Responsabilidades
Populares, socialistas y financieros compartieron el encubrimiento de la situaci¨®n de los bancos
Crisis en la crisis, el desplome de Bankia invita a releer las declaraciones precedentes de los responsables econ¨®micos. Es la mejor forma de no entender nada, o tal vez de descubrir que ellos no entend¨ªan nada, o algo que es peor, que no quer¨ªan entender, o, en fin, lo que es aun m¨¢s grave, que no quer¨ªan que los dem¨¢s entendiesen. Tal es la sensaci¨®n que dejan las palabras de la entonces ministra de Econom¨ªa y Hacienda, en la primera entrevista concedida al asumir el cargo, a fines de mayo de 2009. Por otra parte, no estamos ante una excelente profesional, cuyo lenguaje t¨¦cnico es elogiado. Pues bien, esta dama de hierro de la econom¨ªa socialista, hoy perfectamente recolocada, empieza por celebrar el repunte de la econom¨ªa tras haber tocado fondo, para anunciar luego el relanzamiento de la producci¨®n, e incluso de un mercado de viviendas con demanda creciente. Claro que ser¨¢ preciso a su juicio reestructurar la banca ¡ªpero, tranquilos, Salgado no tard¨® en confirmar que ya hab¨ªa sido reestructurada ¡°en profundidad¡±, am¨¦n del marco legal para las cajas¡ª, y por si exist¨ªa alguna preocupaci¨®n adicional, Espa?a contaba con un margen de endeudamiento de 150.000 millones de euros. ?Delirio o propaganda?
La incidencia de la crisis mundial serv¨ªa de coartada para explicar los malos resultados de una pol¨ªtica, olvidando que el golpe del ladrillo fue anterior a aquella. Pero no solo fue el v¨¦rtice gubernamental quien err¨®: las Administraciones auton¨®micas, todo aquel que ten¨ªa un presupuesto a su disposici¨®n tendi¨® a seguir gastando como si todo fuera hacia lo mejor en el mejor de los mundos. El aparato de propaganda de Zapatero hizo todo lo posible para difundir esa atm¨®sfera de injustificado optimismo, sin que la descalificaci¨®n permanente del PP se atreviera a profundizar. Siguieron el juego como en la triste aventura de Caja Madrid, aderezando adem¨¢s el guiso con peleas por el poder, bajo la mirada tranquila del Gobierno, y con fusiones tan peligrosas como la de Bancaja, cuyo presidente popular era ya a t¨ªtulo personal alguien que hubiese debido suscitar todo tipo de desconfianzas. No sirvi¨® de mucho que entre los consejeros de Caja Madrid figurasen personajes de la izquierda oficial, ciegos y mudos ante lo que pasaba en la instituci¨®n de cr¨¦dito. El hundimiento permitir¨¢ quiz¨¢s su liberaci¨®n del sufrimiento moral que debi¨® suponerles beneficiarse de las perversiones del capitalismo organizado.
El episodio viene a probar de nuevo que la desregulaci¨®n favorece la formaci¨®n de una nueva casta de gestores, fabulosamente pagados, cuyos intereses, ligados a esas remuneraciones, les distancian incluso de la instituci¨®n que dirigen. ?Importa mucho que esta quiebre si los ingresos e indemnizaciones que se han atribuido a s¨ª mismos son puntualmente pagados? Ni Rato, ni ninguno de los gestores implicados en peripecias comparables, piensan por un momento en la exigencia moral de devolver a la sociedad los beneficios obtenidos en el curso de sus fracasos.
Divisi¨®n tajante asimismo entre la l¨®gica del capital financiero y los intereses y las percepciones del conjunto de la ciudadan¨ªa. Estas percepciones deben ser tenidas en cuenta, ya que en ellas destaca el contraste entre la visi¨®n ampliamente difundida entre los ciudadanos, de que el bum del ladrillo deb¨ªa acabar en cat¨¢strofe, o ya en fecha reciente de que la carga de activos derivados del mismo era un peso insoportable para la banca, y el discurso oficial entregado a alabar su solidez. As¨ª Bot¨ªn se permit¨ªa impartir lecciones a todos. Solo cuando la cat¨¢strofe es inminente, la realidad sale a la luz. Populares, socialistas y financieros compartieron esa labor de encubrimiento, hasta que las ca¨ªdas se suceden, y ni aun entonces hay claridad: los amigos del presunto responsable por inhibici¨®n, el gobernador del Banco de Espa?a, se ocupan solo de lavar su imagen frente al cerco popular. Lo ¨²nico cierto es la decisi¨®n de salvar una banca, protagonista en la gestaci¨®n de nuestra crisis, con el dinero de todos y sin que nadie rinda cuentas.
La indignaci¨®n es l¨®gica, pero de nada sirve si no se exigen las responsabilidades de lo ocurrido. La sociedad espa?ola est¨¢ demasiado acostumbrada a admitir como naturales los comportamientos contrarios a la ley, las corrupciones organizadas y la arbitrariedad, en mi experiencia desde la propia instituci¨®n en que ha transcurrido mi vida hasta las m¨¢s respetables instancias de gobierno. Los esfuerzos individuales ¡ªpensemos en Garz¨®n¡ª llevan a la destrucci¨®n de quien los ensaya. Sobran a todo nivel pillos con mando, y la exigencia colectiva de responsabilidades constituye la ¨²nica salida.
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