Evasi¨®n a bordo del 'JJ Sister'
Juan Redondo y Jos¨¦ Tarr¨ªo, presos c¨¦lebres en la d¨¦cada de los ochenta, escaparon de un barco que les trasladaba a C¨¢diz en el verano de 1991
Juan Redondo y Jos¨¦ Tarr¨ªo eran en 1991 dos personajes muy conocidos en el ambiente carcelario. Juan era un jienense experto en fugas, y Jos¨¦, un gallego con esp¨ªritu reivindicativo y conciencia anarquista. Ten¨ªan por aquel entonces m¨¢s pasado que futuro en la vida, condici¨®n que se adquiere cuando has pasado demasiado tiempo en la c¨¢rcel, los delitos de sangre adornan tu expediente y te han diagnosticado que eres portador del sida. Ambos no hab¨ªan alcanzado a¨²n los 30 a?os. Una infancia dura y una adolescencia violenta les llevaron, por distintos caminos, a un mismo destino entre rejas. Eran presidiarios con cach¨¦, peligrosos, de los que merecen aislamiento, de los catalogados como FIES (por figurar en los ficheros de internos de especial seguimiento). La casualidad los convirti¨® en compa?eros de andanzas durante el verano de 1991. Y este mismo a?o fueron noticia dos veces: en julio secuestraron a 17 personas en la c¨¢rcel de Tenerife 2 y en agosto se fugaron de un barco que los trasladaba de Tenerife a C¨¢diz. Aquella fuga caus¨® gran sorpresa por su originalidad y limpieza. Lo que no sab¨ªa por entonces la polic¨ªa es que uno y otro hecho estaban relacionados.
Porque fugarse se hab¨ªa convertido en la gran obsesi¨®n de una generaci¨®n de convictos en los a?os ochenta cuando las c¨¢rceles espa?olas eran polvorines por muchos motivos: hacinamiento, instalaciones en mal estado, funcionarios con ademanes autoritarios heredados del anterior r¨¦gimen y las secuelas de la hero¨ªna y otras drogas en el cuerpo de los presidiarios. Los motines y la violencia estaban a la orden del d¨ªa. La ¨²nica forma de salir de ese c¨ªrculo vicioso parec¨ªa ser la fuga. A cualquier precio: no hab¨ªa miedo a morir en el intento ni a matar por sobrevivir.
Juan Redondo Fern¨¢ndez era un preso conocido: 3 fugas y otros 10 intentos le avalaban. Ten¨ªa 28 a?os. Era un tipo duro, conocido como El Pecas. Y, sobre todo, un hombre de acci¨®n. Jos¨¦ Tarr¨ªo Gonz¨¢lez era cuatro a?os m¨¢s joven: apenas sab¨ªa lo que es vivir en libertad, pas¨® de un internado a los 11 a?os a un reformatorio a los 14 y de ah¨ª a la c¨¢rcel a los 16 a?os por robo. Natural de A Coru?a, hijo de un barrio marginal, la vida no le hab¨ªa dado ninguna oportunidad: las palizas fueron cambiando de signo, primero profesores, luego asistentes, m¨¢s tarde carceleros. Aprendi¨® a ser respetado en la c¨¢rcel, pero un d¨ªa cometi¨® un error: acuchill¨® en el pecho a otro preso y se le fue la mano, lo mat¨® en el acto. Tarr¨ªo hab¨ªa despertado nuevas inquietudes en la c¨¢rcel. Le¨ªa. Dicen que a Shakespeare y a G¨®ngora. Particip¨® en los movimientos de protesta.
Por aquellos tiempos, hab¨ªa l¨ªderes entre los presos. Aunque no se conocieran, Jos¨¦ sab¨ªa de Juan y Juan de Jos¨¦. Un d¨ªa de julio de 1991, ambos coincidieron en el penal de Tenerife 2. Jos¨¦ llevaba ya alg¨²n tiempo. El mismo d¨ªa que se saludaron, tuvieron la siguiente conversaci¨®n, que Jos¨¦ Tarr¨ªo narra as¨ª en su libro Huye hombre huye:
Redondo fue detenido en Utrera hace cinco a?os al intentar robar un banco. Actualmente sigue en la c¨¢rcel
¡ªC¨®mo conseguimos que nos trasladen juntos ¡ªpregunt¨¦ atra¨ªdo por la idea.
