El desgaste de los s¨ªmbolos
El Trono tambi¨¦n se ha mostrado incapaz, y las encuestas cantan, de mantener la sinton¨ªa que mantuvo hasta los 70 con la sociedad espa?ola
Al revisar la historia de las ideolog¨ªas en Espa?a, uno de los rasgos destacados es la pujanza de un pensamiento religioso que desde las d¨¦cadas finales del siglo XVIII a la muerte de Fernando VII, se opone a toda forma de acceso a la modernidad por parte de la cultura, los usos sociales y la pol¨ªtica. Antes de ser apodado ¡°servil¡± durante la guerra de Independencia su calificaci¨®n m¨¢s ajustada ser¨ªa la de anti-ilustrado, en la medida que su objetivo primordial consiste en impedir la difusi¨®n de las Luces en Espa?a. En este marco, sobresale del capuchino Diego Jos¨¦ de C¨¢diz, un personaje que no merece el olvido de que ha sido objeto. Empe?ado en una cruzada contra las nuevas ideas que le hizo recorrer el pa¨ªs en sus predicaciones multitudinarias, hasta forzar por ejemplo la suspensi¨®n de las ense?anzas de Econom¨ªa en Zaragoza, con su gran Cristo en la mano lleg¨® a pensar en trasladarse a Francia para combatir en persona a la Revoluci¨®n.
Cuando hace d¨¦cadas, en tiempos del Vaticano II, alguien hablaba de ¨¦ste y de otros frailes similares, como el Padre Zevallos o el Padre Alvarado, sol¨ªa a?adir que resultaba dif¨ªcil imaginar a tales figuras perteneciendo a una instituci¨®n como la Iglesia con su doctrina de guerra y exterminio a toda forma de pensamiento libre. Hoy en cambio basta con hacer zapping una ma?ana de fines de diciembre para tropezar en televisi¨®n con herederos directos suyos, y sorprendentemente avalados por la bendici¨®n transmitida en im¨¢genes del actual Pont¨ªfice y de las m¨¢ximas jerarqu¨ªas eclesi¨¢sticas del Pa¨ªs. A fin de cuentas, cuando muri¨® el Padre C¨¢diz, se dijo que estaba pr¨®ximo a ser encausado por la Inquisici¨®n por exagerar las facultades del Santo Oficio. Ahora sucede todo lo contrario, y el personaje envuelto en negro, con un ostentoso chirimbolo dorado en la mano, y nada menos que afirmando la pretensi¨®n de ser el ?ngel de la Buena Nueva, viene envuelto en bendiciones para cumplir una labor hom¨®loga de la de fray Diego en sus misiones: reconstruir la mente de los cat¨®licos, para hacer de ellos un reba?o formado por activistas entregados a debelar la perversidad de los tiempos actuales.
Como le explicaban a un cura amigo un par de sus seguidores al solicitar su permiso para sermonear en su parroquia, quer¨ªan hablar a los feligreses para "convertirles", haci¨¦ndoles profesar la verdadera Fe. El contenido doctrinal es el de hace dos siglos: una lectura integrista y desenfocada del Evangelio, partiendo de una exaltaci¨®n de Cristo que obliga a los creyentes a someter todo juicio a la entrega por su sacrificio, sigue la condena de la autonom¨ªa y de la libertad del individuo, vistas como producto del ?ngel malo convertido en serpiente anunciadora de manzanas y como desenlace, llamamiento final a seguir con fe de carbonero al autodesignado ?ngel redentor en la condena del sexo pecador, la televisi¨®n, el aborto, y todo lo que se quiera. Un aut¨¦ntico comecocos, versi¨®n pedestre pero al parecer eficaz, del principio esgrimido por el Pont¨ªfice de imponer la Fe sobre el individualismo y la raz¨®n.
Es un desarrollo tristemente explicable del prolongado reflujo del pensamiento cat¨®lico despu¨¦s del fracaso de la experiencia reformadora del Vaticano II. El punto de llegada es el protagonismo de las sectas, hasta convertir a la misma Iglesia en una secta, con un seguimiento minoritario, fundado sobre una intolerancia cerril (y adem¨¢s en este caso tambi¨¦n sobre la oficializaci¨®n de un arte neobizantino est¨¦ticamente detestable).
En otro orden de cosas, el desgaste de los grandes s¨ªmbolos ha afectado asimismo a nuestra segunda instituci¨®n tradicional, la monarqu¨ªa, de manera visible y preocupante por el declive f¨ªsico y pol¨ªtico del Rey. Claro que sin seguir todav¨ªa la senda de la irracionalidad observable en el Altar, el Trono tambi¨¦n se ha mostrado incapaz, y las encuestas cantan, de mantener la sinton¨ªa que mantuvo hasta los 70 con la sociedad espa?ola. Adem¨¢s, da la sensaci¨®n de que como el personaje de Garc¨ªa M¨¢rquez, el monarca no tiene quien le escriba. En circunstancias asimismo bien dif¨ªciles, el discurso navide?o del presidente Napolitano debiera servir de ejemplo, para evitar t¨®picos, generalizaciones y encubrimientos. As¨ª fue emotiva, pero falsa en contenido, la evocaci¨®n de su padre don Juan en la entrevista con Hermida. Carece de sentido callar lo que todos saben. Y el propio instrumento de llegada al p¨²blico, con el tuteo borb¨®nico sobreponi¨¦ndose al servil "Se?or" del periodista, parec¨ªa una vuelta atr¨¢s en el t¨²nel del tiempo. Se?or, hay que cambiar.
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