¡°Crecimos en una especie de gueto, siempre con la idea de regresar¡±
Justo Somonte es uno de los pocos supervivientes del masivo exilio republicano espa?ol que lleg¨® a M¨¦xico hace 70 a?os
Nueva York los recibi¨® como h¨¦roes. Un grupo de embarcaciones rode¨® el transatl¨¢ntico De Grasse lanzando chorros de agua en se?al de bienvenida. Eran las seis de la ma?ana de un fr¨ªo enero de 1940 y el ni?o Justo Somonte llevaba horas despierto para no perderse la primera vista de la estatua de la Libertad. Con ¨¦l, un grupo de refugiados espa?oles y cientos de jud¨ªos hab¨ªan embarcado 14 d¨ªas atr¨¢s en El Havr¨¦ (Francia). La traves¨ªa, que deb¨ªa durar siete d¨ªas, se multiplic¨® por dos para esquivar los submarinos de guerra alemanes que infestaban las aguas. En Estados Unidos ya los daban por desaparecidos. De ah¨ª aquella fiesta.
La emoci¨®n de aquel ni?o vive n¨ªtida tras 72 a?os en la memoria de Somonte, que desgrana desde su casa de Ciudad de M¨¦xico con todo tipo de detalles el periplo de un chico bien de Bilbao, hijo de un farmac¨¦utico republicano, que se imaginaba toda la vida siendo un ¡°burguesito de provincias¡±. Hasta que se le cruzaron dos guerras, precisamente a ¨¦l, nieto del pacifista Rafael Altamira.
Con solo ocho a?os Justo abandon¨® a su padre y su Bilbao natal huyendo de la Guerra Civil en una peque?a embarcaci¨®n rumbo a Francia, hacinado con otras 500 personas y acompa?ado por su madre y hermanos. En Burdeos los esperaba el abuelo, juez internacional de La Haya y dos veces nominado al Nobel de la Paz. ¡°Nosotros ¨¦ramos unos refugiados at¨ªpicos¡±, reconoce Somonte.
El sueldo en florines de Don Rafael les dio para alquilar una preciosa villa en Bayona y matricular a los ni?os en el Liceo. Gracias a los florines evitaron los campos de concentraci¨®n donde se refugiaron miles de espa?oles y Justo recuerda con felicidad aquellos tres a?os en Francia: ¡°Entonces pens¨¦ que toda la vida ser¨ªa un burguesito franc¨¦s¡±.
Pero estall¨® la Segunda Guerra Mundial. El padre de Justo (del mismo nombre que su hijo), exalcalde socialista de Bilbao, abandon¨® el Pa¨ªs Vasco para unirse a la familia en Bayona. Ante el avance de las tropas alemanas, fue uno de los miles de espa?oles que solicitaron un visado para viajar a M¨¦xico, bajo la benevolencia del presidente L¨¢zaro C¨¢rdenas, que abri¨® las puertas del pa¨ªs a miles de exiliados. Entre la multitud de solicitudes de aquellos a?os que conserva el Acervo Hist¨®rico Diplom¨¢tico de M¨¦xico hay una fechada el 20 de mayo del 39 y dirigida al entonces embajador mexicano en Francia: ¡°Pondr¨¢ la presente en sus manos el se?or Justo Somonte, leal servidor de la Rep¨²blica Espa?ola, y socialista sincero, actualmente expatriado y sin fortuna, pues todos los bienes le fueron confiscados. El estado de angustia en que se encuentra el referido se?or, me mueve a rogar a Usted le imparta la ayuda de esa Legaci¨®n, para que pueda venir a nuestro pa¨ªs en uni¨®n de su mujer e hijos¡±. Justo desconoc¨ªa la existencia de esa carta, que quiz¨¢s cambi¨® para siempre el destino de su vida. Lee la misiva mecanografiada enviada por un amigo de su padre desde M¨¦xico y asiente: "As¨ª fue".
Los primeros que atravesaron el Atl¨¢ntico con el visado en la mano fueron el padre y el hermano mayor de Justo, solo unos meses antes de que embarcaran la madre y el resto de hermanos. Justo recuerda que el De Grasse parti¨® una ma?ana fr¨ªa y en medio de bombardeos. Para el ni?o, la larga traves¨ªa fue una aventura ¡°deliciosa¡±, correteando por cubierta mientras su madre y una hermana echaban las tripas a causa de los mareos. Tras la majestuosa bienvenida estadounidense a los refugiados que todo el mundo pensaba que se hab¨ªa tragado el mar, los espa?oles pasaron a un tren para cruzar la frontera y llegar a M¨¦xico.
Justo explica que las autoridades recibieron muy bien a los exiliados, entre los que se contaban por miles los intelectuales y profesionales de izquierdas, pero para los mexicanos los espa?oles solo eran ¡°los malos de la pel¨ªcula¡±. ¡°Al final nos identific¨¢bamos con nosotros mismos. A nuestros padres al llegar se les par¨® el reloj y vivimos una Espa?a idealizada. Crecimos en un ambiente hiperhispano, una especie de gueto, siempre con la idea de regresar hasta que se nos acabaron los dedos de contar los a?os¡±.
El cabeza de familia nunca volvi¨®. ¡°Vivi¨® con una a?oranza terrible y quiz¨¢ eso influy¨® en que muriera joven¡±, dice su hijo, que a¨²n hoy mantiene el acento vasco y un inter¨¦s desmedido por las andanzas de Athletic de Bilbao. Casado con la hija de un fusilado republicano, Justo se siente ¡°muy mexicano¡± aunque hasta la fecha sigue pasando las tardes jugando domin¨® con los del ¡°gueto¡±. Ni?os espa?oles que hoy peinan canas mexicanas. El poco pasaje que a¨²n vive para recordar la traves¨ªa de los barcos que cruzaron el Atl¨¢ntico hace m¨¢s de 70 a?os y que les dej¨® para siempre la etiqueta de ¡°refugiados espa?oles en M¨¦xico, a mucha honra¡±.
Lee la carta que Luis Garrido envi¨® al embajador de M¨¦xico en Francia para solicitar asilo para la familia Somonte.
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