¡ªHacemos un secuestro y de paso denunciamos todo esto. Despu¨¦s de un secuestro viene un traslado.
¡ªDame un tiempo para que lo piense.
En los ochenta los motines eran frecuentes. Escaparse se convirti¨® en una obsesi¨®n para una generaci¨®n de presos
¡ªBien, si est¨¢s de acuerdo me lo dices. Si no, lo har¨¦ solo.
Para los expertos en fugas, y Juan era uno de ellos, un traslado ofrec¨ªa siempre una oportunidad para intentarlo. Era la parte d¨¦bil en el sistema carcelario.
Juan pidi¨® una cita con el director de la c¨¢rcel. A causa de ello, tuvo opci¨®n para moverse por la prisi¨®n. Juan y Jos¨¦ estaban coordinados y dispon¨ªan de un cuchillo cada uno. Juan termin¨® reteniendo a 15 personas en la cafeter¨ªa, y Jos¨¦, a 2 en la central telef¨®nica. Pusieron una tabla reivindicativa y pidieron la intermediaci¨®n de las autoridades.
En aquellas fechas, un mot¨ªn no era una noticia sorprendente. Paralelamente, en el penal de El Puerto de Santa Mar¨ªa se estaban produciendo hechos similares, pero las consecuencias fueron muy diferentes. Aprovechando el tumulto, un preso quiso ajustar cuentas con otro. Fue a su celda, le acuchill¨® y le decapit¨®. Lo peor fue que ense?¨® la cabeza como un trofeo ante las c¨¢maras del circuito cerrado de televisi¨®n de la c¨¢rcel. Demasiado. El shock fue tan generalizado que los propios organizadores del mot¨ªn terminaron restableciendo el orden.
Los dos fugitivos amordazaron a los guardias civiles y usaron sus uniformes para huir del barco
Algo parecido sucedi¨® en Tenerife 2, solo que las intenciones eran muy diferentes. Juan y Jos¨¦ fueron soltando rehenes. Primero a las mujeres, luego a los dem¨¢s. Sab¨ªan que, despu¨¦s de lo sucedido, les esperaba una celda de aislamiento como castigo. Sab¨ªan tambi¨¦n que despu¨¦s del aislamiento sobrevendr¨ªa un traslado. Y eso es lo que estaban esperando. Tenerife ofrec¨ªa por entonces una ventaja: al tratarse de una isla, el transporte de presos se hac¨ªa en barco.
Las previsiones de Juan se cumplieron. El secuestro que hab¨ªan organizado termin¨® un 29 de julio, y el 23 de agosto un funcionario le comunicaba a Jos¨¦ Tarr¨ªo que se iba ¡°de conducci¨®n¡±, t¨¦rmino que significaba un traslado. A la hora, una pareja de la Guardia Civil vino a buscarlos para llevarlos al puerto. Viajar¨ªan Jos¨¦, Juan y otros dos presos, un colombiano y un ingl¨¦s. El destino inmediato era un transbordador, el JJ Sister.
¡°Ten¨ªa miedo, lo cual me ayudar¨ªa. Es el sexto sentido¡±, relata Jos¨¦ Tarr¨ªo en su libro ¡®Huye hombre huye¡¯
Las condiciones del traslado no eran muy c¨®modas, a pesar de lo cual los dos presos estaban euf¨®ricos contemplando la posibilidad de una fuga. Fueron destinados a dos peque?os camarotes en la planta m¨¢s baja del barco. Cada camarote, calcula Jos¨¦ Tarr¨ªo en su relato, ten¨ªa dos metros cuadrados y dispon¨ªa de una litera con dos camas y un peque?o servicio. ¡°Aquel diminuto espacio ser¨ªa por dos d¨ªas todo nuestro universo. Casi no pod¨ªamos movernos, as¨ª que cuando un recluso se levantaba, el otro se tumbaba en la cama y viceversa¡±. Juan y Jos¨¦ no compart¨ªan el mismo camarote, lo cual pod¨ªa resultar un problema, pero ambos concluyeron que era mejor: as¨ª cada uno pod¨ªa controlar al otro preso por si se tratara de un chivato. La vigilancia era responsabilidad de un par de guardias civiles muy j¨®venes, cuyo camarote estaba a continuaci¨®n y cuya puerta pod¨ªa ser vigilada desde el ojo de buey de la puerta.
