1974. El fantasma de Santiago Carrillo
El pol¨ªtico comunista estuvo a punto de reunirse clandestinamente con un grupo de periodistas pero la polic¨ªa lo descubri¨®
Franco sufri¨® el primer ataque de tromboflebitis que, junto con otras complicaciones, le llevar¨ªa a la muerte al a?o siguiente, en el verano de 1974. El 19 de julio de ese a?o el pr¨ªncipe de Asturias, don Juan Carlos, designado oficialmente sucesor de Franco en 1969, asumi¨® la jefatura del Estado en funciones. El atentado contra Carrero Blanco en diciembre de 1973 y el acelerado declive vital de Franco hab¨ªan dado alas al sector m¨¢s duro del r¨¦gimen que hab¨ªa logrado imponer como jefe del Gobierno a uno de los suyos, Carlos Arias Navarro, y reducir la influencia de los tecn¨®cratas del Opus Dei. Se iniciaba un periodo que s¨®lo concluir¨ªa en una primera fase con el nombramiento de Adolfo Su¨¢rez como presidente del Gobierno en junio de 1976, ya muerto Franco, y en el que los sectores m¨¢s duros del franquismo y los que propugnaban su apertura como forma de sobrevivir libraron una feroz batalla por el control de los acontecimientos. La ejecuci¨®n en marzo de ese a?o del joven anarquista catal¨¢n Salvador Puig Antic, acusado de la muerte de un polic¨ªa, y del alem¨¢n, falsamente presentado como polaco, Heinz Chez, acusado de asesinar a un guardia civil, fue un s¨ªntoma m¨¢s de que en esa batalla los duros llevaban la mejor parte.
Fue por aquellas fechas cuando recib¨ª en la redacci¨®n del YA -era redactor de plantilla desde pocos meses antes- una llamada telef¨®nica del periodista Lorenzo Contreras. Me comunic¨® que un importante personaje de la oposici¨®n clandestina iba a hacer acto de presencia en Madrid, en una especie de aparici¨®n-rel¨¢mpago ante un escogido grupo de periodistas, y que hab¨ªan pensado en m¨ª para que acudiera a ese acto en representaci¨®n del YA. No me dijo de qui¨¦n se trataba ni tampoco me dio la fecha. Me se?al¨® que el d¨ªa convenido me volver¨ªa a llamar pero me adelant¨® que ese d¨ªa deber¨ªa acudir a las once de la ma?ana a la cafeter¨ªa Hontanares, en la calle Sevilla, junto a la estaci¨®n del Metro del mismo nombre, donde contactar¨ªa conmigo un periodista que yo conoc¨ªa y que me conoc¨ªa a m¨ª. No me dijo su nombre.
Esa llamada me dej¨® muy intrigado. Y todo hay que decirlo: me llen¨® de preocupaci¨®n. Muy pronto deduje que, con toda seguridad, ese personaje no pod¨ªa ser otro que Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista de Espa?a. La enfermedad de Franco, su visible decadencia f¨ªsica, hac¨ªa previsible su fin en un horizonte temporal cada vez m¨¢s cercano y ya hab¨ªa trascendido en los medios de la oposici¨®n clandestina el inter¨¦s que ten¨ªan los comunistas de que su m¨¢ximo dirigente siguiera muy de cerca, a ser posible desde el interior, el curso de los acontecimientos. Como es l¨®gico, le inform¨¦ al director del YA, Aquilino Morcillo, de todo ello. Esa cita representaba un riesgo no s¨®lo para m¨ª sino para el propio peri¨®dico y era obligado que su director estuviera informado y que incluso autorizara mi presencia en ella. Le dije que no me hab¨ªan dicho de qui¨¦n se trataba pero que sospechaba que era Santiago Carrillo.
