¡®La Pepa¡¯ 200
El sistema pol¨ªtico actual dibuja un desequilibrio de poderes opuesto al previsto en 1812
Hoy se cumple el 200 aniversario de la primera Constituci¨®n Espa?ola, pionera del liberalismo pol¨ªtico y modelo hist¨®rico de reconocida ejemplaridad universal. Y, sin embargo, como lamenta el constitucionalista Roberto Blanco Vald¨¦s en el ¨²ltimo n¨²mero de la revista Claves,su conmemoraci¨®n oficial ha dejado demasiado que desear, al quedar pr¨¢cticamente ignorada a escala estatal (si se compara con los fastos estadounidenses por el Bicentenario de su Constituci¨®n) y pasar casi desapercibida excepto a su gaditana escala local. ?A qu¨¦ se debe esta voluntad aparente de silenciar nuestra Carta Magna fundacional?
En el art¨ªculo citado (?Viva la Pepa! ?O no?), Blanco Vald¨¦s achaca tan injusto menosprecio a la actual deriva antiestatal impuesta por el nacionalismo soberanista y el autonomismo confederalizante. Para justificarlo, Blanco argumenta que la Pepa estableci¨® un modelo de Estado unitario y centralista (sin m¨¢s excepci¨®n que la autonom¨ªa municipal) destinado a hacer tabla rasa con todos los poderes territoriales intermedios de tipo foral que caracterizaban al Antiguo R¨¦gimen absolutista. Y ese jacobinismo originario es el que no se le perdona hoy, pues a los ojos del presente consenso descentralizador y auton¨®mico suena demasiado a pecado original centralizador.
Un razonamiento plausible, motivado por la fobia antinacionalista de Blanco Vald¨¦s, que no hace falta suscribir al cien por cien. Es verdad que hoy vuelve por sus fueros el neoforalismo centr¨ªfugo (del que es muestra la reivindicaci¨®n catalana de nuevo concierto foral). Y tambi¨¦n es cierto que la descentralizaci¨®n ha propiciado la emergencia del neocaciquismo territorial, tras la multiplicaci¨®n de nuevas ¨¦lites auton¨®micas con sus respectivas redes clientelares que se reparten el negocio de la corrupci¨®n territorial (v¨¦ase el libro de Sandra Mir y Gabriel Cruz: La casta auton¨®mica). Pero por otro lado, esa centrifugaci¨®n confederal es hoy objeto de cr¨ªticas feroces a causa del exorbitante d¨¦ficit auton¨®mico, y se ha visto sensiblemente anulada tras la doble victoria del PP a escala estatal y territorial que anuncia un nuevo centralismo pol¨ªtico. De modo que deber¨ªamos buscar otras explicaciones m¨¢s veros¨ªmiles del menosprecio oficial por la Pepa.
Y una posible raz¨®n ser¨ªa atribuirlo al predominio del poder ejecutivo, que en nuestro sistema actual detenta la potestad de someter tanto al legislativo como al judicial. Mucho m¨¢s ahora, cuando el PP dispone de mayor¨ªa absoluta tanto en el Parlamento estatal como en casi todas las asambleas territoriales y locales. Justo la situaci¨®n opuesta a la prevista en la Constituci¨®n de 1812, que inspirada en los principios lockeanos de equilibrio de poderes materializados por la Constituci¨®n estadounidense de 1787, estableci¨® un deliberado sistema de frenos y contrapesos precisamente destinado a evitar la concentraci¨®n absoluta del poder. De hecho, este es el principal valor de la Pepa que Blanco Vald¨¦s reconoce en su art¨ªculo citado. Seg¨²n su an¨¢lisis, el gran principio que defin¨ªa su sentido pol¨ªtico fue parlamentarizar el equilibrio de poderes, evitando que el poder ejecutivo (entonces nombrado por la corona) tuviera primac¨ªa alguna sobre el legislativo (como la de disolverlo o no convocarlo) y determinando que sus miembros fueran responsables ante el parlamento.
Pues bien, nuestro sistema pol¨ªtico actual dibuja un desequilibrio de poderes opuesto al previsto en 1812. En lugar de parlamentarizaci¨®n, presidencializaci¨®n, entendida como prioridad pol¨ªtica del ejecutivo (cuyo poder se concentra en la persona del presidente del consejo) sobre el legislativo. Es verdad que el Parlamento tiene reservado el poder de elegir al jefe del Gobierno, pero una vez investido este, sus poderes respectivos se invierten, quedando el legislativo sometido al ejecutivo. De ah¨ª que los ministros solo sean responsables ante el presidente que les nombr¨®, quien adem¨¢s dispone de la iniciativa legislativa y de la facultad de disolver las Cortes a discreci¨®n. Un reforzamiento del poder ejecutivo que la Constituci¨®n de 1978 estableci¨® para evitar la inestabilidad pol¨ªtica, pero que se sit¨²a en las ant¨ªpodas del modelo liberal de 1812. Por eso los gobernantes actuales, prepotentes como se saben, no se sienten en absoluto inclinados a gritar ¡°?Viva la Pepa!¡±. Y por el contrario tienden a menospreciar la soberan¨ªa popular representada en el Parlamento, al que suelen torear y humillar siempre que pueden. Es lo que acaba de hacer en el Congreso la semana pasada el presidente Rajoy, cuando no solo impuso la votaci¨®n de un cuadro macroecon¨®mico ya desautorizado por la UE, sino que se permiti¨®, adem¨¢s, el lujo de despreciar con sus desplantes a los diputados en la sesi¨®n de control al Gobierno.
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