El itinerario del JJ Sister contemplaba una escala en Las Palmas hasta su llegada a C¨¢diz despu¨¦s de dos d¨ªas de navegaci¨®n. Ese era el plazo para la fuga.
Vistas las condiciones del viaje, Juan traz¨® un plan en breve tiempo. Estudi¨® las puertas de ambos camarotes y la posibilidad de fabricar alg¨²n tipo de herramienta con las camas. Hab¨ªa un agujero que conectaba ambos camarotes, sitio por el cual ambos presos se comunicaban.
El cierre de los camarotes no era muy sofisticado. El plan ideado por Juan contemplaba fabricar sendos cuchillos y tratar de serrar las tuercas que sujetaban, desde dentro de la puerta, un saliente donde se sujetaba una barra de hierro con un candado que cerraba la puerta. Luego se ocupar¨ªan de los guardianes. Ten¨ªan a su favor que el ruido de los motores era tan elevado que apenas pod¨ªa distinguirse el que ellos provocaban cuando intentaban serrar los tornillos, y que los guardias pasaban mucho tiempo en cubierta. Pero hab¨ªa un problema: ese ruido disminu¨ªa por las noches. Tendr¨ªan que serrar solo por el d¨ªa.
As¨ª lo hicieron hasta que se dieron cuenta de que no se trataba de una buena idea. Ten¨ªan las manos doloridas y los cuchillos no ten¨ªan la dureza suficiente para quebrar los tornillos. El plan no funcion¨® y ten¨ªan que buscar otro. Hablaron de la posibilidad de secuestrar a los guardianes aprovechando alg¨²n descuido, pero hab¨ªa otro problema: durante el trayecto en barco, los guardias no llevaban sus armas reglamentarias. No podr¨ªan hacerse con ellas. Tampoco era un plan muy seguro.
Nueve horas antes de que el JJ Sister tocara puerto en C¨¢diz, mientras los presos com¨ªan en su bandeja, Juan llam¨® a Jos¨¦ a trav¨¦s del agujero de sus respectivos camarotes.
¡ªVoy a quemar el pl¨¢stico del ojo de buey y a intentar abrir la trampilla de la comida a ver si podemos forzar el candado.
¡ª?Los guardias civiles?
¡ªCreo que no est¨¢n.
¡ª?Tienes una libreta con alambre en la celda?
¡ªS¨ª.
¡ªPues usa el alambre y haz en el pl¨¢stico del ojo de buey un agujero. Luego intenta meter el alambre extendido y correr el pestillo de la trampilla con ¨¦l. De la otra forma, esto se llenar¨ªa de humo y no nos dar¨ªa tiempo.
¡°As¨ª, improvisadamente, dimos con un nuevo plan y nos pusimos manos a la obra. Mejorando la idea inicial del alambre de la libreta, mi compa?ero fabric¨®, con un muelle del colch¨®n, una especie de gancho gigante¡±, relata. Tal y como le hab¨ªa propuesto, y ayudado de un mechero, Juan perfor¨® el grueso pl¨¢stico del ojo de buey con uno de los extremos del muelle puesto al rojo vivo.
Juan Redondo lo intent¨® varias veces chorreando gotas de sudor, y finalmente pudo sujetar la trampilla, abrirla con el cable, introducir por ella su mano y abrir el pestillo. Quedaba un peque?o candado, que forz¨® con una palanqueta que hab¨ªan fabricado a base de cortar los tubos de la litera.
Ya libres de la celda, faltaba hacerse con los guardias. Decidieron esperar agazapados su llegada. ¡°Ten¨ªa miedo, lo cual me ayudar¨ªa. El miedo es el sexto sentido¡±, relata Jos¨¦ Tarr¨ªo.
¡°Nos colocamos a la par tras la puerta con la barra de hierro y el cuchillo preparados para actuar¡±, relata Jos¨¦. Se lanzaron contra el primer guardia civil que baj¨®. ¡°Mientras Juan presionaba su garganta con la afilada punta del cuchillo, yo sujetaba sus manos y registraba sus ropas buscando el arma. Se encontraba desarmado¡±.
