La democracia permanente
Hay un elemento que da?a el discurso complejo de la izquierda: el poder letal de la indiferencia
Mucho se ha hablado ya de la p¨¦rdida de los signos de identidad b¨¢sicos de la socialdemocracia para explicar la acumulaci¨®n de derrotas electorales de estos tiempos convulsos en los que el miedo y la apat¨ªa parecen haberse unido con mano de hierro. El miedo ha sido tradicional aliado de los conservadores desde el principio de los tiempos. Sin embargo, creo que no hemos analizado suficientemente un elemento que da?a especialmente el discurso complejo de la izquierda: el poder letal de la indiferencia. Dicho de otro modo, la antipol¨ªtica es profundamente reaccionaria, por m¨¢s que muchos de quienes la practiquen se digan progresistas.
Creo que en la nueva era que se est¨¢ abriendo bajo nuestros pies, la izquierda lucha en La guerra de las galaxias con espadas de madera. Me refiero a los instrumentos de creaci¨®n de opini¨®n. La simplificaci¨®n del pensamiento pol¨ªtico lleva a la p¨¦rdida de calidad de la cultura democr¨¢tica aut¨¦ntica, aquella en la que el individuo se convierte en un ciudadano activo y conoce bien los entresijos del pacto social que establece con sus gobernantes, en la que siente, en definitiva, como propia la construcci¨®n del espacio p¨²blico.
La discusi¨®n acerca del modelo de convivencia que queremos parece haber desaparecido bajo un manto de lemas vac¨ªos de contenido, consignas en 140 caracteres y mensajes simplistas de digesti¨®n y borrado inmediatos, que obedecen m¨¢s a estrategias de mercadotecnia que a fomentar el debate pol¨ªtico. Un debate que parece haberse convertido en una confrontaci¨®n de mon¨®logos sin intercambio de ideas, sin pacto, griter¨ªo que a menudo me recuerda a esos programas de chillones absurdos con los que muchas cadenas privadas de televisi¨®n inundan sus parrillas.
Y es que aqu¨ª tenemos una parte del problema. De tanto privatizar el espacio comunicativo sin exigir responsabilidad a cambio, hemos acabado cayendo en la l¨®gica mercantilista del pensamiento convertido en bien de consumo: los mercados nunca han querido pensadores, quieren consumidores y punto. Ceder sin garant¨ªas al capital la responsabilidad de hacernos m¨¢s cultos es tan venenoso como dejar la educaci¨®n en manos de la Iglesia. La privatizaci¨®n de la cultura, a la que asistimos impotentes, nos lleva al empobrecimiento intelectual. La ausencia de regulaci¨®n que imponen los grandes grupos industriales que se enriquecen en la nueva era nos deja desprotegidos en la jungla de Internet. Y a eso le llamamos modernidad.
En este juego, la izquierda siempre saldr¨¢ perdiendo. Las consecuencias, a la vista est¨¢n. La derecha ha obrado milagros, eso no se le puede negar, el principal de los cuales ha sido extender por todo el pa¨ªs el s¨ªndrome de la Marbella de Gil y Gil: la corrupci¨®n que les ti?e en tantos sitios no solo no les penaliza, sino que posiblemente da votos porque ya no se cuentan los valores, sino simplemente la visibilidad del candidato en los medios. Su otro gran m¨¦rito ha sido conseguir venderse como bomberos contra un fuego que ellos causaron en gran medida con su modelo econ¨®mico de ladrillo e ingenier¨ªa financiera. El objetivo es conseguir votantes acr¨ªticos, y eso se consigue con herramientas forjadas en esa mezcla de populismo y periodismo de barricadas tan caracter¨ªstica de los medios conservadores espa?oles. Creo que nadie defini¨® mejor el problema que El Roto en una vi?eta publicada hace unos meses en estas mismas p¨¢ginas: el votante de derechas no vota, ficha.
Del lado socialista, sin duda, han demostrado una falta de cintura importante en la capacidad de creaci¨®n y difusi¨®n de ideas, respuestas y mensajes. Considero que uno de los principales errores del mandato de Rodr¨ªguez Zapatero fue alentar la guerra entre grupos de comunicaci¨®n afines.
Dentro de este panorama de adormecimiento intelectual ha surgido una luz potente e inesperada, la de los indignados y sus plazas llenas de debates e inquietudes nuevas. Imposible no coincidir con la mayor¨ªa de sus reivindicaciones, como me resulta tambi¨¦n imposible reconocerme en el mensaje antipol¨ªtico que a menudo emana de ese movimiento. Negar las fronteras entre derecha e izquierda y creer que la abstenci¨®n acabar¨¢ con el sistema son aut¨¦nticos regalos para el neoliberalismo.
A esta visi¨®n simplista del sistema ha contribuido poderosamente la indefensi¨®n cr¨ªtica con la que a menudo nos enfrentamos a todo lo que viene por la Red. La sobresaturaci¨®n de informaci¨®n y la desaparici¨®n de los l¨ªderes de opini¨®n tradicionales la convierten a menudo en una constelaci¨®n de ecosistemas comunicativos cerrados sin reglas, de ah¨ª la deriva anarquizante de muchos de estos colectivos que sue?an con revoluciones imposibles. Y ya que hablamos de revoluciones: Le¨®n Trotski defini¨® su idea de revoluci¨®n permanente como un proceso en evoluci¨®n constante, un camino al que no se llega nunca, pero hacia el que hay que ir avanzando siempre. En nuestro sistema democr¨¢tico, tan imperfecto como se quiera, la ¨²nica revoluci¨®n es participar d¨ªa a d¨ªa en su mejora, fortaleciendo la sociedad civil, enriqueciendo el debate pol¨ªtico, el conocimiento y defendiendo el espacio de lo p¨²blico. Dir¨ªa que contra las nuevas armas de la ofensiva neoliberal la ¨²nica revoluci¨®n posible y deseable es la democracia real permanente.
Albert Sol¨¦ es periodista y cineasta.
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