La soledad del columnista (Homenaje a A. Camus)
Hemos llegado a hacer natural hasta la irritaci¨®n por la larga ristra de esc¨¢ndalos de corrupci¨®n
Cuando le toca volver a escribir, hay que imaginar al columnista pol¨ªtico espa?ol abrumado por su tarea. Es un par¨¢sito de la realidad que contempla. Vive de observarla y reproducirla selectivamente. Se sabe due?o de un poder extraordinario: el tener la capacidad de enmarcarla, valorarla, dotarla de alg¨²n sentido. No es un mero observador que refleja lo que ocurre; tambi¨¦n es actor en la medida en que sus pronunciamientos sobre ella contribuyen a ¡°construirla¡±, a crear opini¨®n, a llamar a la acci¨®n. Hoy, sin embargo, est¨¢ triste y compungido. Ya no siente su poder prometeico, parece haber ca¨ªdo m¨¢s bien bajo el signo de S¨ªsifo. No es capaz de despejar la sensaci¨®n de que, una y otra vez, diga lo que diga, reproduce siempre la misma columna. Est¨¢ harto de moralizar, de buscar siempre un punto de esperanza para la colectividad a la que pertenece y que de forma m¨¢s o menos consciente quiere contribuir a regenerar mediante su cr¨ªtica. Ya ni siquiera le ayuda la iron¨ªa, ese b¨¢lsamo con el que en tantas ocasiones supo distanciarse para volver otra vez a la carga. Casi empieza a mascar lo absurdo de su empe?o.
?En qu¨¦ nuevo esc¨¢ndalo posar hoy la mirada? ?De qu¨¦ nueva miseria puede ocuparse; contra qui¨¦n toca ahora apuntar; qu¨¦ es lo que toca defender o criticar de nuevo? Nuestro columnista contempla la realidad y esta le devuelve m¨¢s de lo mismo. Es como trabajar en un hospital, rodeado de enfermos. En su caso, de una vida social y pol¨ªtica cuyos tumores tiene que escudri?ar al detalle y que han hecho met¨¢stasis por todo el cuerpo. Puede que ah¨ª resida la principal fuente de su malestar, en no poder solazarse con algo menos escabroso. Envidia a sus compa?eros de otras partes del peri¨®dico. Ellos al menos pueden frivolizar o cambiar de temas. Incluso los de econom¨ªa tienen a veces alguna buena noticia a su alcance o alg¨²n comentario edificante que aportar. En pol¨ªtica nacional en cambio impera el desierto, todo es seco e inh¨®spito. Cualquier cosa que diga ser¨¢ evaluada, adem¨¢s, tambi¨¦n a partir del ¨²nico criterio que parece importar, su aportaci¨®n a una u otra parte en conflicto. Lo quiera o no, al final contribuir¨¢ a alimentar el partidismo, a la propia facci¨®n, ese ¡°monstruo incomparable, preferible a todo¡±, como Malraux calificara al yo.
Una idea comienza a hac¨¦rsele obsesiva. Lo que ocurre, piensa, es que hemos convertido lo excepcional en un modo de vida cotidiano. Llevamos ya tanto tiempo en situaci¨®n de excepci¨®n que este estado de cosas ha devenido en un aspecto de la normalidad. Los conflictos provocados por la crisis se han ritualizado. Las quejas, soflamas, opiniones son ya parte del paisaje acostumbrado. Se acude a la manifestaci¨®n como quien se va de compras. Por su pura omnipresencia, hemos llegado a naturalizar hasta la irritaci¨®n por la interminable ristra de los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n.
Sin embargo, a pesar de tanta desaz¨®n por esta cotidianizaci¨®n de lo excepcional, es bien consciente de que no todo est¨¢ perdido, que hay alg¨²n avance aqu¨ª y all¨¢: en la movilizaci¨®n contra los desahucios, en la defensa de determinados derechos, en la nueva toma de conciencia de las fallas de nuestro sistema pol¨ªtico, en el desvelamiento de todas las pr¨¢cticas sociales y pol¨ªticas que nos han conducido hasta donde estamos. No, no es el momento de tirar la toalla. Frente a su impaciencia recuerda las palabras de Judith Butler: ¡°La tarea de la cr¨ªtica requiere del paciente y laborioso trabajo del rumiar de la vaca¡±. ?Rumiemos! No hay que conformarse ni sucumbir a la desesperanza. Cada uno en su trinchera. Puede que todav¨ªa no hayamos conseguido ver resultados palpables, pero a¨²n ser¨ªan menores si nos hubi¨¦ramos dejado llevar. ¡°Me rebelo, luego somos¡±, dec¨ªa Camus, de quien este a?o celebramos el centenario de su nacimiento. Su cogito, la fuente de la certidumbre del sujeto, la traslada del ¡°yo pienso¡± al ¡°yo me rebelo¡±, al grito que une a cada cual en la protesta frente al absurdo, la opresi¨®n y la injusticia. Y hoy, a pesar de todo, nos sobran motivos para seguir manteniendo vivo ese mensaje, para no abandonarnos a una pasiva aceptaci¨®n de lo existente.
El columnista acaba de tomar conciencia de que no est¨¢ solo. Vuelve a recuperar el sentido de su tarea, su posici¨®n en la cadena que lo vincula a los dem¨¢s. Por parafrasear la m¨¢xima con la que Camus finaliza El mito de S¨ªsifo, hay que imaginar que el columnista es feliz.
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