El segundo guardia tard¨® en bajar unas horas. La operaci¨®n se repiti¨® y el resultado era el esperado: no llevaba arma. Las hab¨ªan dejado en un camarote por orden del capit¨¢n del barco. Entre los dos guardias llevaban 30.000 pesetas. Quedaron amordazados, mientras Jos¨¦ y Juan se dispusieron a cambiarse de ropa. A las ocho de la tarde, los motores del JJ Sister enmudecieron.
Salieron del camarote y subieron cuatro plantas hasta la cubierta. Pensaron en acercarse por el camarote 77, donde los guardias hab¨ªan depositado sus armas, pero lo desestimaron. Se separaron y se juntaron 20 minutos despu¨¦s en la sala de espera, mientras observaban c¨®mo descargaban la pasarela. Se quedaron paralizados cuando observaron que varios guardias civiles entraban en el barco. Se miraron y no se dijeron nada. Hab¨ªan acordado que si suced¨ªa algo an¨®malo, tomar¨ªan rehenes entre los pasajeros. Y si les ped¨ªan la documentaci¨®n, uno agarrar¨ªa al guardia y el otro le quitar¨ªa el arma.
Nada de eso sucedi¨®. La salida del barco fue c¨®moda. Sin obst¨¢culos. En el puerto tomaron un taxi para que les llevara a El Puerto de Santa Mar¨ªa. Hab¨ªan pensado secuestrar al taxista, meterlo en el maletero y utilizar el taxi para seguir escapando hacia Sevilla, pero lo descartaron: pod¨ªan encontrarse con alg¨²n control en la carretera. Decidieron quedarse a las afueras de la localidad y hacerse un cobijo con unas ramas, donde se ocultaron durante dos d¨ªas e hicieron planes.
¡°Era libre¡±, dice Jos¨¦ en su libro. ¡°Despu¨¦s de cuatro a?os de continuos aislamientos, encerrado en reducidos espacios de cemento, mis pulmones volv¨ªan a inflamarse jubilosos de aire puro¡±.
Entre sus planes figuraba asaltar un banco y desaparecer.
Decidieron finalmente que era menos arriesgado separarse. Quedaron en verse el 1 de diciembre en A Coru?a. Frente a la estatua de Rosal¨ªa de Castro.
Jos¨¦ se dirigi¨® hacia Rota. All¨ª, en un bar, ley¨® los peri¨®dicos que daban cuenta de la fuga. Vio su foto en EL PA?S. ¡°No me preocup¨® aquello dado que las fotos que ten¨ªan de m¨ª eran de mucho tiempo atr¨¢s y apenas se me reconoc¨ªa¡±, explica en el libro. En Rota tom¨® un autob¨²s hacia Sevilla. All¨ª lleg¨® la noche del 28 de agosto de 1991. En la estaci¨®n de autobuses, mientras estaba sentado pensando hacia d¨®nde dirigir sus pasos, un polic¨ªa de paisano le pidi¨® la documentaci¨®n y su nombre. Le minti¨®, pero el polic¨ªa le pidi¨® que le acompa?ara. Mala suerte. De forma tan est¨²pida, fue detenido: era un control rutinario de la polic¨ªa como consecuencia de las amenazas de ETA de atentar contra las obras de la Expo 92.
Su compa?ero fue detenido en Utrera dos d¨ªas despu¨¦s. Lo hizo un polic¨ªa local cuando sospech¨® de ¨¦l. Juan se aprestaba a robar en un bar.
Cuatro a?os m¨¢s tarde, Juan volvi¨® a intentar otra fuga en un traslado. En Gij¨®n. Muri¨® un polic¨ªa. En 2007 fue detenido otra vez en Utrera (Sevilla) al intentar robar un banco. Ha sufrido 13 detenciones en su vida. Actualmente sigue en la c¨¢rcel.
Jos¨¦ escribi¨® un libro de experiencias. Goz¨® de un breve tiempo de libertad condicional. Una par¨¢lisis cerebral le sorprendi¨® en la c¨¢rcel. Sustituy¨® la celda por un hospital en sus ¨²ltimos a?os de vida. Muri¨® en 2003. Algunas organizaciones anarquistas todav¨ªa recuerdan su nombre y le rinden homenaje.
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