Monarqu¨ªa o rep¨²blica
La pol¨ªtica institucional est¨¢ en crisis y para regenerarla ya no se puede contar con la Corona
No resulta f¨¢cil ofrecer una visi¨®n general de la sociedad espa?ola, de esta larga crisis, de los l¨ªmites de la democracia y de la decadencia del sistema de representaci¨®n pol¨ªtica. Parecemos un pa¨ªs moribundo, con menos riqueza y poder de lo que presum¨ªamos, con corrupci¨®n y mala administraci¨®n, sin instituciones en las que confiar. Como si de una vieja historia se tratara, repetida ya otras veces a lo largo del siglo XX, hemos pasado del triunfalismo al desenga?o. Mucha gente vomita cabreo, decepci¨®n, incluso protesta. Pero frente a los diagn¨®sticos catastrofistas y el pesimismo sobre el futuro, no aparecen soluciones, m¨¢s all¨¢ de ese t¨¦rmino en boca de muchos, regeneraci¨®n, poco original en un pa¨ªs que ya intent¨® varias. ?Est¨¢ el sistema agotado? ?Necesitamos un cambio de r¨¦gimen?
Lo primero que hay que decir es que, desde arriba, hay muy poca voluntad de emprender el camino del cambio. Los pol¨ªticos forman partidos de notables y clientelas, que repiten los mismos nombres y vicios adquiridos y solo movilizan a la opini¨®n p¨²blica en tiempos de elecciones. Y desde abajo, pese a lo mucho que podemos gritar o escandalizarnos, y al tono de condena moral presente en muchas declaraciones, hemos aceptado con bastante conformidad, y hasta deferencia, la trama de intereses, corruptelas y negocios privados que, desde la pol¨ªtica local al Parlamento, se ha tejido en varios lustros de bonanza econ¨®mica. Por arriba y por abajo, el espacio para la acci¨®n pol¨ªtica alternativa, de oposici¨®n, es ahora, como consecuencia tambi¨¦n de a?os de inmovilismo y apat¨ªa, escaso, casi inexistente.
La derecha en el poder, amparada por una amplia red de medios de comunicaci¨®n afines, va a mover pocas fichas, porque sabe que el problema lo tiene la izquierda, donde cunde el desaliento, fragmentada, sin liderazgo y a la que puede echar sobre sus espaldas el origen de la crisis, las expresiones de disidencia y la radicalizaci¨®n de la movilizaci¨®n social en la calle ¡ªdesde el 15-M al escrache¡ª. Y aunque esas acusaciones sean falsas, es indiscutible que la izquierda parlamentaria tiene hoy serios problemas para representar el descontento popular y plantar cara al acoso y derribo del Estado de bienestar.
La crisis actual va a marcar un punto de inflexi¨®n para la legitimidad de la Corona
Nadie parece dispuesto a renunciar a sus prerrogativas. La pol¨ªtica institucional est¨¢ en crisis y para regenerarla ya no se puede contar con el concurso de la Corona. Desde la muerte de Franco, y sobre todo a partir del fallido golpe de Estado de febrero de 1981, a muchos les dio por presumir de Rey, protegerlo frente a las cr¨ªticas y el debate p¨²blico, para preservar lo conseguido y cambiar el pobre bagaje democr¨¢tico que la historia de la Monarqu¨ªa borb¨®nica pod¨ªa exhibir antes de 1931. Para ello se ocult¨®, rompi¨¦ndolo, el cord¨®n umbilical que un¨ªa a don Juan Carlos con la dictadura de Franco, de donde proced¨ªa en ese momento su ¨²nica legitimidad, y se estigmatiz¨® a la Rep¨²blica, ya liquidada por las armas y la represi¨®n, como la causante de todos los conflictos y enfrentamientos que llevaron a la Guerra Civil. No puede negarse el ¨¦xito de esa operaci¨®n de lavado del pasado, capaz de sobrevivir, sin grandes cambios, hasta en los libros de texto, durante m¨¢s de tres d¨¦cadas de democracia.
Al mismo tiempo, una buena parte de la clase pol¨ªtica trat¨® de borrar los recuerdos m¨¢s inc¨®modos de la dictadura de Franco y cuando, ya en el siglo XXI, el Estado puso en marcha, aunque con mucha timidez, pol¨ªticas p¨²blicas de memoria, recordar el pasado para aprender, y no para castigar o condenar, una parte importante de la sociedad reaccion¨® en contra. No resulta extra?o escuchar a los pol¨ªticos del PP afirmar que la Segunda Rep¨²blica fue un desastre, reproducir en ese tema las ideas de los vencedores de la guerra civil y de los voceros neofranquistas, falsear la historia a gusto de la Iglesia, la Monarqu¨ªa y las buenas gentes de orden.
La crisis actual, los esc¨¢ndalos en torno a la Casa del Rey, graves para la buena salud de la democracia, al margen de c¨®mo acabe la imputaci¨®n de la infanta Cristina, y la falta de transparencia y de respuesta ante ellos van a marcar, no obstante, un punto de inflexi¨®n para la legitimidad de la Monarqu¨ªa. El cambio en Espa?a tiene que ir acompa?ado de una renovaci¨®n cultural y educativa, de nuevas ideas sobre el mundo del trabajo y de una lucha por la democratizaci¨®n de las instituciones. Un movimiento pol¨ªtico que reaccione frente a los excesos del poder, que persiga el establecimiento de un Estado laico, que recupere el compromiso de mantener los servicios sociales y la distribuci¨®n de forma m¨¢s equitativa de la riqueza. Esa nueva cultura c¨ªvica y participativa puede, y debe, alejarse del marco institucional mon¨¢rquico y retomar la mejor tradici¨®n del ideal republicano. Hacer pol¨ªtica sin oligarcas ni corruptos, recuperar el inter¨¦s por la gesti¨®n de los recursos comunes y por los asuntos p¨²blicos. En eso consiste la rep¨²blica.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza, autor de Espa?a partida en dos.
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