa ocurrido una vez y con un amigo suyo, que ¨¦l no hac¨ªa esas cosas¡ A partir de ese momento me sent¨ª m¨¢s protegida: al alardear de su buen humor, Fraga se ve¨ªa obligado a demostrar que lo ten¨ªa; y tras negar sus brotes de violencia, presum¨ª que le ser¨ªa m¨¢s dif¨ªcil ceder a la tentaci¨®n de estrujarme el cuello. Y as¨ª discurri¨® la entrevista, que fue dif¨ªcil, tirante, agresiva por su parte y por la m¨ªa, pero tambi¨¦n graciosa, chispeante e inolvidable.
Porque era cierto que Manuel Fraga Iribarne pose¨ªa un gran sentido del humor, una vasta cultura y una brillante inteligencia, y, al mismo tiempo, tambi¨¦n era verdad que de repente parec¨ªa cubrirle un velo rojo, que perd¨ªa los nervios y farfullaba, que se convert¨ªa en un motor pasado de revoluciones y en una fuerza ciega e irracional. Ha sido nuestra m¨¢s perfecta versi¨®n de Doctor Jeckyll y Mister Hide. Un personaje intenso.
Dos a?os despu¨¦s de aquella entrevista, en 1980, coincidimos como ponentes en un impresionante simposium que organiz¨® la Universidad de Vanderbilt en Nashville, Tennessee (EEUU), sobre los cinco primeros a?os de democracia en Espa?a. El cuarto d¨ªa, terminadas ya las conferencias, el evento cerr¨® con un coctel-cena en casa del rector. En un momento ya avanzado de la noche me acerqu¨¦ a la mesa de las bebidas a servirme una copa, pero los cubitos de hielo que llenaban un enorme bol se hab¨ªan pegado los unos a los otros, formando un iceberg inexpugnable que ataqu¨¦ in¨²tilmente con las pinzas de hielo durante un buen rato. De pronto, Fraga Iribarne se materializ¨® a mi lado con toda la solidez de su corpach¨®n. "Perm¨ªtame, se?orita", orden¨®, haci¨¦ndome a un lado. Se quit¨® la chaqueta, se remang¨® la camisa por encima del codo de su brazo derecho y, a continuaci¨®n, comenz¨® a aporrear la gran masa congelada a pu?etazo limpio hasta hacerla trizas. Luego agarr¨® un buen mont¨®n de esquirlas de hielo con su manaza y me llen¨® el vaso. Y, sonriendo, dijo: "?Ve usted, se?orita? De cuando en cuando es necesario el uso de la fuerza bruta". De alg¨²n modo fue su punto final a uno de los debates que mantuvimos durante la entrevista. Nunca olvidaba nada.
Los a?os, la salud y el peso de la edad le fueron calmando, pero siempre mantuvo su originalidad radical y algo alien¨ªgena. De hecho, hasta su f¨ªsico, al envejecer, le fue haciendo cada vez m¨¢s parecido a un personaje de La Guerra de las galaxias. Hoy lamento la p¨¦rdida de este hombre irrepetible: el mundo ser¨¢ m¨¢s convencional sin su presencia. Adem¨¢s, creo que hay que reconocer su esfuerzo por apaciguar en su momento a la derecha m¨¢s cerril. Esto es: le agradezco que se comiera a los can¨ªbales.
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