El control de la Monarqu¨ªa
La instituci¨®n se encuentra siempre en una especie de tierra de nadie, no es la forma de Estado preferida de los izquierdistas pero tampoco cuenta con el apoyo de la derecha

El ampl¨ªsimo seguimiento del caso Urdangarin ha ocultado casi en las ¨²ltimas semanas el caso Jaume Matas, es de suponer que muy complacido y agradecido por los miles de minutos que dedica la televisi¨®n al yerno del Rey sin hacer la menor referencia al pol¨ªtico balear. Y, sin embargo, el caso Jaume Matas merece una atenci¨®n persistente, sin distracciones. Matas, imputado en 19 de las 26 piezas separadas que tiene el caso Palma Arena, est¨¢ en libertad bajo fianza y se le acusa de malversaci¨®n de caudales p¨²blicos (hasta en siete ocasiones), fraude a la Administraci¨®n, prevaricaci¨®n, cohecho, blanqueo de capitales, apropiaci¨®n indebida, delito fiscal, delito electoral y falsedad documental.
Este hombre, un economista de 56 a?os, que hizo la carrera de Empresariales al lado de Eduardo Zaplana, fue presidente de la comunidad de Baleares, ministro de Medio Ambiente y, nuevamente, presidente auton¨®mico, con mayor¨ªa absoluta, siempre en las filas del Partido Popular, que no detect¨® el menor problema hasta que un juez comenz¨® a investigar en 2008. El se?or Matas ocup¨® todos esos cargos, seg¨²n las acusaciones ya formuladas aunque todav¨ªa no sentenciadas, mientras ment¨ªa, defraudaba, malversaba y robaba, y nadie en su propio partido o en su entorno pol¨ªtico fue capaz de denunciarle.
Es cierto que el caso Urdangarin merece su propio rechazo e indignaci¨®n p¨²blica. Lo merecer¨ªa si no fuera yerno del Rey y lo merece a¨²n m¨¢s siendo el marido de la infanta Cristina. Pero adem¨¢s del esc¨¢ndalo, el caso Urdangarin tiene otras consecuencias sobre una de las principales instituciones del pa¨ªs, la Monarqu¨ªa, y pone de relieve algunos problemas sobre los que merecer¨ªa tambi¨¦n la pena reflexionar.
Por ejemplo, ?c¨®mo es posible que los Gobiernos de turno no fueran conscientes de lo que estaba ocurriendo? Si no tuvieron noticia de las andanzas de Urdangarin, malo, porque era su obligaci¨®n estar al corriente de los hechos que pueden perjudicar a la Monarqu¨ªa. Y si tuvieron noticia, ?c¨®mo es posible que no tomaran inmediatamente cartas en el asunto?
El Gobierno tiene que defender las instituciones y verificar el correcto funcionamiento de la Monarqu¨ªa
Una cosa es el derecho del Rey a llevar como quiera sus asuntos estrictamente familiares y otra, olvidar que es el Gobierno el que tiene que refrendar todos los actos del jefe del Estado y el que tiene la obligaci¨®n (no la opci¨®n, sino la obligaci¨®n) de defender las instituciones. Mientras que la monarqu¨ªa sea la forma pol¨ªtica del Estado, seg¨²n la Constituci¨®n, el presidente del Gobierno de turno tiene la obligaci¨®n de defenderla, y la mejor manera de hacerlo es verificar su funcionamiento. Da la impresi¨®n de que los ¨²ltimos Gobiernos han olvidado esa obligaci¨®n de control y que han permitido adem¨¢s una gesti¨®n poco eficiente de la Casa Real.
La cuesti¨®n merece una reflexi¨®n pol¨ªtica prudente. La Monarqu¨ªa se encuentra siempre en una especie de tierra de nadie, en el sentido de que no es la forma de Estado preferida por la izquierda y de que, en Espa?a en concreto, no cuenta tampoco con el apoyo de la derecha, que no es mon¨¢rquica, quiz¨¢s porque abomina de la complicidad que ha podido existir entre la instituci¨®n y algunos Gobiernos de izquierda, y quiz¨¢s tambi¨¦n porque tiene en su seno algunos elementos claramente antimon¨¢rquicos, herederos del franquismo y del falangismo.
El caso Urdangarin, al exponer continuadamente la Corona a la opini¨®n p¨²blica, ha reactivado a esos grupos, empe?ados en distraer la atenci¨®n de los ciudadanos sobre los graves problemas sociales y econ¨®micos que enfrenta a la sociedad espa?ola y trasladarla a un confuso debate sobre la Rep¨²blica o la abdicaci¨®n del Rey. Algo que tiene mucho m¨¢s que ver con sus propios intereses pol¨ªticos que con el destino de I?aki Urdangarin o con el papel del Gobierno en el control del correcto funcionamiento de la Monarqu¨ªa. Y desde luego algo que ignora el papel fundamental que ha jugado esa instituci¨®n en la consolidaci¨®n de la democracia.
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