El primer examen del presidente
Ana Mato fue llevada en volandas por su s¨¦quito hasta su esca?o La esposa del presidente estuvo arropada por Cospedal y Rudi
¡°Espa?a tiene ya la cabeza fuera del agua¡±, dijo Mariano Rajoy al final de su primer discurso de su primer debate sobre el estado de la naci¨®n como presidente del Gobierno. Una apreciaci¨®n todo lo opinable que se quiera. Pero as¨ª, con la cabeza, o al menos la nariz sorbiendo ox¨ªgeno para seguir respirando aunque sea a medias y hasta la pr¨®xima apnea, logr¨® terminar Rajoy su primer gran examen parlamentario desde que vive en La Moncloa.
La sorpresiva, y potente, bater¨ªa de medidas anticorrupci¨®n, presentada por el presidente y aceptada por el l¨ªder socialista, neutraliz¨®, en parte, las acusaciones de vivir en otro pa¨ªs y haber perdido el contacto con la realidad con que le asaetearon todos los portavoces parlamentarios. Algo que ¨¦l tampoco se empe?¨® en desmentir, al negarse a asumir la menor autocr¨ªtica y a llamar por su nombre a ciertos asuntos y a ciertas personas. Por ejemplo, desahucios. Por ejemplo, pobreza. Por ejemplo, B¨¢rcenas.
La ma?ana empezaba con la expectaci¨®n de las grandes ocasiones. Docenas de c¨¢maras, m¨¢s de un centenar de periodistas ansiosos por grabar lo que fuera a quien fuera, carreras, codazos y pisotones para llegar el primero a ning¨²n sitio.
La sola presencia de Rajoy y la previsi¨®n de o¨ªrle hablar nada menos que hora y media seguida sobre su gesti¨®n y su visi¨®n del estado del pa¨ªs constitu¨ªa, por s¨ª misma, una sensacional novedad. Su elusiva actitud sobre los diversos casos de presunta corrupci¨®n que afectan a su partido, la desconfianza de los ciudadanos en los pol¨ªticos, y concretamente en su propia gesti¨®n del Ejecutivo, y el clima de crisis institucional generalizada, hac¨ªan a¨²n m¨¢s esperada su primera rev¨¢lida ante la C¨¢mara. Se le ve y se le escucha tan poco ¨²ltimamente, que cualquier aparici¨®n del enclaustrado presidente supone un hito por s¨ª misma. Y as¨ª era esperado, como una celebridad de Hollywood.
Quiz¨¢ por eso, el Congreso herv¨ªa de gente. Diputados de izquierda y derecha, periodistas, funcionarios, ministros, ujieres, asesores, ayudantes, asistentes de los asistentes. Todos en ascuas, esperando el presidencial advenimiento. Todos, salvo los reporteros gr¨¢ficos m¨¢s irredentos, acicalados con sus mejores galas de profesionales del asunto.
Todos encantados de conocerse, de estar en la pomada del poder y de poder demostr¨¢rselo al resto del mundo salud¨¢ndose con gran aparato de besos y palmadas en la espalda, como si hiciera siglos que no se hubieran visto. Todos, con una prisa por entrar y salir del hemiciclo directamente proporcional al poder ¡ªo el oprobio¡ª que ostentan en este preciso momento.
Los m¨¢s lentos, como suplicando con la mirada el micr¨®fono que ya nadie les pone por delante, todos los que fueron algo y ya no lo son por m¨¢s tiempo: toda una pl¨¦yade de exministros socialistas convertidos en diputados rasos. Los m¨¢s r¨¢pidos, los que todav¨ªa gozan de despacho, coche oficial y ministerio con cartera hasta la pr¨®xima crisis.
La m¨¢s rauda, con diferencia ¡ªmucho m¨¢s que una simp¨¢tica Soraya S¨¢enz de Santamar¨ªa, que se par¨® hasta a besar a alg¨²n conocido¡ª, Ana Mato. La ministra, llevada en volandas por su s¨¦quito hasta su esca?o, evit¨® el pase¨ªllo de los pasillos y escuch¨® al presidente departiendo con sus colegas Guindos y Arias Ca?ete, consciente de tener todas las miradas en su cogote. Se la ve¨ªa tranquila, ufana incluso, tan segura de tener la confianza de su l¨ªder como para atreverse con una chaqueta azul el¨¦ctrico a tono con su sill¨®n del banco del Gobierno.
La m¨¢s discreta, sin embargo, Elvira Fern¨¢ndez, esposa del presidente, de blanco impoluto, encaramada en el gallinero de los visitantes, arropada por un corrillo de presidentas de comunidad (Luisa Fernanda Rudi y Mar¨ªa Dolores de Cospedal), con las que compart¨ªa confidencias mientras su marido escuchaba alternativamente las risas y los aplausos del hemiciclo cuando dijo con tono lastimero aquello de ¡°los espa?oles no son ni?os, y de peor o mejor humor, aceptan los sacrificios¡±.
Tras la reglamentaria tunda de Rubalcaba ¡ª¡°Se?or Rajoy, ha tenido usted tantas personalidades que no se acuerda de que es presidente y es usted quien se examina¡±¡ª, convenientemente escoltado por Soraya Rodr¨ªguez y Elena Valenciano en rojo coral quiz¨¢ para infundirle un calor que no termin¨® de transmitir en su discurso, se acab¨® pr¨¢cticamente lo que se daba. El poder de convocatoria del resto de grupos parlamentarios, muy populares en su casa, no evit¨® la desbandada general de diputados ¡ªy periodistas¡ª del hemiciclo hacia los pasillos, donde se ejecuta el baile de los corrillos, un deporte no apto para novatos, donde, seg¨²n los enterados, se atan todos los cabos sueltos y se termina de rematar la faena parlamentaria y period¨ªstica.
As¨ª debe de ser, si as¨ª parece y lo cuentan los que saben. Pero una, que acude m¨¢s perdida que un pulpo en un garaje a su primer debate, se queda con la impresi¨®n de que, m¨¢s que un acontecimiento en s¨ª mismo, todo este juego de r¨¦plicas y contrarr¨¦plicas es m¨¢s una representaci¨®n, m¨¢s o menos solemne, m¨¢s o menos mundana, de lo que se supone que debe ser una gran cita de pr¨®ceres que cambie el estado de las cosas en alg¨²n sentido.
De momento, no se puede decir que nada de eso sucediera este mi¨¦rcoles en el Congreso. Solo una modesta funci¨®n del poder y la gloria de la pol¨ªtica en sus horas m¨¢s bajas. De hecho, dicen las malas lenguas que, a ¨²ltima hora de la tarde, algunos padres y madres de la patria aprovechaban los iPads para echarle un vistazo al Milan-Bar?a.
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