La nariz de Cleopatra y la miseria del hombre
Es la m¨¢s socorrida imagen cada vez que un insignificante azar cambia el curso de una historia. La nariz de Cleopatra, escribi¨® Pascal: ¡°Si hubiera sido m¨¢s corta, toda la faz de la tierra habr¨ªa cambiado¡±. Quiz¨¢ tambi¨¦n Felipe Gonz¨¢lez record¨® la c¨¦lebre nariz cuando comprob¨® el resultado final de su llamada a un juez de instrucci¨®n de la Audiencia Nacional, Baltasar Garz¨®n, para ofrecerle el segundo puesto en la candidatura a elecciones generales por el distrito de Madrid. Ah, si no lo hubiera llamado. O, puesto que lo llam¨®, ah, si le hubiera ofrecido la titularidad de un ministerio, no la faz de la tierra, pero s¨ª nuestra peque?a historia habr¨ªa cambiado.
Pero, como tambi¨¦n escribi¨® Pascal, le hasard en dispose, el azar decide. Quiz¨¢ no del todo, quiz¨¢ algo tuvo que ver el error de juicio, la supuesta habilidad en el manejo de la gente, especialmente si la gente es vanidosa o anda sedienta de poder, o cree uno saber cu¨¢l es su precio. Sea lo que fuere, por azar o por c¨¢lculo errado, el presidente Gonz¨¢lez llam¨® como segundo al juez Garz¨®n y luego lo humill¨® con un puesto de tercera. Si lo que pretend¨ªa era amortizarlo como instructor, eligi¨® el peor de los caminos posibles: agraviarlo. Y para rematar la faena, agraviarlo por personas interpuestas, tres jueces a los que entreg¨® todo el poder disponible fundiendo en un solo ministerio los de Justicia e Interior y enviando al otro a paseo.
La conducta del as¨ª agraviado, desde el momento mismo en que encontr¨® la salida del callej¨®n en que Gonz¨¢lez quiso aparcarlo, es muy conocida. Sin dudarlo ni un minuto, abri¨® el caj¨®n y puso encima de la mesa de su despacho el expediente que hab¨ªa dejado dormir durante su excursi¨®n por los aleda?os del poder pol¨ªtico. A partir de ah¨ª, la resonancia de sus iniciativas no dej¨® de crecer: Pinochet y la justicia internacional, ETA y la ilegalizaci¨®n de Batasuna. De juez despreciado por el poder se convirti¨® en juez poderoso; m¨¢s exactamente, en instructor poderoso, un instructor que no conoc¨ªa l¨ªmites o que en el ejercicio de su funci¨®n perdi¨® el sentido del l¨ªmite.
Esa p¨¦rdida explica que en un auto haya podido ordenar la escucha indiscriminada y universal de conversaciones de abogados con sus defendidos; o que haya abierto un procedimiento penal contra 35 jerarcas de la dictadura, desde el general Franco hasta el almirante Regalado, todos notoriamente muertos (con la ¨²nica y parad¨®jica conclusi¨®n de declarar extinguida la responsabilidad penal de los 35 encausados¡ ?porque ni uno de ellos estaba vivo!); o en fin que de manera harto galana solicitara, con abrazo de amigo incluido, sustanciosas cantidades de dinero a patrocinadores de cursos en el extranjero que casualmente ten¨ªan causas pendientes en la Audiencia Nacional.
?xito, fama, dinero, en un mundo, como el de la judicatura en Espa?a, degradado por los efectos perversos de la mezcla de corporativismo y politizaci¨®n a que ni jueces ni pol¨ªticos ponen remedio. En ese punto ya no hay azares que valgan; ah¨ª lo que comienza a actuar son las enga?osas y soberbias potencias, enemigas de la raz¨®n, que componen lo que el mismo Pascal llamaba la mis¨¨re de l¡¯homme, la miseria del hombre. Y el m¨¢s lamentable producto de esa miseria, que nubla la raz¨®n y arruina el juicio, ha sido el espect¨¢culo montado por el Tribunal Supremo para demostrar con una sentencia ejemplarizante, y el archivo de una causa que funciona a modo de sentencia, qui¨¦n marca aqu¨ª los l¨ªmites.
Pues, enfundados en sus togas y armi?os, en todo ese ¡°augusto aparato¡± (Pascal otra vez) desde el que juzgan, han sido esos mismos l¨ªmites que pretend¨ªan corregir los que ellos han traspasado: instrucciones err¨¢ticas, instructores de una causa que act¨²an como magistrados en otra, un procedimiento que se archiva cuando ni siquiera debi¨® haber sido abierto, y otro en el que el instructor gu¨ªa la mano del querellante. Los magistrados del Supremo parecen haberse confabulado para impartir a la sociedad la lecci¨®n magistral que confirma una creciente sospecha: que en Espa?a, en lo que respecta a la administraci¨®n de justicia, ni la raz¨®n ni el decoro valen como l¨ªmites con tal de obtener el resultado previamente decidido.
Es lo que Garz¨®n jur¨® el d¨ªa en que se sinti¨® expulsado de la pol¨ªtica: estos se van a enterar. Y es lo que los magistrados del Supremo han repetido con su triple proceso: este se va a enterar. La miseria del hombre, que dir¨ªa Pascal.
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