Aquilino Morcillo no me dijo ni s¨ª ni no. Con la prudencia propia de un hombre de la Santa Casa -as¨ª denominaban al edificio que albergaba al diario YA, editado por la Editorial Cat¨®lica- dej¨® a mi voluntad acudir o no a tan arriesgada cita. Yo intent¨¦ arrancarle un compromiso expl¨ªcito por parte de la direcci¨®n del peri¨®dico pero no lo consegu¨ª.
.-Mire, don Aquilino, -le dije-, se trata de un hecho que puede tener una gran transcendencia informativa. ?C¨®mo el YA no va a estar presente? Como periodista no puedo dejar de asistir a un acontecimiento informativo que se presume muy importante s¨®lo porque conlleva riesgos. ?No le parece?
As¨ª quedaron las cosas. Que no me prohibiera expresamente ir ni tampoco me lo aconsejara lo interpret¨¦ como una se?al de que el peri¨®dico no me dejar¨ªa solo si ten¨ªa problemas: ser detenido con el resto de los periodistas por la Brigada Social en el caso de que hubiera logrado enterarse del acto.
El d¨ªa convenido me present¨¦ a las once de la ma?ana en la cafeter¨ªa Hontanares. Ped¨ª un caf¨¦ en la barra y, mientras me lo tomaba, no dej¨¦ de fijar la mirada sobre la puerta de entrada que da a la calle Sevilla. Al rato vi llegar a Carlos Elordi, un periodista militante del Partido Comunista al que conoc¨ªa, y deduje inmediatamente que ese era mi contacto. Lo era. Not¨¦ a Elordi nervioso como lo estaba yo. Apenas me sac¨® de dudas sobre si se trataba de Carrillo. No insist¨ª mucho pues en esos casos hay que preguntar poco y confiar mucho. Me condujo por la cercana calle del Pr¨ªncipe hasta las Cuevas de S¨¦samo, el mes¨®n que hab¨ªa frecuentado diez a?os antes en mis correr¨ªas por los mesones madrile?os con estudiantes extranjeras y amigos del Ateneo de Madrid.
Cuando descend¨ª a la estancia principal y m¨¢s espaciosa del mes¨®n ya se encontraban all¨ª algunos periodistas. En la penumbra apenas eran reconocibles. Una vez que Elordi me dej¨®, les salud¨¦ e intercambi¨¦ algunas palabras con ellos. Lo primero que les pregunt¨¦ es si sab¨ªan a ciencia cierta qui¨¦n era la ¡°revelaci¨®n¡±. Me confirmaron que Santiago Carrillo. Lleg¨® alg¨²n periodista m¨¢s. Los minutos pasaban y nadie aparec¨ªa. El nerviosismo se palpaba en el ambiente. Intu¨ªamos que los organizadores de la cita se mov¨ªan como sombras en los alrededores del mes¨®n. Toda precauci¨®n era poca. Si Santiago Carrillo era detenido, su destino habr¨ªa sido un consejo de guerra sumar¨ªsimo como los de los a?os 40 y muy probablemente su fusilamiento. No se trababa de una hip¨®tesis descabellada. Consejos de guerra de ese tipo se celebraron un a?o despu¨¦s en los acuartelamientos militares de El Goloso, en Madrid, mientras Franco agonizaba, y terminaron con cinco fusilamientos. Pasado un buen rato se oy¨® desde el fondo de la escalera que desciende hasta la sala donde nos encontr¨¢bamos la voz sobresaltada de un desconocido que gritaba: ¡°?V¨¢yanse! Salgan deprisa. La polic¨ªa lo sabe¡±. Obedecimos de inmediato. Salimos del mes¨®n y nos desparramamos por las calles de alrededor lo m¨¢s lejos posible. El fantasma de Santiago Carrillo revolote¨® durante una larga y angustiosa media hora sobre las Cuevas de S¨¦samo, pero no apareci¨®.
Francisco Gor es periodista. Este texto es un fragmento del libro en preparaci¨®n Entre Supremo y Supremo. Cronista en los ¨²ltimos tribunales de Franco.
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